Ángeles Prieto Barba
Empezaremos por alertar al lector ya que este texto, arriesgado y cálido, supone el final abierto, con muchas posibilidades de continuidad, de una original y brillante trilogía. Justo esa misma que se abre con un deslumbrante inicio donde Loureiro se nos descubre ya como un narrador dotado de una madurez literaria considerable, esa que tantas veces buscamos en vano en nuestros días, propia de quien ha leído y aprendido de sus maestros. Es por esto que aconsejo leer esta obra siguiendo el orden de aparición de la trilogía: Las galeras de Normandía, León de Bretaña y este Lejano reino de la Vía Láctea, al menos para que constatemos en la segunda y tercera parte la evolución sentimental de unos personajes extremadamente originales, pero muy bien presentados en el inicio.
Y entre esos personajes, el propio autor. Caballero que inicia este libro concreto con un larguísimo párrafo que viene a ser toda una declaración de intenciones. Un “lasciate ogne speranza” a quien espere encontrar en él la novelita fantástica al uso. Esa que leemos en una hora y dejamos perdida en el sillón de un vagón de tren, con la alegría de quien ha echado el rato pero no tiene nada más que aprender de ella. Porque no, no la podemos dejar así pues este libro contiene una historia principal y muchas otras menores de las que aprender donde el estilo narrativo, dotado de un amplio vocabulario e indiscutible lirismo y la tierra descrita, ese Escandoi que identificaremos de inmediato con la Galicia del Norte, no son olvidables ni prescindibles.
En modo alguno, porque Loureiro es deudor de sus maestros, recoge el listón de aquellos y en esta prueba de relevos que constituye su trilogía descubrimos avances aprendidos de todo un Torrente Ballester en su Saga/fuga, con sus disgresiones, y a don Alvaro Cunqueiro, con esa forma increíble de narrar trocando lo simplemente fantástico, que se nos antoja menor, con todo un mundo maravilloso de pensamientos, sentimientos y sensaciones. Porque Escandoi es real. Es real y a la vez maravilloso, así como sus personajes: León Daniel María Bonaparte o ese astuto Merlín Nigromante, identificable ipso facto con el conocido Mago Merlín de un Mondoñedo donde no faltan las campanas tocando a muerto de nuevo. O el café de Lembranza de Fene, con el hombre Irazu y Manolito de Severiano que abren el capítulo siete, que parecer ser verdaderos. De este modo, avanzando en la narración, el curioso Logh Itoh, uno de los protagonistas del relato, ya se nos antoja incluso una proyección alienígena del propio Loureiro. Todo esto forma parte de la complicidad, no exenta de un humor intenso y logrado, un humor indiscutiblemente gallego, que el autor establece con nosotros, no tomándonos el pelo, sino invitándonos como otros personajes queridos a participar del juego.
Y esos títulos que recibe cada capítulo. Unos títulos siempre hermosos, largos y sonoros, que nos abren un mundo de expectativas como quien espera la llegada de esos Reyes Magos que harán su aparición en este libro singular y cariñoso. Mas estoy revelando demasiado cuando mi propósito es claro: consigan esta novela, mucho mejor la trilogía completa, y sosténgala sobre su corazón con cada feliz descubrimiento: Notarán que late más rápido, más seguro y más intenso.
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