Fernando Sánchez Calvo
Decía Borges que la Biblia era el mejor libro de ficción que había existido nunca. Conociendo su historial de ironías, estoy seguro de que lo dijo para hacer daño y a la vez por puro convencimiento. Unos cuantos siglos después, y sin ser la primera, Isabel Greenberg ha escrito otra biblia, en esta ocasión ilustrada, laica y adaptada a nuestros tiempos. El argumento, sencillo: el hombre del Polo Norte y la mujer del Polo Sur se encuentran, se enamoran, pero debido a una extraña y poderosa razón no pueden abrazarse, besarse, darse de la mano, sentir la piel y el escalofrío que nace debajo de ésta. A tan sólo un metro de distancia pueden verse, pero no tocarse: es como si un dios despiadado hubiera construido un muro de metacrilato entre los dos.
Con este punto de partida, y un trazo y dibujo sencillos, la autora nos introduce en una espiral de narradores que narran las historias que acontecieron a otros narradores que a su vez vuelven a contarnos las historias que otros, de nuevo, decidieron lanzarse a contar. Y todo para explicar por qué una mujer y un hombre pueden amarse pero no corroborar dicha potencia con el acto del abrazo. La palabra en su estado más puro y como creadora del mundo, el mundo como mitología y la mitología como esencia del mismísimo mundo.
La historia es fabulosa. La simple idea de un narrador que no puede dejar de contar fábulas, cuentos y leyendas porque, si se detiene, su vida corre peligro, es ya de por sí magnética e introduce al lector en una sucesión de círculos concéntricos que, como si de hipnosis estuviéramos hablando, le llevan hasta el corazón del asunto, que no es otro que el más sencillo y viejo de los asuntos, el que siempre ha acompañado al hombre y la mujer desde la noche de los tiempos: el amor como origen de todo, y cuando digo todo, es absolutamente todo.
Para colmo, en un alarde de genialidad, la novela gráfica se cierra con unos anexos que amplían algunos datos sobre protagonistas, secundarios e incluso espacios previamente citados. Con ello, la autora consigue convencer al lector de que quizás esos dioses, esos hombres, esos gigantes, pudieron existir de verdad. La única pega, el dibujo, que posiblemente no llegue a la altura de autores como Dave Gibbons, Eddie Campbell o Kelley Jones, pero pensándolo bien, quizás sea sencillo, discreto y revelador como la misma vida que se recoge en los capítulos de esta enciclopedia. Para leer en dos horas, del tirón, sin pausa ni prisa.
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