Ángeles Prieto Barba
Tras El Tao del viajero, compendio de autores y declaración de principios viajeros contra el turismo masivo, Paul Theroux nos entregó esta novela excepcional, sin duda una de las tres mejores que la narrativa extranjera nos ha proporcionado este año que acaba. Una magnífica historia, con tintes autobiográficos, que aborda con ingenio los grandes temas clásicos, aquellos que jalonan toda la historia de la literatura para ayudarnos a entender la vida.
El mito central de este libro penetrante y espléndido esa la Arcadia feliz, el locus amoenus, la Tierra Prometida, el Dorado, Brigadoon, la Atlántida, el Edén o Shangri La, distintos nombres geográficos para ese lugar mítico donde todos hemos soñado encontrarnos alguna vez, sitio añorado en el que todos los placeres deseados nos son concedidos. Pero esta creencia fabulosa y la consecuente búsqueda del espacio perfecto, no es más que una trampa formidable de nuestra imaginación y de la memoria, combinadas justamente para acabar con nosotros. Cuando los dioses deciden castigarnos, se afirma en Memorias de África, atienden nuestras plegarias. Nada más cierto, como veremos en esta gran novela.
Este es el tema principal, pero la genialidad de la historia radica en su inteligente desarrollo, absorbente, incisivo y trepidante, gracias a un planteamiento inicial muy bien ejecutado y a un estilo cuidado y claro, pero pleno de información, contrastes evidentes y constantes observaciones agudas, donde no sobra nada. Un libro maduro que es deudor de otro del mismo autor, La costa de los mosquitos porque vuelve a retomar el mismo tema obsesivo, pero también nos parece hijo de uno de los grandes clásicos: El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, ya que reproduce para nosotros esa angustia africana del destino infalible, a la vez que denuncia todo el cinismo postcolonial de las agencias de ayuda extranjera con sus cuerpos de seguridad, sus alambres de espinos y sus helicópteros, cuyo humanitarismo deberíamos cuestionarnos, toda vez que no se dignan a convivir con los nativos, tratándolos como siervos o apestados, proporcionándonos escalofríos.
De parecida hipocresía consumista huye el protagonista maduro de esta historia, Ellis Hock, feliz dueño de una tienda de ropa en Norteamérica que a sus 62 años contempla el abandono de una esposa dominante tras espiar sus inocentes correos electrónicos, y la inclemencia de una hija que le reclama ya en vida su herencia. Ante esta situación, Ellis decide volver con sus últimos ahorros al lugar donde una vez fue feliz: la aldea de Malabo, al sur de Malawi, donde ayudaba a sus semejantes como profesor y donde podía dejar la puerta de su vivienda siempre abierta. Pero los cuarenta años transcurridos han dejado su huella en una Africa explotada y maltrecha, donde la superviviencia es complicada por el clima, la malaria y el entorno hostil, sumado a las nuevas plagas como las drogas sintéticas y el Sida. Más aún, pues los ritos, las supersticiones, los monstruos, la oscuridad, la presencia constante de serpientes y hasta una profetisa le harán darse cuenta de que no se encuentra en ese Paraíso que buscaba, sino en las mismas entrañas del Infierno (el horror, el horror) del que ya no puede salir: «Devorarán todo tu dinero, y luego te devorarán a ti», le asegura Gala.
Esta es la historia que se cumplirá fatalmente, de no mediar asimismo,y solo al final, cierto talante compasivo. Pero el coste será carísimo. Por eso si usted, lector de cómodo sofá, ya tiene bastante con las desgracias propias y solo busca entretenerse, búsquese mejor una vana novela de vampiros, zombies o fin del mundo, tan frívolas y tan de moda. Mas si quiere ver el mundo de verdad y con los ojos bien abiertos, tal y como lo hemos construido acá y acullá, tanto en los mapas de google como en lo que aún se encuentra fuera de ellos, esta es su mejor opción lectora. Que dios mantenga vivo a Paul Theroux muchos años, necesitamos sus libros.
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