Miguel Sanfeliu
Con la llegada de la primavera, los anfibios se desplazan hacia los ríos y lagos para poner sus huevos: «Los anfibios que dormían bajo la vegetación se van desperezando e intentan llegar a su destino mientras aún llueve y los caminos permanecen húmedos. Cruzan la carretera, naturalmente sin la precaución de mirar antes a izquierda y derecha», cuenta Ernesto Calabuig en el primer relato de este libro, en cuyas historias uno se va sumiendo lentamente, como quien escucha una confidencia.
La vida parece discurrir como esos caminos anfibios, hacia delante, con la finalidad de perpetuar la especie, expuestos a amenazas y dejando un rastro que seguirán otros. Y de eso tratan estos relatos, de balances, de recuerdos, de vínculos. Historias con una voz narradora que parece ser la de la misma persona, lo cual da una unidad especial al libro, relatando anécdotas, recuperando vivencias, apoyándose en referencias culturales, dejando claro el estrecho vínculo que le une a Alemania, así que bien podríamos estar ante una novela disfrazada de libro de cuentos, o ante unos cuentos con aspiración de novela, en cualquier caso, da igual, porque lo importante, el reto narrativo que Calabuig propone en Caminos anfibios, es el juego con esos sucesos del pasado que nos determinan, los momentos en los que sentimos nuestra vulnerabilidad, y el tema nos engancha con firmeza.
Historias en las que la memoria juega un papel importante, por lo tanto también la nostalgia. La mirada atrás, hacia el pasado que nos ha llevado hasta este punto, de un modo quizá errático, recupera momentos cuyo misterio hermético parece haber quedado congelado en algún punto. Como si pretendieran desentrañar aquellas vivencias que, por uno u otro motivo, se mantienen a lo largo del tiempo, continúan presentes, aquellos detalles que no se borran y que, tal vez, explicarían nuestras reacciones aparentemente inconscientes, estas historias van escarbando en situaciones cotidianas y se caracterizan por su tono reflexivo y por su impecable construcción narrativa.
Desde la historia de una infidelidad que finaliza casi tan bruscamente como comienza, debido a una reacción impulsiva e imprevista capaz, por sí sola, de destruir la fantasía del amor clandestino, hasta la tentación de adentrarse en caminos imprevistos ante el despertar de los sentidos producido por la presencia de una joven, una presencia capaz de recordarle al protagonista, siquiera por un momento, que es algo más que “una máquina que pierde calor”, pasando por esa impecable joya que es “Johnny cree en los magos”, el inesperado encuentro de “La vida en unas líneas”, el temor a la muerte, como en “Burbujas”, el relevo generacional, incluso la búsqueda de un yo que reside en un acontecimiento del pasado al que dotamos de una significación especial, una reacción en la que nos buscamos, como ocurre en “Del ahogarse en un vaso de agua”. Momentos que, por algún motivo, nos obligan a detenernos y a comprender que vamos cambiando, recorriendo nuestro propio camino, cada vez más conscientes de la fragilidad sobre la que se sustenta toda existencia.
Los protagonistas de estas historias se encuentran en un punto medio que precisa, de pronto, rememorar lo ya vivido. Esta es la línea principal que rige todos los relatos, anudándolos con ideas recurrentes, la figura del anfibio como metáfora del viaje vital, el dejarse llevar, además de referencias culturales y geográficas. Historias que se mueven por la fina línea que asocia unos hechos con otros, que nos transportan mentalmente, a veces durante un breve lapso de tiempo, historias que quedan abiertas, que juegan con la sugerencia, en las que apenas parece que ocurra nada pero que, al cerrar el libro, nos dejan la sensación de habernos asomado a una vida que bien puede ser la nuestra. Caminos anfibios, de Ernesto Calabuig, es un libro impecablemente construido y escrito cuya lectura, me atrevo a asegurar, resulta necesaria para comprender por dónde transita el género del relato en nuestro país.
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