Ariadna G. García
En 2009, la Unión Europea creó un Premio Internacional de Literatura para promover la obra de novelistas emergentes fuera de sus países. Desde entonces, un jurado de prestigio selecciona a doce escritores pertenecientes a otros tantos estados de la Unión. Cada año varían las naciones a participar en el certamen, que consiste en la traducción de las novelas a otras lenguas comunitarias y una retribución a los autores de cinco mil euros en metálico. Los requisitos para optar a una candidatura son tres: que dichos novelistas sean europeos, que hayan publicado más de un libro y que su país haya sido propuesto en la convocatoria. El fallo se produce en Ferias del Libro como las de Gotemburgo o Frankfurt. En palabras del presidente de la Federación Europea de Editores, el premio nace con una clara voluntad de descubrir “nuevos mundos, nuevas culturas, a través de la obra de los autores galardonados […]; es una excelente manera de celebrar la diversidad de Europa, un valor que debemos cultivar en estos tiempos de crisis”.
En 2010 fueron premiados los siguientes escritores: Myrto Azina Chronides (Chipre), Adda Djørup (Dinamarca), Tiit Aleksejev (Estonia), Riku Korhonen (Finlandia), Iris Hanika (Alemania), Jean Back (Luxemburgo), Răzvan Rădulescu (Rumania), Nataša Kramberger (Eslovenia), Raquel Martínez-Gómez (España), Goce Smilevski (Macedonia) y el autor que nos ocupa: Peter Terrin (Bélgica).
Cuando Terrin (nacido en 1968) consiguió su reconocimiento por El vigilante (2010), contaba en su haber con las novelas Kras (2001), Blanco (2003) y Vrouwen en kinderen eerst (2004).
El vigilante narra en primera persona las vicisitudes laborales de una pareja de vigilantes de seguridad que prestan un servicio armado en el sótano de un edificio de lujo. Quien habla es Michel, un hombre meticuloso, metódico y disciplinado. Su compañero, Harry, representa su contrapunto: es impulsivo, brusco y descuidado. Entre ambos se establece una relación jerárquica (liderada por el segundo), pero también de interdependencia. No en vano, apenas mantienen contacto con el resto del mundo. Sólo se tienen el uno al otro. Recluidos en un aparcamiento, su misión es proteger la vida de cuarenta –acaudalados– residentes, con los que mantienen un trato meramente profesional: frío y distante. Extraña que carezcan de contacto con su empresa, pese a lo peligroso y delicado que parece su cometido. Pero lo cierto es que no disponen de emisoras, que en caso de necesidad no podrán pedir refuerzos a un centro de control, a un mando operativo. Si bien este detalle refuerza el aislamiento de los protagonistas, su soledad, convengamos en que es del todo inverosímil. Un punto flaco de la obra. Escrita con una prosa sobria y directa, la novela avanza lentamente hacia dos conflictos: el éxodo de la mayoría de los vecinos del inmueble y la llegada de un tercer componente que rompe la simetría del equipo. Esa desaparición en masa virará la novela hacia la ciencia ficción y del terror psicológico. Los personajes elucubrarán teorías apocalípticas que justifiquen el exilio. Por su parte, la irrupción del nuevo compañero escorará la obra hacia la demencia.
El vigilante es un libro de planteamiento original, hay que reconocerlo. Sus temas, actuales (la incomunicación, la desinformación, el miedo). No obstante, algunos aspectos de la trama son previsibles. Los prejuicios –infundados– sobre los vigilantes de seguridad, también. Quien busque una novela realista o verosímil no la encontrará en estas páginas. Sin embargo, deleitará a los lectores que gusten de historias delirantes. Como quiera que sea, un consejo: desconfíen de su mente, no hay mayor peligro que la propia inseguridad…
1 comentario:
¡Hola!
Sinceramente no me convence lo suficiente como para animarme a leerlo. No me gusta que en momentos sea previsible y la trama no me atrae demasiado...
Lo dejo pasar.
Un beso
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