Pedro M. Domene
Margarita García Robayo (Cartagena, Colombia, 1980), reconstruye en Lo que no aprendí (2014), su memoria familiar, y centra su atención en la inolvidable figura de un padre misterioso, que vive encerrado en su despacho y allí atiende a clientes o a pacientes, según se mire, porque para unos es un brujo y para otros un sanador especialista en ciencias ocultas, aunque detenta el título de abogado y ha ejercido de juez.
En una primera parte, la más amplia de la novela, Caty una niña de once años, incomprendida, se enfrenta al difícil mundo de los adultos, mientras asume el final de una infancia, que le llega a partir del deslumbramiento de un vecino mayor que ella; en cierta manera se encamina hacia la adolescencia y, solo entonces, comprende muchas de las mentiras en torno a su familia. El relato transcurre en las afueras la ciudad de Cartagena cerca de Turbaco, un municipio situado a unos 20 minutos de la ciudad, donde vive Caty, sus padres y sus hermanas: las mellas y el pequeño Gabito, en una casa y un barrio de clase media con ciertas aspiraciones, en un clima caluroso que cubre de humedad a los personajes familiares y los hace más vulnerables. Será entonces cuando ella se pregunta, de una forma insistente ¿quién es su padre y a qué se dedica? Puede ser un brujo, un chamán, un consultor espiritual, sin duda es un hombre influyente porque personalidades de la política acuden a él para ofrecerle importantes cargos de responsabilidad. Caty intentará recomponer el puzzle que se cierne en torno a su familia, a la sombra de una madre omnipresente, que nunca responde a sus preguntas y cuando no menos se muestra agobiante y poco comprensiva para resolver a su hija cuantas interrogantes le sugiere su vida cotidiana, y mientras intenta aproximarse al espacio de los adultos, percibe que estos se alejan o parece que todo se detiene a su alrededor. Su padre sigue siendo un espejismo y se diluye en el tiempo a medida que Caty se acerca más a él, y así agudizará aun más su conciencia del desamparo.
Como telón de fondo, ciertas cuestiones de política institucional, en una época trascendental para la historia colombiana y el mundo del narcotráfico. En junio de 1991, fecha que se concreta en la novela de García Robayo, se produce la captura de Pablo Escobar, una cuestión sobre la que circulan distintas versiones y sobre todo impera cierto silencio gubernamental. El padre de Catalina será tentado por el candidato conservador Álvaro Gómez y coquetea con el poder. Otra incomprensible fisura en el relato y en la memoria de Caty, que no logra comprender y que, de alguna manera, refleja un determinado clima político de época en la Latinoamérica de los 90.
La segunda parte de Lo que no aprendí, más breve, está contada por la misma Catalina, aunque ya es una adulta que vive en Buenos Aires. El tono empleado es más reflexivo y distante porque Catalina ahora se permite ver el pasado con una mayor perspectiva y reflexiona en forma de auto-consciencia acerca del papel de la memoria, y la recompone como si de una construcción fragmentaría se tratara, incluso se cuestiona cómo es posible elaborar el pasado como una ficción propia, o como si la propia Margarita García Robayo tuviera necesidad de contar su historia para sobrevivir al mismo tiempo.
1 comentario:
¡Hola!
Tengo muchas ganas de leer algo de esta editorial, tengo esperando en la estantería El hombre en el olvido. Tiene muchos títulos que tengo ganas de leer, pero sinceramente este en concreto no me termina de convencer. No descarto darle una oportunidad en un futuro, pero de momento es una lectura que no me apetece.
Un beso
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