Fernando Sánchez Calvo
Vengo de leer un soplo a la cara. Vengo de leer un poemario que no me va a sacar a la calle (eso ya lo decidiré yo, si acaso) pero que sí me va a servir para ajustar cuentas conmigo mismo, con los demás y con estos tiempos. También me va a servir para mirarme en el espejo y calibrar si mi conciencia individual y social van de la mano o una de las dos sigue con la lengua fuera a la otra. De la misma manera le ha servido a la española Eva Alarte Garví, afincada desde hace ya un tiempo en la vecina Italia como profesora del Instituto Cervantes, quien publica su primer poemario en una edición cuidadísima de doscientos ejemplares en la colección Bolsillo Poesía de la editorial arriba citada.
Con tres partes, “extraseco y sin prólogo” para que el lector extraiga sus propias conclusiones, nos adentramos en una Introducción de controversias donde, recuperando a los grandes maestros de la poesía social de los 50 y posteriores (por supuesto Gabriel Celaya, por supuesto el segundo Blas de Otero) se otorga un poder casi demiúrgico a la palabra como guerrera de este presente hostil y despiadado en el que, por no molestar a los grises ciudadanos, parece dar vergüenza hablar de crisis, paro, corrupción política, corrupción de la propia palabra. Palabra que por otra parte molesta, pero palabra.
La segunda parte, "Ritmo de lucha", proyecta, con poemas que discurren tanto por el verso libre como por las estrofas más sencillas, el conflicto de todo poeta que despega la palabra de sus galerías y la tira a la calle: cómo convencer al otro de la legitimidad de la lucha, hasta qué punto me puedo enfadar con el mundo, qué me puedo exigir a mí mismo. En ese sentido Eva Alarte se acerca al Realismo crítico de los 60 con poemas como “Déjame en guerra”, “Subsidio otoñal” (un título que lo podría haber firmado Ángel González) o “He venido a ladrar”, toque de conciencia a los revolucionarios de boquilla y en mi opinión, piedra angular del poemario. Cito los versos:
He venido a gemir por tu otra lucha
la intestinal
la cínica
la obscena profusión del gris oscuro
Y aun así, a pesar las cuentas que se rinden, ni siquiera esta parte maldice con encono. Al contrario, los reproches se despojan del odio al ser dichos desde una voz que está en paz con todo lo que dijo y, por lo tanto, hizo. No hay rabia. Hay pena. No hay espíritu de revancha, sí de nostalgia por todos aquellos que pudieron sumarse a la lucha y no lo hicieron.
Esto nos lleva a la última parte, "Alma en guerra", con poemarios de corte neopopular como “Días” o “El alma, por si acaso” y de un coherente espíritu optimista donde hasta llorar por los fracasos se hace de manera sencilla, dolorosamente sincera, para que en cualquier caso la lluvia, siempre a la vuelta de la esquina, limpie nuestras caras, abra nuestros ojos, siempre expectantes por un futuro mejor que de una vez por todas aprenda de lo que se hizo mal en el presente. De momento, permanecemos todos como Eva Alarte Garví y las palabras que cierran su poemario: en “Lista de espera”.
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