Pedro M. Domene
Mi admirado y buen amigo, Medardo Fraile, que escribió durante más de medio siglo los mejores relatos del siglo XX, afirmaba que “un cuento era lo más fino y personal que pueda hacer un escritor”, y con la perspectiva del tiempo, sopesando calificativos y afirmaciones al respecto, aun debemos añadir que, indudablemente, un buen cuento obliga al lector a meditar con cierta propensión a la delicadeza porque, el escritor, muestra el mundo como si mirásemos a través de una vidriera policromada y multicolor e, incluso, toca nuestro corazón, y avanza por la difícil senda de la metafísica; es así como el autor nos brinda su verdad, aunque para ello deba mentir todo lo posible como verdaderamente ocurre también en el amor; y, además, técnicamente hablando, siempre y cuando el relato sea excepcionalmente bueno, provocará una explosión.
Los cuentos, sin duda, son la quintaesencia estremecida, épico-lírica, de un trozo de mundo y la visión particular que sobre él tiene el narrador. Constelan ese intramundo, y en sus certezas o inexactitudes llevan implícita la manera peculiar de enjuiciar la sociedad. Ignoro si Laura Bordonaba Plou (Zaragoza, 1976) ha configurado, con estos dieciocho relatos que componen Sobreexposición (2014), su manera peculiar de, precisamente, sobreexponerse en gran medida al mundo, pero sí aseguro que lo ha conseguido de una manera digna e inteligente, diversificando su mirada en una serie de cuadros biográficos que nos resultan tan cercanos que, a medida que pasamos las páginas, hieren nuestra sensibilidad. Sobresalen en estos cuentos las agudas dotes de observación de la narradora, su preocupación por la sobriedad y la objetividad porque, pese a ciertos toques en sus historias, nunca cae en el sentimentalismo o la cursilería; léase cuando escribe sobre el dolor o la pérdida que provoca esa ausencia, “Viviendo con Mr. Tomura”, “Travis”, “Dammuso di Mare”, serían ejemplos válidos; otras veces sus relatos son predominantemente líricos, “Sinfonía de las ruinas”, que narra sucesos o experiencias externas, evoca ambientes e introduce al lector para hacerlo receptivo a ese estricto valor sentimental de cuanto narra; un procedimiento paralelo a la lírica, y en esta ocasión cobran especial relevancia las imágenes.
La extensión que componen los cuentos de Sobreexposición varía en cuanto a sus características, y algunos advertimos propenden a convertirse casi en una novela corta, “La ley de Bode”, “Pabellón 103” o “La luz de Marvin”, que, de alguna manera, concentran un suceso principal que desencadena el resto de la acción, con muy pocos protagonistas y, en ocasiones, el acontecimiento central del cuento, la narradora enferma de alzheimer y Tristán en el primero; el psiquiátra y cuatro enfermos, en el segundo; y finalmente, los gemelos Marvin y Albert; la acción, en este tipo de cuentos, es lo más importante y podría transcurrir en otras circunstancias, con otros personajes y se desarrolla, además, como una lógica concatenación de los episodios narrados; el destino de sus protagonistas depende un tanto del azar; Laura Bordobana narra estas historias desde una distancia, esa medida justa que le permite una objetivación tanto cronológica como retrospectiva.
Ausencia y presencia, recuerdo y olvido, el dolor, en definitiva provocado por esa ausencia, caracterizan a estos cuentos de firmes contrastes que aisladamente se concatenan para mostrarnos ese proceso psicológico interno de la mayoría de sus personajes por breve que sea su implicación, y que como lectores nos llegan por ese proceso externo solo perceptible por los sentidos, y al final los cuentos de la joven Laura Bordonaba Plou ofrecen tantas posibilidades a nuestra imaginación como a esa capacidad asociativa que pretende su autora. Esta es una buena ocasión para degustar y, por qué no, para descubrir una buena colección de cuentos, y una narradora que nos deparará futuras sorpresas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario