Victoria R. Gil
Madre de dos hijos y colaboradora habitual de publicaciones sobre cuidados y educación infantil, lo que destaca en El síndrome de mamá osa no es, sin embargo, la experiencia personal y profesional de la periodista madrileña Luz Bartivas, sino su sentido del humor, una cualidad muy necesaria para todos aquéllos que desean ser padres sin morir en el intento (ni matar a la suegra, pedir el divorcio o hacerse la vasectomía). Con sólo ojear el índice, uno ya puede estar seguro de que la lectura que ofrecen las páginas de este libro es de las que merecen la pena y, además, nos harán reír, lo que es un plus muy de agradecer: “Con la teta al aire”, “Mi hijo eructa mejor que el tuyo”, “No es la mili, sólo la guarde”, “Ampas y Hampas”, “¿Me lo matarán en el instituto?”, “Padre, yo soy (casi) Darth Vader”.
Manuales para padres novatos los hay a cientos, por eso Bartivas se acerca a la maternidad con una perspectiva muy concreta, la del instinto de protección que se activa en cualquier hembra en el mismo momento en que nace su cría, sin importar la especie a la que pertenezca. Y ese instinto de protección es el síndrome de mamá osa que da título al libro, que en la mayoría de los casos sirve para conseguir el objetivo para el cual la naturaleza nos dota de él: proteger a los hijos hasta convertirlos en adultos capaces e independientes, pero que en otros, afortunadamente los menos, transforma a la nueva mamá en una osa cavernaria, destinada a rugir en el clan que formará con otras iguales a ella.
La autora describe estos clanes como unos grupos «aparentemente estupendos, divertidos, que se juntan a tomar café por las mañanas para coger fuerzas antes de emprender las tareas domésticas o la confección de tartas de diseño de Hello Kitty, y mientras hacer un repaso a las ofertas del Ahorra Más, a los disfraces de Navidad o carnaval, y a la profesora de Pepito. Eso, estando de buenas. Cuando están inspiradas se pasan una hora explicando cómo se cocina una lombarda, y si están literarias el protagonista es el Señor Grey con todo su abanico de poses seductoras y cachetes en el culo. Estando de malas... ». Estando de malas pueden llegar a ser como una de esas hordas enfurecidas capaz de linchar a cualquier disidente.
Experta en esa peculiar vida social que surge en las verjas de los colegios tras su paso por centros educativos, asociaciones de padres, funciones de carnaval, cumpleaños infantiles y el catálogo habitual que conlleva la escolarización de los hijos, no debería asombrarnos el relato de Bartivas. Periódicos e informativos nos han demostrado estos días que no sólo existen los corrillos de madres (hay padres, pero menos), sino que al otro lado de la verja también algunos profesores se han apuntado a los clanes cavernarios. Ventajas del whatsapp.
Con El síndrome de mamá osa, Luz Bartivas nos conduce desde los primeros meses del bebé, las tomas, los cólicos y esos percentiles como marcas a batir de alguna prueba olímpica, hasta la guardería, el colegio y el instituto, momento éste último que viene a coincidir con la llegada de la adolescencia, un periodo del desarrollo humano con tan mala prensa que necesitaría ya mismo un buen relaciones públicas. Este recorrido a través del crecimiento y la educación del niño está salpicado de anécdotas, algunas hilarantes, como esta conversación de escatológica rivalidad maternal: «—Chica, estoy preocupada, Lucía está súper estreñida. —No me digas. (…) —Sí, ahora lo ha intentado y no ha podido. —Pues hija, no es por darte envidia, pero el mío antes de salir de casa ha hecho una caca…. Ufff ¡Qué maravilla!». O esta otra, cuando el retoño ya ha crecido y empieza a preocuparse por el sexo opuesto: «—Quiero depilarme las pelotas. —De qué me estás hablando, Raúl… —De depilarme los huevos, que me da asco tener pelos ahí. —Pero si eso no se depila, hijo. —¿Qué no? Queda horrible, a la gente no le gusta. —¿Es que vais enseñándolos por ahí? —No, pero a las tías no le gustan los pelos en los huevos».
Como dice en el prólogo Pepe Colubi¸ otro ilustre bien humorado, «el libro de Luz Bartivas son todas las biografías posibles en una sola; cualquier persona con dos dedos de frente se reconocerá en esos hijos sin manual de instrucciones y toda madre se identificará con esa progenitora poderosa y titubeante, amante pero severa, tan insegura al principio como resolutiva al final (…) Esta lectura me ha hecho mejor hijo. Y eso es mucho más de lo que ningún libro ha hecho por mí».
Con El síndrome de mamá osa, Luz Bartivas nos conduce desde los primeros meses del bebé, las tomas, los cólicos y esos percentiles como marcas a batir de alguna prueba olímpica, hasta la guardería, el colegio y el instituto, momento éste último que viene a coincidir con la llegada de la adolescencia, un periodo del desarrollo humano con tan mala prensa que necesitaría ya mismo un buen relaciones públicas. Este recorrido a través del crecimiento y la educación del niño está salpicado de anécdotas, algunas hilarantes, como esta conversación de escatológica rivalidad maternal: «—Chica, estoy preocupada, Lucía está súper estreñida. —No me digas. (…) —Sí, ahora lo ha intentado y no ha podido. —Pues hija, no es por darte envidia, pero el mío antes de salir de casa ha hecho una caca…. Ufff ¡Qué maravilla!». O esta otra, cuando el retoño ya ha crecido y empieza a preocuparse por el sexo opuesto: «—Quiero depilarme las pelotas. —De qué me estás hablando, Raúl… —De depilarme los huevos, que me da asco tener pelos ahí. —Pero si eso no se depila, hijo. —¿Qué no? Queda horrible, a la gente no le gusta. —¿Es que vais enseñándolos por ahí? —No, pero a las tías no le gustan los pelos en los huevos».
Como dice en el prólogo Pepe Colubi¸ otro ilustre bien humorado, «el libro de Luz Bartivas son todas las biografías posibles en una sola; cualquier persona con dos dedos de frente se reconocerá en esos hijos sin manual de instrucciones y toda madre se identificará con esa progenitora poderosa y titubeante, amante pero severa, tan insegura al principio como resolutiva al final (…) Esta lectura me ha hecho mejor hijo. Y eso es mucho más de lo que ningún libro ha hecho por mí».
El síndrome de mamá osa quizás no les haga sentirse mejores hijos ni mejores padres, pero si aflojará en parte la presión por querer ser esos progenitores perfectos que, aceptémoslo, nunca llegaremos a ser. Y nos aliviará descubrir que hay otros, como nosotros, que también han deseado alguna vez tirar a sus retoños por la ventana. De buen rollo. «Cuando voy de compras con ellos sólo me quedan ganas de matarlos… Si empiezo a poner voces de asesino en serie, Alba me dice susurrando: “mamá, nos estás poniendo en evidencia”. Entonces pienso en cómo deshacerme de los cadáveres sin que se note. Soy una mierda de madre».
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