Pedro M. Domene
La literatura calificada de moderna se distingue por su concepto del tiempo, el cuento suele diferenciarse por la específica forma de utilizarlo, y cuando hablamos de cuento literario su intensidad depende, en gran medida, de esa hábil contracción necesaria para el desarrollo de la acción, sobre todo cuando la narración ocurre en un tiempo presente de sucesos pasados (o futuros), hasta el punto de que algunas veces el tema y la acción llegan a considerarse independientes de ese curioso transcurso narrativo.
Iván Teruel (Girona, 1980) ha publicado una primera colección de cuentos, donde el tiempo, testigo circular e incesante, se convierte en protagonista absoluto de sus historias. Titula el conjunto, El oscuro relieve del tiempo (2015), y con una especial sutileza transforma su escritura en el correlato recíproco de una sociedad donde la incomunicación, la violencia tanto física como lingüística, el miedo al fracaso, la felicidad como víctima de un amor estrictamente sexual o la sucesiva opresión a que se nos somete a diario, cuantifican y ponen de manifiesto como el valor de la buena literatura sigue vigente; y aunque el suyo, en ocasiones no sea un tiempo, inexcusablemente espacial, se sustenta por una firme determinación memorística.
La brevedad no es una característica arbitraria en el cuento, enlaza con esa consecuencia derivada de la estructura interna del mismo, y cuando tenemos un volumen de relatos por delante poco, o nada debe importarnos que su extensión fluctúe sino que habrá que orientar nuestro interés hacia otros aspectos técnicos como la intensidad, la condensación, la propia tensión o el efecto que puedan producir en el lector; y con estas premisas, la colección de relatos que Iván Teruel pone en nuestras manos, ordenados en cuatro grandes propósitos, se adaptan a las características de un tiempo que el autor presupone necesario y del que se sirve para expresar, de una forma, fragmentaria cuanto de zozobra o de desasosiego contiene un momento como el actual, y tanto es así que las características de una sociedad contemporánea y plural quedan expresamente de manifiesto, incluso las incertidumbres de un momento tan peculiar como histórico. Convocarnos a través de una literatura hilarante y sutil para ser testigos de los límites de una existencia a que hoy estamos sometidos, de eso hay mucho en los cuentos de Teruel, y en tan múltiples facetas como conlleva la condición humana. Secretos y mentiras se esconden tras las páginas de El oscuro relieve del tiempo en mitad de una sociedad caduca como la nuestra que, de la mano del joven narrador, apela a la conciencia humana. Los setenta y dos cuentos que componen el volumen, de variada factura y extensión, se agrupan en cuatro apartados, o aproximaciones a esas peculiares existencias de las que, necesariamente, debemos aprender a lo largo de nuestra vida y, sin duda, nos sentimos familiarizados: Anatomía del dolor, Arqueología del universo, Topografía del horror y Cartografía de la derrota, una auténtica paradoja de singulares propuestas: dolor/ horror y universo/ derrota en las que, de alguna manera, nos reconocemos porque en cuentos como, “Inseparables”, esa dualidad sexo/moralidad convierte el engaño en algo cotidiano, y pese a su brevedad, los relatos del siguiente apartado ofrecen dualidades tan reconocibles como universales, “1996 también fue un año bisiesto”, donde vida/ muerte precisan, o se establecen en nuestra habitual existencia; y el horror que desprende un breve, o minúsculo relato”, “La espera” posibilita ese débil vínculo familiar y la sociedad circundante; y finalmente, esa otra muestra que se corresponde con la cartografía de una derrota, y se traduce en “Destino derecho”, o en ese futuro imperfecto que nos invade cada día de nuestras “miserables” vidas.
El desafío temático que nos propone Iván Teruel en su primera colección de cuentos, El oscuro relieve del tiempo, es sorprendente, va mucho más allá de lógica común, tanto es así que nos sacude, y nos mantiene en una permanente vigilia para salir, al menos, airosos de algunas de las atmósferas tan opresivas como nuestra sociedad despótica. El uso de la ironía en estos cuentos, frente a esa abundancia de falsos sentimientos, cuantifica en mayor medida al conjunto, y aun se añaden las ilustraciones de Mercè Riba que corroboran esas imágenes desintegradas que ofrecen muchos de estos relatos, y sugieren visiones tan turbadoras como simbólicas.
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