Ariadna G. García
En los últimos años se han publicado en nuestro país algunos títulos meritorios –a un tiempo líricos y crudos– para acercarnos a la historia reciente de Vietnam (la novela ilustrada Vietnamérica, de Gia Bao Tran; y el relato biográfico Ru, de Kim Thuy). La editorial Hiperión saca a la luz ahora, en una hermosa y cuidada edición bilingüe, la obra maestra de la literatura vietnamita: La historia de Kiêu, escrita por un mandarín al servicio de la dinastía Le (s. XIX), de quien Ngo Van Gia (profesor de la Universidad de Hanoi) ha dicho estas inapelables palabras: «Un pueblo solo tiene algunos rostros para enorgullecerse y Nguyên Du es uno de ellos».
La historia de Kiêu es una epopeya de 3254 versos, si bien su traductor la ha revestido de un formato de novela. Razones tiene, pues se trata de un texto narrativo que cuenta las desgracias y el peregrinaje de su protagonista, una bellísima joven de origen humilde, durante veinte años por tierras chinas. Es de agradecir que Rafael Labarte Fontecha y Jesús Munárriz hayan tenido el arrojo de traducir y editar esta historia, cumbre de la literatura de un país tan espectacular como desconocido. El poema que nos ocupa, por otro lado, fue llevado a las tablas –prácticamente– desde su misma composición (su delicado y brutal argumento ha nutrido a las operetas tradicionales, al teatro clásico y al experimental), y últimamente ha sido trasladado al cine. Hoy en día se puede leer en veintiuna lenguas diferentes. Su autor, Nguyen Du, también ha recibido un par de reconocimientos universales que lo sitúan entre lo más granado de la Historia literaria mundial: “celebridad cultural de la Humanidad”, Consejo Mundial de la Paz, 1965; y “Hombre de la Cultura” UNESCO, 2013.
La historia de Kiêu es una epopeya poderosamente atractiva por varias razones. Para empezar, porque desmonta algunos prejuicios sobre el género épico. La protagonista, comentaba, es una mujer, y el poema, lejos de relatar la típica constelación de hazañas de un héroe, narra las viscisitudes de una joven que –para salvar el honor de su padre– se vende como concubina a un rico terrateniente, renunciando así a su prometido y a su libertad. En segundo lugar, por la construcción del personaje femenino. Kiêu encarna los valores de su época: la devoción filial (el sacrificio por amor a la familia –he aquí un antiguo precedente de Katniss Everdeen, Los Juegos del Hambre–), el arte (es una vituosa del laúd y de la versificación –no en vano, Nguyen Du se siente partícipe de la cultura del Imperio Chino, que valoraba tanto la lírica que los opositores al cuerpo de funcionarios, en la prueba central, tenían que componer poemas–), la esperanza (“espero que, búfalo o caballo, salde el deber que, bambú y albaricoquero, contrajimos”), la libertad, el recogimiento o la justicia (sobrelleva el destino y lo subvierte, gracias a un segundo amor –encarnado en un guerrero– y a la amistad de una sacerdotisa). En tercer lugar, por la encomiable traducción. El estilo gusta del imaginario modernista: sensual, colorista y metafórico. En cuarto lugar, por los violentos contrastes argumentales de la obra, que tan pronto desciende al abismo de los burdeles (al mundo de la picaresca, de los remiendos de virgos, de las palizas y de las violaciones) como se encarama a lo alto de los monasterios consagrados a Buda (a la paz interior y a la armonía). Y por último, por la crítica que Nguyen Du realiza de las barbaridades del régimen feudal (una letanía de secuestros, venganzas y humillaciones a los más débiles).
La historia de Kiêu merece nuestras horas de ocio para deleitarnos con su lenguaje, para conmovernos con su intriga, y para realizar alguna reflexión sobre cómo podemos vencer las adversidades o nuestra radical soledad por medio de las redes que tejamos con nuestros semejantes.
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