Juan Laborda Barceló
Como un juego, propio de los niños que son, se producen entre los protagonistas de esta novela toda una serie de alumbramientos vitales. Tales sucesos están presentados con la suavidad de una hoja dejándose caer, mecida por el viento de los acontecimientos y el calado de una profunda vivencia.
No podemos dejar de calificar la obra como un texto de iniciación, amable y sentida, a las luces y sombras de una vida plena. La historia es tan sencilla como potente. Kiyama, narrador en primera persona, es un chaval despierto que tiene dos buenos amigos en la escuela, Kawabe y Yamashita. Un día cualquiera, este último se ausenta de las clases para acudir al entierro de su abuela. La muerte surge como un iceberg misterioso en sus tiernas existencias. Al contar lo ocurrido, la pandilla se hace consciente de que nunca ha visto un cadáver. Casi como un torrente llegan a la infantil y alocada conclusión de que deben vigilar la casa de un anciano solitario para presenciar el acto ejecutor de la parca. El sentido cinematográfico de unos chicos apostados en el vano de la vivienda, en el límite de la intimidad doméstica, azuzados por la inquietud es tremendamente evocador.
Las visitas a aquel lugar, y el contacto con ese hombre, será el inicio de una catarsis emocional. Poco a poco, irán descubriendo cosas de aquel anciano, elementos oscuros de su pasado y de ellos mismos que no podrán obviar. Cada uno se mostrará como es y desplegará sus anhelos más sentidos en el proceso de conocer otra realidad. El miedo, el deseo y la esperanza se abrirán paso en sus breves días para venir a instalarse definitivamente. A raíz de todo ello, profundizarán en sus inquietudes y experimentarán a través de peleas y desencuentros. Nadie se libra de cicatrices en el alma en su trayectoria y, el modo en el que los protagonistas llegan a ello es una preciosa metáfora de la vida misma.
Hay, además, en este texto sencillo un esmero por el goce de los sentidos, de lo que sensorialmente nos ofrece la vida. Así, la autora se recrea en el nacimiento de los cosmos en un jardín de final incierto, en las moras que son “como gotas de rocío”, en el frescor de una sandía recién abierta o en el aroma invasivo del pescado. Los descubrimientos llegan, por tanto, en todos los ámbitos, de lo sensitivo a lo emocional: “cosas que existen pero están ocultas, como un arcoíris sale al aparecer el agua.”
Los chavales, en su inexperiencia, se creen dioses hacedores de realidades, a veces generosos sin fin, a veces egocéntricos y envidiosos. Jugarán en un camino de aprendizaje, realizando todo un recorrido de crecimiento y ahondando en su humanidad.
La necesidad de huir, el íntimo padecimiento y el deseo de rehacerse, resuenan como un eco entre estas páginas. Los muchachos aún no lo saben, pero cada vida, por muy rica que sea, traza círculos concéntricos en el sentir y la existencia. El punto de partida, la llegada y los hallazgos son hitos forzados de paso. Tan solo, el hecho de afrontarlos de uno u otro modo, es lo que podemos decidir desde nuestra voluntad. La autora demuestra una exquisita sensibilidad al revisar estos momentos sentimentales, tan ciertos como significativos. No conviene que se lo pierdan.
4 comentarios:
Parece una gozada de lectura, llena de esa belleza sin ideología que a veces tanto se necesita.
Un saldo
Es una de esas lecturas sencillas y potentes que no tienen estridencias. Se recorre con gusto.
Tienes razón, hay veces que resulta necesario acercarse a unas letras sin pretensiones de ningún tipo. Este libro es así.
Gracias por tus palabras.
Un saludo.
Es una de esas lecturas sencillas y potentes. Se recorre con gusto por su forma de acercarse a cuestiones graves, sin una pizca de pretenciosidad.
Gracias por tus palabras.
Un saludo.
Es un texto delicioso por lo sencillo y potente.
Gracias por tus letras.
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