Ángeles Prieto Barba
Con la mezcla de géneros que caracteriza a la novela actual, muchas veces cuesta determinar a cuál adscribimos un libro determinado. Pero yo no tengo dudas ante esta novela romántica de buenos y malos, escrita con soltura y mucha amenidad, sin ínfulas ni pretensiones intelectuales, tal vez al remolque de dos novelas previas que han cosechado un increíble éxito de ventas. Me refiero a El tiempo entre costuras de María Dueñas y a las Palmeras en la nieve de Luz Gabás, novelas romántico-coloniales, claras predecesoras de ésta. Por eso, si consulta esta reseña algún lector que disfrutara sobremanera con las anteriores, he de indicarle que no lo dude: lea también ésta.
Es una novela romántica, que no histórica a mi modesto parecer, porque los hechos históricos sirven de escenario y tramoya para las peripecias de Valentina, protagonista intrépida que va ir cambiando de roles a medida que se desarrolla su vida en Cuba: emigrante pobre, prostituta de lujo y de posibles, rica mujer de negocios. De hecho, si cambiamos el lupanar por una cárcel, la trama se asemeja sobremanera a la del Conde de Montecristo siguiendo rol femenino. Y es que esta novela tiene mucho de folletín romántico decimonónico, sin que esto suene en absoluto peyorativo, pues ya conocemos la afición de grandes hombres de las letras, como don Mario Vargas Llosa, al género. Tal vez por eso acogiera la novela de María Dueñas con entusiasmo. Y asimismo le gustaría esta porque está escrita con el olfato y el oficio de quien tiene ya cinco novelas a sus espaldas y sabe crear ambientes. La gran baza de este libro.
Pues pese a su extensión de más de 750 páginas, nos encontramos ante una novela intrépida que engancha, qué duda cabe. Muy bien dirigida hacia ese lector-tipo al que complacen tanto las editoriales: Mujer de 30 a 50 años, que compagina trabajo con faenas del hogar y que necesita evadirse huyendo a lugares exóticos. Y en este caso, Carmen Santos nos conducirá con bastante organización y documentación previa, mucho orden y criterio, a través de una trama que va de 1858 a 1878, veinte años que veremos correr atrapados por la simpar Valentina en un soplo, casi sin notarlos. De hecho, el libro incluye referencias superfluas y prescindibles que nos permiten seguir la Guerra de Secesión Norteamericana (1861-1865), sin que esta información modifique ni condicione el desarrollo de la acción, por eso insisto en que esta novela, aunque se desarrolle en el pasado, es de lance y de romance muy bien narrado. Al final, es verdad que la Historia dejará caer su peso, pero sólo para librar a la protagonista de una bondadosa admiración labrada a lo largo de la novela. Por eso la Historia está supeditada a la trama, y no al contrario. Igualmente echo en falta una mayor ambición artística en el estilo, esa que permita a la autora conseguir lectores más curtidos y refractarios a los “cutis inmaculados”, a las “piernas torneadas” y a las “mariposas en el estómago”, lugares comunes poco compatibles, a mi modesto entender, con la creación de personajes psicológicamente complejos.
Por lo demás, aquí encontraremos el paisaje, la arquitectura, el ambiente social y el calor de Cuba sin dudarlo, como un amable y entretenido paseo con sombrilla. Por eso muchos agradecerán emprender este trayecto.
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