José Miguel López-Astilleros
Esta novela aparece en un momento en que la crisis económica actual está induciendo a algunos a buscar oportunidades de supervivencia en el entorno rural, desengañados de las grandes ciudades, cada vez más agresivas. Dicha circunstancia hará que el lector de hoy se sienta cercano a su planteamiento inicial, aunque este nos parezca sólo un pretexto para dar la palabra a un puñado de personajes, mostrarnos su interior con minuciosidad y deleitarnos con un lenguaje poético en su mayor parte amable, aunque no exento en ocasiones de una cierta ironía, que podríamos llamar blanca, sin desgarros cáusticos.
Una pareja compuesta por dos treintañeros, Nadia y Martín, ella artista y él investigador universitario, ha llegado a un pueblo de la mano de una enigmática organización, de la que no sabremos nada concreto a lo largo del libro, done apenas hay agua corriente y luz (de ahí el título) y unos cuantos habitantes. Aquí se encontrarán a otros cinco seres humanos, dos, los más ancianos, llevan allí toda la vida, y los otros tres llegaron antes que ellos. A pesar del casi aislamiento del resto del mundo y la soledad en que viven unos respecto a otros, tendrán necesidad de relacionarse entre sí para sobrevivir, lo cual dará lugar a análisis minuciosos de la condición humana en una situación que supone una vuelta a lo elemental, a lo primigenio.
La estructura externa consta de dos partes y un breve epílogo, la primera se titula “Invierno” y la segunda “Verano”, subdivididas en secciones narradas en primera y tercera persona cada una por separado, que no se catalogan como capítulos tradicionales, sino como apartados visiblemente diferenciados. El punto de vista adoptado, como queda apuntado, es el de la primera persona, en la que cuatro personajes toman la voz (Martín, Nadia, Enrique y Damián) para hablar de sus vidas, de las de los demás y para dejarnos reflexiones sobre la vida, el amor, la muerte, la poesía o el arte, entre otros temas. Esta técnica pretende ofrecer una perspectiva múltiple y una interiorización más profunda, y cómo no distribuir la materia narrativa, conjugada a su vez con la intercalación de secciones en las que predomina la tercera persona de un narrador omnisciente, focalizadas la mayor parte de ellas en uno o dos personajes, aunque puedan aparecer más. El resto de los personajes, Elena, Ivana y la niña Zhenia, no gozan de la autonomía y la personalidad de los demás al escatimárseles una voz propia, que no esté mediatizada por los otros o por el narrador omnisciente. Un hecho singular es que hay cuatro personajes femeninos, pero sólo uno de ellos interviene en primera persona, Nadia, quien no por ello dejará de encarnar al papel de mujer débil y sensible, a quien su pareja, Martín, ha de cuidar y proteger, y a la cual él mismo caracteriza en la página 206 como alguien que lucha contra la fidelidad obsesiva que le prodiga a los que ama, ¿quizás como rasgo de debilidad?
Los personajes son seres solitarios, aislados, con un sentimiento de extrañeza tanto por el medio en el que viven, como por quienes conviven en su entorno. Los protagonistas que vertebran el libro son Nadia y Martín, representan el fracaso de una sociedad que busca otra oportunidad lejos de su ciudad, una ciudad que ha sufrido algún tipo de hecatombe apocalíptica, según se nos sugiere, pero que no se nos explica. En el lado opuesto están Elena y Damián, dos ancianos que simbolizan (aunque esta expresión no sea del todo exacta) la persistencia de las antiguas formas de vida rurales, ella subsiste principalmente gracias a la cría de animales domésticos, y aporta la experiencia de la muerte a través de ellos, entre otras cosas; él, en cambio, simboliza la agricultura, el que enseña a los jóvenes a cultivar la tierra para sobrevivir. Enrique, por el contrario, pivota entre el mundo de aquellos y el de estos, puesto que llegó antes de ellos. De todos modos, pensamos que el verdadero protagonista es el lenguaje poético utilizado, aunque a veces asfixia lo narrativo, haciendo que el argumento y la intriga se vean menoscabados.
Por si se va la luz será bien acogida, sobre todo, por aquellos que gusten de ensimismarse en el lento paladeo de las palabras, más que por quienes busquen una trama sólidamente urdida. Esta primera novela de Lara Moreno es un buen punto de partida para las que vendrán, ya que posee dos ingredientes indispensables para hacerlo posible, lenguaje y sensibilidad.
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