Jaime Valero
En unos tiempos como los que corren cabe esperar una cierta proliferación de obras de marcado carácter social que sirvan tanto a modo de radiografía de lo que nos está ocurriendo a nivel colectivo, como para canalizar las carencias y frustraciones del individuo de a pie, al que como siempre le toca pagar los platos rotos causados por los excesos de quienes ostentan el poder. Algo que cobra todavía más sentido en una literatura con una tendencia realista tan marcada históricamente como la española. Quienes antaño plasmaban las profundas heridas dejadas por el cisma fratricida de la Guerra Civil, las penurias económicas y alimenticias de la década posterior o la desolación de los entornos rurales a medida que su población emigraba a la gran ciudad, hoy podrían hacer lo propio con la crisis de los mercados, la degradación de la democracia y el estado de bienestar, o las burbujas financieras (con la inmobiliaria a la cabeza) que han sumido a buena parte de la población en el umbral de la pobreza. El problema de estas obras es, ahora igual que antaño, la credibilidad conseguida por el autor. Cuando nos acercamos a libros que abordan de forma directa, y con un sesgo más o menos ideológico, cuestiones de tan candente actualidad, no podemos dejar de preguntarnos: ¿Se tratará de un oportunista? ¿La visión de este autor me aportará algo o estamos solo ante una estrategia para sacar rédito de los problemas que asolan a la gente? Son preguntas a las que no siempre resulta fácil dar respuesta, aunque hay ejemplos donde la honestidad del autor está fuera de toda duda. Es el caso de Rafael Chirbes (Tabernes de Valldigna, Valencia, 1949), cuya mirada literaria siempre ha estado de parte de los más desfavorecidos, de los olvidados por la sociedad, de aquellos para los que cada nuevo día es una nueva lucha por sobrevivir.
Chirbes comenzó su carrera literaria a finales de los 80 con la publicación de la novela Mimoun, a la que siguieron otros títulos destacados como La larga marcha o Los disparos del cazador. No obstante, su consagración llegaría más tarde con la publicación de la contundente Crematorio (2007), que abordó los años del ladrillazo en la costa mediterránea y que fue adaptada con éxito a una miniserie televisiva. Crematorio es además el antecedente perfecto de la obra que hoy nos ocupa, pues si aquella era el recuento de los excesos, las artimañas y la falta de escrúpulos que caracterizaron los tiempos de la especulación inmobiliaria, En la orilla es el retrato de la miseria y la desolación provocadas por dichas prácticas. El planteamiento narrativo también funciona de una forma similar, con un suceso (en ambos casos, una muerte) que sirve como detonante para dar comienzo a la narración, que pasa entonces a convertirse en un denso prisma compuesto por las vivencias de sus personajes. Chirbes nos acerca a ellos (a Esteban, en el caso de En la orilla, quien se vio obligado a cerrar su carpintería y hace balance de los procesos que dieron lugar a su ruina, familiar y profesional) con una mirada muy humana, con honestidad, sintiéndose cómplice de sus alegrías y sus miserias, consiguiendo que sean algo más que simples arquetipos pensados para denunciar una situación concreta. Esteban, al igual que el resto de personajes que se dejan ver por estas páginas, es un fin en sí mismo, no un medio para que el autor se luzca compartiendo sus lúcidas interpretaciones de la realidad. Es por eso que las novelas de Chirbes funcionan, por eso nos las creemos, por eso tienen un carácter atemporal que seguirá conservando su fortaleza cuando regresen los tiempos de bonanza.
A pesar de esa cercanía con el lector y con los tiempos que vivimos, En la orilla no es una novela de fácil digestión. Chirbes huye de las florituras y basa la belleza de su estilo en la inmediatez, con una forma de expresión que casi nos recuerda a la del relato oral; pero a cambio dota al conjunto de una estructura compleja con continuos saltos entre el presente y el pasado, y numerosos personajes que van dando consistencia al entorno del protagonista. Pasajes densos donde hay que prestar atención para encajar las relaciones que se plantean entre los personajes y poner en orden los acontecimientos que han marcado la vida de Esteban. La digestión también puede ser complicada porque, al igual que Esteban, es probable que durante la lectura volvamos la vista atrás y hagamos recuento de todo aquello que nos ha llevado hasta nuestra situación actual, con el riesgo de que no nos guste todo lo que veamos en el espejo de nuestras vidas.
1 comentario:
Amigo: Relato Oral? Ni por asomo! Palabras, palabras y más palabras! Parrafadas y parrafadas! Muy pantanoso todo, para coincidir con el ambiente de la novela. Cambiará alguna vez la novela Española? Cuándo será lo suficiente moderna como, por ejemplo, El Quijote?
Un gran saludo
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