Ángeles Prieto Barba
Ciertamente, los numerosos fans del ya prestigioso investigador criminal don Fernando de Rojas, nos hemos visto gratamente sorprendidos porque le haya salido una “paredra” como esta en época contemporánea. Ya no está solo. Pues todos aquellos que considerábamos sin duda, que el personaje creado por Luis García Jambrina (Zamora, 1960) era un adelantado a su época, finales del siglo XV, nos hemos encontrado ahora con esta intrépida Aurora Blanco, agraciada imitadora con tacones, que husmea con idéntico valor y desparpajo los bajos fondos de la postguerra para descubrir a un asesino de prostitutas nada menos. Y es que esta última novela del profesor Jambrina, siempre muy lejos de toda fatuidad académica, no sólo comparte autor con las dos anteriores, es que tiene mucho en común con ellas. Por ello, considero que su lectura debería ser emprendida por los seguidores de la serie anterior con entusiasmo, pero además, servir para que se sumen o incorporen nuevos lectores.
En cuanto a su génesis, el propio autor nos confiesa haberse inspirado en un personaje real muy admirado por su abuelo, Margarita Landi. Una rubia teñida de ojos inteligentes, a la que recordamos fumando en pipa, que trabajaba para un periódico de sucesos pleno de morbo: El Caso. Semanario que desde 1952 hasta 1987 sirvió para conjurar temporalmente el aburrimiento y las telarañas mojigatas de aquella época gris. Como viuda joven, diplomada en criminología y conductora de un descapotable, Margarita Landi no se arredraba a la hora de plantear hipótesis y resolver casos espeluznantes, en parte por su intrepidez, pero también porque disfrutó siempre de magníficas relaciones con aquellas temidas fuerzas del orden que le suministraban informaciones valiosas. De este modo, y con estos datos biográficos, Jambrina ha compuesto un personaje bastante fiel al original que imita, en una trama ciertamente entretenida acompaña por personajes singulares y pintorescos como Emilio el camillero, aunque no seamos forofos, como es mi caso, de la novela negra y policiaca al contrario que mi propia abuela, otra fiel admiradora irreductible de esta increíble señora.
Uno de los grandes aciertos del libro es abordar la postguerra con mucha lucidez y un constante humor sano y no crispado, con la ironía justa para que percibamos con nitidez la censura o las injusticias sociales, bien presentes en la novela, pero sin que la crítica al sistema se convierta en el tema principal de la misma. En absoluto. Porque lo que nos conduce gratamente hasta el final es la trama dosificada con oficio, además de compartir con el autor una debilidad sentimental insoslayable, presente en todas sus novelas, como es el amor hacia esa Salamanca que enhechiza. De hecho, bien podríamos decir que esta novela continúa las anteriores porque constituye otro claro homenaje a la Atenas castellana. Es por ello que Aurora Blanco se adentra en su barrio chino para que la conozcamos mejor, haciéndonos ir más allá del fastuoso escenario ya vislumbrado por todos de Plaza Mayor, iglesias, conventos y palacios.
Es sólo que al cerrar el libro con provecho, nos asalta la duda y una irritante cuestión queda en el aire, ¿continuará el autor con Fernando de Rojas, culminando siquiera una trilogía gloriosa, o seguirá embarcando a doña Aurora en peligrosos y turbios menesteres? Porque mucho me temo que con el simpar García Jambrina nunca se sabe.
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