Rubén Romero Sánchez
El francés Stéphane Chaumet es un escritor versátil que tan pronto publica poesía como nos sorprende con esta conseguida primera novela que bucea en los entresijos de la guerra de Argelia y en las consecuencias que tuvo para toda una generación en el país vecino, consecuencias que aún se observan en el aumento del miedo al otro y en el apogeo de los partidos ultraderechistas en las últimas elecciones francesas.
Chaumet hilvana una historia, contada a varias voces, sobre la pérdida de la inocencia, sobre la asunción de la culpa como engranaje de una vida que ha perdido su sentido y sobre la imposibilidad de la redención.
La novela, que se abre con un fabuloso capítulo acerca de los desastres de la guerra, desde la perspectiva de un muchacho de veinte años que nunca volverá a ser el mismo, y que en muchos pasajes se asemeja al mejor Céline de Viaje al fin de la noche —sin el sarcasmo del gran escritor fascista—, nos muestra a unos personajes en constante búsqueda de algo que hasta ellos mismos saben que les hará daño.
Un hombre que ha perdido todo lo que un día tuvo repasa su vida en las trincheras, sumergido en una espiral de odio, violencia y sinsentido: «Esta vez suspendieron al árabe por las manos, atado a las anillas, con el cuerpo oscilando en el vacío, como una carcasa de matadero, a pocos centímetros del suelo, y le rociaron con agua. Luego le colocaron unos electrodos debajo de los ojos, en los pezones, en el glande» (pp.22); un abogado de origen argelino ve cómo su mundo se desmorona cuando descubre que su padre traicionó a su pueblo uniéndose a los opresores («Pues se trataba de eso, de una cacería de ratas, de detener una invasión de ratas que irrumpía en las calles de París, que traía consigo la peste y la angustia, y amenazaba el orden público y civilizado» [pp.107]); dos jóvenes buscan en la cercana y al mismo tiempo extraña África a una desconocida mujer mencionada por un suicida en su carta de despedida («Nunca volvimos a evocar aquel instante, jamás osamos hacer la menor alusión. Como un secreto que nos pertenece, imposible de compartir con palabras» [pp.180]).
Y así, sin concesiones, a través de un lenguaje poético en la sequedad de su forma, sin asideros positivos, sin esperanza, los personajes deambulan como marionetas en manos de un destino que ha perdido la fe en los hombres.
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