Ángeles Prieto Barba
No conozco pregunta más estúpida para formular a un historiador que la siguiente: “¿en qué época te hubiera gustado vivir?” Pues cualquiera con una mínima formación sabe de sobra que no hay otra mejor que esta. Grandes catástrofes, enfermedades incurables, hambrunas y guerras, los cuatro jinetes del Apocalipsis y alguna calamidad más proporcionaron a nuestros antepasados unas existencias cortas y muy duras, convirtiendo en dificultosa tarea la mera supervivencia.
Pues bien, grandes ejemplos de condiciones extremas de vida lo vamos a encontrar en este libro de historia fabuloso, el mejor sin duda de los que llevo este año leídos, incluyendo El gran mar, completo periplo por el Mediterráneo de David Abulafia, enorme obra de síntesis que precede ante los lectores españoles a estos Imperios del Mar, libro-lupa que se centra en el tumultuoso siglo XVI. Obra que no plantea hipótesis, especulaciones más o menos arriesgadas y que no aplica filosofías ni ideologías, sino que se limita a relatarnos la escalada de sucesos que conducen a la confrontación final de Lepanto. Y en el cómo lo hace se encierra toda la genialidad de este libro, en un despliegue narrativo realmente portentoso: estamos allí, vemos qué ocurre, lo sentimos. De hecho, espero con los dedos cruzados que la editorial Ático de los Libros, al estrenar tan dignamente su colección de Historia con semejante título, no olvide encargar de inmediato la traducción de 1453, obra del mismo autor que merece llegar también a los lectores españoles.
El secreto de la maestría narrativa de Crowley quizá lo encontremos rastreando en su biografía. Pues nace en Cambridge, pero crece en Malta, Grecia y Estambul. Y como hijo de un oficial de la marina británica, acompañó a su padre en muchos viajes. Es decir, que estamos ante un historiador que no se ha formado únicamente entre libros y documentos polvorientos, sino que cuenta también con auténticas experiencias de vida respecto a ese mar concreto del que nos relata su etapa más turbulenta. Esto se traduce en que añade una profunda carga emocional al texto que vamos a captar de inmediato, provocando un seguro entusiasmo que nos atrapará sin remedio tras la lectura del primer capítulo, la caída de Rodas.
Y es que en todo momento Crowley aparca cualquier actitud sentenciosa y pretenciosos afanes de lucimiento para atenerse a los hechos, describir los dos bandos o culturas en pugna y minuciosamente relatarnos sus conflictos in crescendo: el pirateo de los hermanos Barbarroja, el fracasado asedio de Malta, el aplastamiento de la rebelión en las Alpujarras, los terribles sucesos de Famagusta, el despellejamiento en vivo de Bragadin, su defensor, y la gran batalla de Lepanto como respuesta. Por descontado, aquí no hay alianza de civilizaciones que valga porque ante este cuadro tremendo no fue posible en ningún momento, algo que podemos entender perfectamente recorriendo en la actualidad las orillas mediterráneas y certificando que siguen cubiertas de fortificaciones de la época en su mayor parte. Demasiados intereses económicos, sociales, culturales, religiosos y de dominio estaban en juego y perder significaba entonces la esclavitud o la muerte. Cualquier comparación con esta época no sería sólo absurda y anacrónica, sino también estúpida como la pregunta que nunca hay que formular a un historiador formado e inteligente.
Como dejó escrito Joseph Conrad sobre el Mediterráneo, en esa obra maravillosa que es El espejo del mar, ya no queda rastro púrpura que enturbie el azul profundo de sus aguas clásicas, pero no podemos olvidar que somos el resultado de aquellos enfrentamientos. Si los turcos no hubieran sido frenados tanto en Lepanto como en Viena, no hubiéramos podido tener esa Revolución Francesa que separó el poder político del religioso en este bando. Esa es una de las dos magníficas razones que encuentro para leer este libro: saber quiénes somos. La otra es descubrir el porqué con magistral orden y detalle.
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