Ángeles Prieto Barba
Espero que estas palabras no parezcan una recensión, y de hecho no quiero escribir una, sólo transmitiros un aviso honesto y urgente con eficacia. Una alerta especial dirigida a lectores avispados que no se dejan engatusar por campañas publicitarias de aparentes volúmenes repletos de tonterías, esos que necesitan cinco meses de bufidos para terminarlos. Tomos aparatosos que luego dejamos coger polvo en los estantes o que entregamos a nuestra tía-abuela Manolita como regalo. Pobrecilla.
Os lo aseguro. Con la mano en el corazón: esto no va a ocurrir con Drink Time!, libro enorme de modesto tamaño y apariencia que lo mismo no perciben nuestros ojos en cualquier mesa libresca plena de fastuosidades llamativas. Estad alerta. Porque es sencillo, nada aparente y parece breve como un catecismo, pero el caso es que su contenido denso y vivaz necesita varias lecturas emocionadas, que es lo que a mí me ha pasado, concretamente cuatro. Y eso que termina muy malamente como sin duda nos aseguraría Elpida, digno e imponente personaje que en él se encuentra. Para mayor clase y distinción, encima no importa que os desvele la trama. Allá voy.
Sí, la intriga da lo mismo puesto que Drink Time! es a la vez un retrato y una despedida desplegada en capítulos cortos y bien estructurados, alcanzando a través de los mismos una aproximación progresiva al escritor Patrick Leigh Fermor, Paddy para quien se le acercó y O kirios Mihalis (el señor Mihalis) para sus admirables vecinos cretenses, libro que coincide en el mercado editorial con una completa, documentada e impresionante biografía de Artemis Cooper sobre este verdadero Ulises contemporáneo y nada mítico, sino cálido y cercano. Pero ocurre además que la espléndida imagen que Dolores Payás nos brinda en este libro, una fotografía tan brillante y hermosa del personaje como la puesta de sol en una playa, es tan imprescindible a la hora de entender a Paddy, como la biografía citada. Estoy convencida de que hay que leer ambos libros, así como los del propio autor, para vislumbrar y empezar a adquirir la sabiduría que nos es más necesaria: la de cómo afrontar la vida. Eso que hoy día no puede proporcionarnos ningún tonto libro de autoayuda y sí sus eruditos y mal denominados “libros de viaje”, como Dolores nos indica, porque el inmenso periplo recorrido en ellos (El tiempo de los regalos, Entre los bosques y el agua, Mani o Roumeli, entre otros) aborda ante todo el interior de nosotros mismos. O porque quizá de las tres preguntas que el hombre se hace constantemente, ese qué somos, de dónde venimos y adónde vamos, la más difícil de responder sea la primera. Y los “libros de viaje” de Paddy contestan con asombro y alegría precisamente a esa.
De hecho, por este deslumbramiento feliz y apasionado que siempre mostró hacia la naturaleza humana, a la que dedicó su vida, despedir a Paddy es sólo un hasta pronto o un hasta luego. Nos queda la confianza de que volveremos una y otra vez a encontrarlo escondido en cualquier hermoso paraje de este mundo. O alojado en otras personas mágicas con las que de tarde en tarde nos topamos. Pues este hombre, y a través de este libro preciso, nos lega una lección de saber estar hasta el final inolvidable, narrada aquí en voz baja y sin alharacas pero con penetración cariñosa, y a las hondas palabras de Dolores me remito: «Vuela el tiempo, acumulamos demasiada información, perdemos la inocencia. Nos vemos obligados a tratar con la estupidez y la traición, la fealdad, la codicia, la violencia. Y al envejecer descubrimos que lo más espinoso del proceso no son las arrugas, ni siquiera el deterioro físico, sino eludir la tentación de la amargura. Paddy salió victorioso de esa tenebrosa trampa.» Sin duda, así era él, despreocupado de sí mismo, curioso siempre. Y en este eficaz retrato lo vemos moverse por su ambiente y en su casa como si estuviera en la nuestra.
Fundamental este tema de la vejez asociada a la pérdida de facultades y cómo debemos afrontar la despedida final porque no basta la entereza, requiere también amor. Tal vez el secreto se encuentre en esos tragos sagrados que tomaba Paddy religiosamente, a la misma hora, contemplando a su querido mar Mediterráneo, ese que ha conocido tantas batallas, pero en el que no queda ningún rastro púrpura que enturbie el azul profundo de sus aguas clásicas, como afirmó Conrad. Presiento que en cierta manera se produjo una mímesis del mar con este digno representante suyo ya sereno, que no aplacado. Por eso apuntémonos al Drink Time!, mientras podamos. Y consigan ese libro, no lo dejarán olvidado.
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