Salvador Gutiérrez Solís
Han escondido los juguetes en el baúl de la memoria, apenas ya pisan la pista de baloncesto y prefieren quedarse en la grada, fumando, escupiendo, hablando de sus cosas. Son cosas nuevas, no todas buenas, diferentes, cosas de niños que quieren ser hombres lo antes posible y dejar de ser niños —lo antes posible—. Los primeros cigarrillos, cerveza y chupitos de güisqui. Los primeros besos, esas caricias en el portal. El barrio es oscuro cuando el reloj avanza y los callejones son el escenario de reyertas, intercambios y demás negociaciones, y hay que cuidar el barrio, hay que defender el barrio y, sobre todo, hay que dominar el barrio. Hay otros como ellos, otras pandillas, que también se han marcado el mismo objetivo. Son los años sesenta y ellos son los Wanderers.
Richard Price, al que una inmensa mayoría descubrimos gracias a la majestuosa The Wire, debutó en la literatura a los veinticuatro años con The Wanderers. Las pandillas del Bronx. Una soberbia postal de la adolescencia como un tiempo en la frontera de la vida, entre la niñez y la juventud a la vuelta de la esquina. Tiempo de transformación, la mariposa vuela por sus propios medios, con sus nuevas alas, tratando de encontrar y encontrarse.
Lawren Kasdan filmó la prodigiosa Reencuentro y Richard Price escribió The Wanderers, y ambas obras pueden entenderse como eslabones de una misma cadena, situadas en lugares diferentes: al principio y al final. También podríamos referirnos a American Grafitti, de Lucas, y hasta a Rebelde sin causa, del ojeroso James Dean, pero temo que empezaríamos a alejarnos demasiado. Las primeras obras de Spike Lee —antes de perderse en su propio laberinto—, incluso, podrían entenderse como una actualización de la novela que nos ocupa.
The Wanderers narra la adolescencia, a ratos salvaje, a ratos solitaria, siempre emocional, de un grupo de chavales de barrio en los trepidantes y confusos años sesenta. Richard Price se apoya en lo que podríamos calificar como “realismo melancólico”, un realismo que no renuncia a su capacidad informativa, a la fotografía social y personal, pero que mantiene la emotividad y transparencia de los personajes. Una adolescencia de mitos, ya sean musicales, deportivos o cinematográficos, pero también la mitología de los chicos duros, que imponen su poder con una sola mirada, o de los chicos aventajados sexualmente, que narran sus conquistas, sus experiencias, ante el asombro de quienes les escuchan. En este sentido, Price se abraza a la épica, sobre la que se construye la mitología, para descifrar algunas de las claves más representativas de la adolescencia. El descubrimiento forma parte de la épica, pero también la conquista, la sensación de haber sido el primero en llegar.
The Wanderers es una novela soberbia, fresca, brillante, desnuda en cuanto a su sinceridad, seca y áspera cuando lo requiere, divertida en su justa medida, magistral en su desarrollo, perfecta en la elección de las herramientas y materiales que utiliza Price para enmascarar el artificio literario, para dotarlo de una cercanía, de una emotividad, que nos roza la piel.
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