Nabor Raposo
Existen ejemplos de obras narrativas que, pasado cierto tiempo, materializan su carácter visionario al haber anticipado, con su publicación, los cambios que la sociedad experimentó después. Orwell y su 1984 tal vez constituyan el paradigma más citado. Sin embargo, muy pocos escritores se han atrevido a catalogar en vida su producción como un conjunto de obras maestras de la Literatura universal sin suscitar la burla y el escarnio de sus contemporáneos. Tal vez la única excepción sea James Joyce (1882-1941), quien dejó dicho sobre Ulises que señalaría «una nueva orientación de la literatura […] por mucho que critiques el libro, hay algo que no puedes negar que he logrado: liberar a la literatura de sus viejas ataduras […] hazte cargo de que se ha iniciado un nuevo modo de pensar y de escribir, y quienes no se amolden a él se quedarán atrás». Lo que en boca de cualquier otro escritor podría considerarse, en el mejor de los casos, una boutade sujeta a las interpretaciones más arriesgadas, en la pluma del irlandés más universal hoy sienta cátedra. Incluso Hemingway, que era el más arrogante de todos, confesó que cuando vivía en París en los años veinte solía deambular por Shakespeare & Co., la librería de Sylvia Beach, con la esperanza de verle. Tal vez porque sabía, ya entonces, que Joyce tenía razón. El resto, casi un siglo después, no deberíamos tener reservas para concedérsela.
Federico Sabatini (1973), catedrático de Lengua y Literatura inglesa en la Universidad de Turín, recopila en este libro una serie de citas, apuntes y diversos escritos obra de Joyce que versan sobre la cuestión artística –en su sentido más amplio y etéreo–, el proceso creativo y el oficio de la escritura. Todos los textos han sido extraídos y seleccionados principalmente de la producción narrativa del autor de Dublineses y de la correspondencia que mantuvo con familiares y editores, además de algunas conversaciones publicadas en otros volúmenes de carácter biográfico.
Sobre la escritura consta de dos partes diferenciadas: la primera, referente a "La obra de arte", aglutina el pensamiento joyceano sobre la definición de esta materia, los conceptos de estética y epifanía, el proceso de la escritura, los estilos literarios y demás cuestiones como la imaginación, el lenguaje y otras reflexiones muy personales sobre la labor de los críticos y editores. La segunda se centra más en la figura del artista, e ilustra desde su propia perspectiva las preocupaciones de todo escritor. El conjunto constituye un óptimo complemento ensayístico para acercarse a las obras capitales del escritor más influyente del Siglo XX, bajo la premisa tan extendida en la crítica especializada que dicta estar todavía “aprendiendo a ser los contemporáneos de Joyce”.
Y es que las tesis revolucionarias planteadas en su día por el autor siguen cobrando vigencia y manteniendo ocupados todavía hoy a críticos y estudiosos en universidades y estamentos literarios de todo el mundo. Joyce liberó al arte de la tentación de convertirse en una mera imitación de la vida: apelando a las sutilezas y ambigüedades de la inteligencia moderna, empleó su escritura como un instrumento para recrearla. Así, reinterpretó la literatura en un ámbito cercano a las matemáticas, ensalzando sin cortapisas sus condiciones de realidad y pureza. Llevó las posibilidades de la disciplina hacia límites desconocidos hasta entonces a través de un método evolutivo que recurría a la experimentación lingüística con una sola finalidad, la estética, lo que entrañaba asimismo llevar a cabo una reinvención del género; de todos los géneros, en realidad. El experimentalismo narrativo y estilístico constante en su obra no conocía precedentes.
Despojado de cualquier vestigio de riguroso academicismo, Sobre la escritura nos ofrece una muy breve pero saludable iniciación a las obras de mayor rango del "escritor total", los dos exponentes que más y mejor condensan sus tesis narrativas: Ulises, con la que intentó y consiguió “que cada episodio creara su propia técnica”, y Finnegan’s Wake, el libro con el que Joyce “puso a dormir el lenguaje corriente”: un extenuante reto interpretativo que le exigió exprimir al máximo todas y cada una de las partículas más pequeñas del lenguaje, las unidades fonéticas de las palabras y sus raíces etimológicas. «He introducido tantos enigmas y acertijos que [el libro] tendrá a los profesores ocupados durante siglos discutiendo sobre lo que quise decir». Puede que la prudencia desaconseje erigir a Joyce como el Mesías de la Literatura Universal, pero tal vez no deberíamos escatimarle su condición de profeta: la novela, publicada por primera vez en 1939, aún no ha podido ser traducida íntegramente al castellano.
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