Ángeles Prieto Barba
No considero tarea sencilla narrar la apasionante vida de Patrick Leigh Fermor, con seguridad uno de los mejores autores en literatura de viajes del siglo XX. Tal vez el mejor, porque combinó como ninguno singulares dotes de observación, pulcritud y desvelo en la escritura y una apuesta vital, alegre y extraordinaria en su afán de aventuras, ya que hablamos de un señor capaz de atravesar a nado el Helesponto con 69 años encima. Por lo que elaborar una biografía de alguien así no es nada fácil, si tenemos en cuenta que un escritor tan popular y querido abandonó este mundo dejando su rastro en múltiples documentos y testigos, que han debido ser consultados con rigor exhaustivo para la elaboración de este libro. Una biografía elogiosa, como no podía ser menos, toda vez que su autora siempre estuvo cerca del autor, unida a él por lazos casi familiares, ya que su abuela Diana Cooper fue su mejor y más fiel amiga.
Ahora bien, en su claro esfuerzo de síntesis, ya que los datos recopilados han sido abundantes, Artemis no se molesta en ocultarnos algunos aspectos menos gratos del personaje. Me refiero al incumplimiento de sus obligaciones familiares, ya que no atendió lo debido a sus progenitores y asimismo mantuvo durante muchos años una posición claramente reacia al matrimonio con la pareja que compartió su vida y lo sostuvo económicamente. Se recogen asimismo torpezas, infidelidades, una muerte accidental y algún que otro sablazo a las amistades. Y es que no se puede disfrutar de una vida peregrina y relativamente lujosa, como la de Patrick, sin ser conscientemente egoísta con el tiempo y los cuidados que requieren los demás. Por ello estamos ante un libro-homenaje, nunca ante una hagiografía o lanzamiento de flores sin recato. Defectos del biografiado que, en cualquier caso, van acompañados también de grandes virtudes: el sentido del humor siempre presente, valentía, elegancia, pudor y responsabilidad en la escritura, siempre cuidada y respetuosa, dirigida a un lector cómplice, a un lector brillante como uno mismo. Añadiría que sólo conozco en toda España a un autor de esa talla y ese es Mauricio Wiesenthal, con quien guarda no pocas similitudes.
Los principales hitos aventureros de Patrick son los que sin duda reciben mayor atención, amplitud y cuidado en el libro. Fueron dos. El primero, su grand tour iniciático en la vida viajera, que llevó a cabo con 18 años atravesando Europa en una larga caminata nostálgica de Rotterdam a Estambul. Un viaje romántico en compañía de las Odas de Horacio cobijadas en la mochila, por un Continente que desfallecía ya en 1993, teniendo como principal síntoma de decadencia el ascenso del grosero partido nacionalsocialista, pleno ya de matones. El segundo, su papel activo en las filas del Servicio de Inteligencia del ejército británico durante la II Guerra Mundial, donde con ayuda de la resistencia cretense, logró secuestrar con éxito y muchísimos riesgos a Heinrich Kreipe, general de las tropas alemanas de ocupación. Hazaña que le proporcionaría fama, sobre todo tras una película sobre estos hechos protagonizada por Dick Bogarde.
Aunque no menos encanto nos proporciona relatos de otros grandes periplos por todo el Mundo: el Caribe, el Himalaya, Asia Menor, subida al Monte Olimpo, los monasterios bizantinos o el mundo inca. Y con sonrisas descubrimos que, entre ellos, no faltó nuestro país llegando a realizar la romería del Rocío. Un país donde dejó también una gran amiga. Me refiero a Dolores Payás, la traductora eficaz de este libro estupendo y autora asimismo de una instantánea del personaje, al final de sus días, que no deben perderse. Se trata del breve y precioso Drink Time!, que acaba de publicar Acantilado.
Recomiendo leer despacio y con provecho ambos libros porque no sólo nos lanzarán de cabeza sobre la obra de Patrick que aún no hayamos leído, sino también porque nuestra vida no es más que un continuo “ir a” o “venir de” y a medida que aprendemos con este autor a viajar atentos, a estudiar y a querer a los personajes que encontramos en nuestros periplos, aprendemos también a existir. Sólo así nos ganaremos el epitafio griego que sin duda mereció Patrick Leigh Fermor, quien “vivió apasionadamente” hasta el último momento.
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