Fernando Sánchez Calvo
Luna Miguel siempre ha estado vinculada al mundo del arte, por herencia y por talento, pero como especifica en uno de los poemas del que hasta ahora, para un servidor, es su mejor libro, había estado demasiado centrada en sí misma («Pasé veinte años diciendo / Yo./ Ahora no sé nada de poesía.») Es normal. Tiene poco más de veintidós años. Otros necesitan toda una vida para enterarse de que alguna vez hay que salir de uno mismo para entrar en los demás.
La tumba del marinero es su tercera colaboración con la editorial cordobesa La Bella Varsovia y en mi opinión representa un giro en su trayectoria. ¿De qué estamos hablando? O dicho de otro modo: ¿cuáles son los temas o angustias principales de esta sortija de poemas y breves reflexiones? O dicho de otro modo: ¿de qué trata La tumba del marinero? La respuesta puede ser múltiple: de un marinero que nunca ha pisado el mar, de la enfermedad continua que es la vida, de las breves tragedias domésticas que se analizan pero también se sufren mucho mejor en la distancia, del padre, de la madre, de una misma, de la herencia de la sangre a través de los cuerpos, del cáncer o del azúcar. La respuesta también puede ser única: La tumba del marinero es un tratado del dolor y, si se quiere, unas instrucciones no para combatirlo sino pasar saber simplemente cuándo y cómo se presenta.
Y ahí precisamente está su evolución como persona y como poeta. El poema ha dejado de ser algo que se vomita para que lo analicen los demás. El poema ha pasado a ser la propia biopsia de lo que Luna ha encontrado en la calle, en la distancia, en casa. Cuando lleguen los resultados ya veremos cómo actuamos. Hasta entonces, con reconocerlo, con ser consciente de lo que ocurre, basta.
Los que conozcan a Luna Miguel se emocionarán al leer libro, sobre todo la parte central, “Interludio Clínico. Museo de cánceres”. Los que no la conozcan también. Es lo mínimo que te puede pasar cuando lees que alguien es capaz de meter todo el dolor del mundo en estas palabras: «¿Qué son los dioses sino vómitos? ¿Qué son los vomitos sino aquello que el cuerpo no comprende?». El Leopoldo María Panero más salvaje, el que se tiró de cabeza contra el dolor, se ha reencarnado en el cuerpo de otra compañera de profesión y talento más de treinta años después.
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