martes, julio 30, 2013

Nueva York a diario, Hilario Barrero

Impronta, Gijón, 2013. 296 pp. 16 €

Ángeles Prieto Barba

Muchos lectores solemos acudir al ensayo cuando la impostura de novelas o cuentos no nos convence, nos agrede o nos harta. Rara vez nos acogemos a un género que considero híbrido, a medio camino entre la ficción y la no ficción como es el diario, porque para su elaboración han de sortearse todas las trampas de la imagen social y también de la memoria inmediata. Y es que ese presente real, el único que conocemos, también se nos escapa cuando intentamos a posteriori traducirlo en palabras. No obstante, no conozco disciplina literaria que establezca un puente más cercano y cálido entre escritor y lector, un diálogo atento, sencillo y paciente, puesto que la poesía, la buena poesía, va más allá: nos hiere, enternece o arrebata.
Y ya es hora de proclamar que tenemos muy buenos diaristas en nuestra tierra. Sobre todo, tras cerrar esta última entrega de Hilario Barrero, precisamente la mejor de todas las publicadas. Mérito del escritor-poeta que ha sabido transmitirnos con mayor concisión, lucidez e intensidad que nunca sus principales vivencias, emociones y reflexiones mediante una plática cómplice en la que nunca nos sentimos ajenos. Y quizá sea esta cualidad sobresaliente la que distinga a los diarios de Hilario de los elaborados por otros autores, aquellos en los que el peso e interés principal recae en descripciones más o menos prolijas de la vida académica o literaria, con especial acento en el tortuoso cursus honorum del escritor español. Que no es el caso de Barrero, autor de gran valía y objeto ya de los debidos reconocimientos, pero cuya existencia es más rica o menos limitada y se asemeja a un puente, tan útil, necesario y transitado como el famoso de Brooklyn, lugar donde reside. Porque en esa vida suya de ida y vuelta constante, entre la mítica Nueva York y nuestro país (Gijón, Oviedo, Avilés, Vigo, Tuy y Toledo, siempre presentes en sus periplos cíclicos), logra hacernos sentir a la Gran Manzana como un lugar mucho más familiar y cercano. A la vuelta de la esquina, puedo asegurarlo. En la superficie y en los subterráneos.
Hilario siempre se dirige a un lector honesto, sensible e inteligente, respeto que se agradece. Personas que han de levantarse cada día teniendo que acudir a sus correspondientes dramas familiares, económicos o personales, idénticos a los de tantos amigos anónimos o conocidos que él detalla, lectores que no podrán asomarse a este diario reflexivo e interrogante sólo para matar el tiempo, sino en busca de respuestas. Y para ellos, prescinde en esta entrega de detallarnos con demasiado esmero sus pequeños asideros o aficiones, como la ópera, los viajes o el arte, así como también aparcará el gran y doloroso tema de la muerte, para poner el acento en lo que sin duda es la razón, causa o leit motiv de su vida, aquello que le otorga toda su plenitud y sapiencia: el amor. Manido sustantivo que, tras cuarenta y un años de convivencia, ha de leerse pleno de sentido, sin lugares comunes y sin cursiladas. Corazón de Jesús que, en esta entrega, le dará algún que otro sobresalto porque el amor verdadero nunca está exento de miedos como los que aquí se reflejan: al paso inexorable del tiempo, a la enfermedad y a la despedida definitiva.
Cuesta imaginar qué hubiera sido de la vida de Hilario de no haberse cruzado casualmente con él la persona que le dio el alma, el corazón y la vida como en el bolero y se lo llevó tan lejos. De hecho, nos lo imaginamos aquí amable, talentoso, social y triunfador, recogiendo solitarias placas de homenajes poéticos por doquier, una tras otra, hasta la placa final. Pero sin duda no sería ese maestro de vida cálido, confidente y comprensivo que admiramos, que nos otorga seguridad y al que tanto queremos. Os invito a conocerlo. Porque también nos arrebata, nos enternece y nos hiere como la poesía, aunque esto sea un diario, y porque nos hace sentirnos mejores personas al hacerlo.


1 comentario:

ISABEL dijo...

Totalmente de acuerdo con el análisis de la obra de Hilario Barrero. Un autor que hace cómplice al lector de sus vivencias, como si de una conversación diaria de amigos se tratase. Enhorabuena a ambos