Ángeles Prieto Barba
Que la derrota del régimen nacionalsocialista valió hasta la última gota de sangre vertida para obtenerla, no es sólo la opinión del historiador Eric Hobsbawm al final de sus memorias, Una vida en el siglo XX, es la conclusión a la que llega cualquiera que se asome estremecido a los planes de futuro que los nazis trazaron para Europa. Pesadilla que hubiera transformado radicalmente nuestras vidas en un porvenir brutal y distópico, adjetivo de origen anglosajón que utiliza en el libro constantemente Gerwarth, y que viene a significar “lo que es contrario a las utopías”, esos proyectos ficticios de sociedades prósperas y felices que sabios como Platón, Tomás Moro, Campanella y tantos otros imaginaron para mejorar la existencia.
Por la misma razón, deducimos con esta certera biografía que la épica ejecución de Reinhard Heydrich, que a posteriori supondría la destrucción completa del pueblo de Lidice con sus ancianos y niños y que llegaría a costar la vida de 4.600 checos en total, ese atentado complicado al que hemos asistido repetidamente a través de películas y novelas como la genial HHhH de Laurent Binet (2010), premio Goncourt, fue totalmente necesario. Siquiera porque este esbirro terrible, como jefe de la Gestapo, de las terribles SS, y Protector del Reich para Bohemia y Moravia fue con Adolf Hitler, el responsable directo de “la solución final” a la cuestión judía. Asunto que ocupa buena parte del libro como factor indiscutible del cursus honorum de Heydrich, quien estuvo verdaderamente obsesionado por “limpiar” genéticamente a Alemania mediante una progresiva y escalofriante toma de decisiones cada vez más drásticas, desde exiliarlos en Madagascar hasta asesinarlos.
Por otra parte, en este libro se recoge también la vida privada de este personaje público caracterizado por su oportunismo, astucia y desconfianza, afición a los deportes, gran capacidad de trabajo y enorme ambición. Un Heydrich que nace en una familia feliz de clase media dedicada a la música, buen estudiante que logró ingresar en la Armada, y de la que se vió apartado bruscamente por un lío de faldas, cuestión que motivó su ingreso tardío en el partido nazi y que abrazara oportunamente sus ideales. Será más tarde cuando, jaleado por Lina von Osten, su esposa antisemita, se aúpe en el Partido mediante ascensos meteóricos y reniegue de su familia de origen, condenándola así al hambre y a la miseria. Y no, no actuó de este modo por esconder un posible antepasado judío como sostuvo Joachim Fest y que nunca tuvo, sino simplemente por librarse de estorbos en su carrera. Nunca fue una persona bondadosa, ni caritativa y eso es todo.
Sus relaciones con otros personajes claves del Reich ocupan el resto del volumen: con Wilhem Canaris, su mentor en la Armada con el que tendría profundas diferencias, con Himmler, del que se llegaría a ser brazo derecho pero al que también hizo sombra, con Eichman o con el propio Hitler. Aunque también hay hueco en este libro para sus víctimas, dado que participó igualmente en el asesinato de Röhm (jefe de las SA), en la famosa Noche de los Cuchillos Largos, hasta entonces amigo personal y padrino de sus hijos.
Tal vez el talón de Aquiles de este Odín implacable radicara en su ego autosuficiente, en creer que a sus treinta y ocho años estaba lejos de la muerte y desafiar a ésta en no pocas ocasiones: sacándose el título de piloto, participando en acciones bélicas y paseándose en un descapotable por toda Praga, sin blindaje y sin escolta. Insensatez absoluta que precipitó su final, al negarse a ser atendido por checos tras sus heridas, tan sólo por médicos alemanes que tardaron en llegar, y nada pudieron hacer por detener la septicemia.
Todo esto, y algunas sorpresas más, descubriremos en esta apasionante y desmitificadora biografía, elaborada por un historiador alemán formado en Oxford y en Harvard, una obra rigurosa, amena y excelente. Por lo demás, a Jan Kubis y Joseph Gabcik, como autores del atentado y honrosos héroes de la patria checa, muchas gracias.
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