Salvador Gutiérrez Solís
Siempre he defendido, y defenderé, frente a los guardianes de la caverna y frente a los cortos de entendederas, el humor en la Literatura. Como género, como recurso, como herramienta, como usted prefiera, hasta como un fin, un objetivo, desde la más absoluta normalidad. Normalidad de la que carece la actual narrativa española, que aún sigue contemplando el humor como amenaza, degradación –subgénero- de la Literatura. No nos llevemos las manos a la cabeza, sucede. Como mucho, está permitido, o se admite, algún brochazo de “fina ironía”, podemos leer en la reseña de turno.
No creo que un género u otro condicionen la calidad de una obra literaria, y podemos encontrar centenares de ejemplos. Tampoco creo en lo contrario, obviamente, no todas las profundas reflexiones interiores son maravillosas ni todas las novelas de humor son divertidísimas, estupendas o birriosas. Simple y llanamente, buenas, regulares y malas novelas. Incluso maravillosas, muy de vez en cuando.
Dicho esto, sinceridad, declaración o aclaración, debo de reconocer que aguardaba con cierta impaciencia la nueva entrega del zaragozano Joaquín Berges, un escritor que sorprendió con sus dos primeras novelas, El club de los estrellados y Vive como puedas, y suponía que el crecimiento, fijar la marca, quedaría más latente en esta tercera entrega: Un estado del malestar.
Un maduro ejecutivo al borde la jubilación, instalado en eso que conocimos como estado del bienestar, y hasta del lujo y del privilegio en esta ocasión, cuando contempla que el abismo se acerca y que le queda muy poca carretera que recorrer –o que le ha dejado de gustar la carretera y hasta el vehículo que conduce- decide dar un giro radical a su vida. El amor, las últimas gotas de pasión y juventud, no dejan de ser más que unas excusas recurrentes –a veces ocurrentes- para abordar desde el pleno convencimiento este cambio de vida.
Un estado del malestar cuenta con dos premisas o circunstancias que juegan en su contra. Una primera absolutamente formal, la portada, que en mi caso particular generó más rechazo que atracción y una segunda argumental: que te creas la historia. O sea, que te creas que un tipo con una mujer guapísima, con un lujoso todoterreno con más extras que el reparto de una película oriental, con una situación social acomodadísima, con un trabajo muy bien remunerado, decida renunciar a todo eso para iniciar una nueva vida. Y que, además, esta nueva vida la encuentre en las antípodas de lo que ha sido su vida –perdón por la repetición-, hasta entonces.
Berges, sin embargo, lo consigue: te lo crees, y nos ofrece una novela rítmica y ágil, que aborda cuestiones trascendentales desde el anzuelo del humor. Picamos. Un recurso que no suele estar del alcance de muchos autores, y del que se reniega más por incapacidad para lograrlo que por rechazo real. Un estado del malestar cuenta con pasajes absolutamente brillantes, ingeniosos e inteligentes, a ratos desternillantes, que demuestran las habilidades de un narrador con recorrido.
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