Ángeles Prieto Barba
De todas las biografías históricas que podemos encontrar en estas fechas sobre la mesa de novedades, la mejor es ésta. Por tres motivos fáciles de definir, sencillos de explicar y que vamos a desarrollar seguidamente: el autor, el personaje y la obra.
Pues Robert Kinloch Massie, que cuenta en la actualidad con ochenta y tres años, es sobradamente conocido en el mundo anglosajón por sus biografías impecables, propias de un historiador bien curtido, forjado en las universidades de Oxford y Yale, pero contando además con una formación periodística de primer orden en el Newsweek y el Saturday Evening Post que lo han convertido en un narrador brillante, impecable y ameno. Y si repasamos su bibliografía, descubriremos además que es experto en cultura, política y sociedad rusa de los siglos modernos y contemporáneos. No es de extrañar que, tras haber publicado con éxito apabullante Pedro el Grande: su vida y su mundo (premio Pulitzer en 1981, serie en la NBC con tres Emmy), decidiera después dedicar ocho años de su vida a la confección de esta biografía que podemos encontrar ahora en nuestras librerías: la de Catalina la Grande, su continuadora. Es casi imposible pues, mejorar esta carta de presentación del autor, un historiador que nos asegura el rigor, la lucidez, la paciencia, la amenidad y el trabajo bien hecho, cualidades necesarias para abordar tan intenso y apasionante personaje.
Porque el siglo de las Luces, ese que vemos plasmado en los libros generales de Historia bajo los signos del progreso, la filosofía y la lucha por la hegemonía europea entre Francia e Inglaterra, guarda asimismo un gran protagonismo político femenino. En este sentido, Catalina la Grande no fue ni mucho menos una figura aislada dentro de ese tablero político dieciochesco en el que jugaron no pocas damas: la princesa de los Ursinos, Isabel de Farnesio o María Teresa de Parma en España, pero también la gran María Teresa de Austria y Catalina de Rusia, sobre la que convergen no pocas mitologías misóginas como la de una voracidad sexual que no fue tal, sino mostrar a las claras sus preferencias por compañeros de cama visiblemente más jóvenes que ella. Aunque también competentes: pues no olvidemos que, algunos de ellos como Orlov o Potemkin, le ayudaron de manera fiel y continuada en sus inmensas labores de gobierno. Un capítulo más de una vida que para el lector muestra otros aspectos mucho más deslumbrantes: cómo enfrentar entonces acuciantes crisis y problemas (peste bubónica de 1771, rebelión de Pugachov, alta mortandad por viruelas, dos guerras contra Turquía, otra frente a Suecia, enfrentamientos con Prusia, particiones de Polonia, Revolución Francesa) y qué hacer, desde la cúspide de un país sumamente atrasado, por mejorar sus condiciones sociales, económicas y culturales, pues no olvidemos tampoco que estamos ante la gran constructora de San Petersburgo y fundadora del Hermitage. Y que no demasiado lejos llegó en ese Estado inmenso, pues habiendo protegido a Voltaire, Grimm y Diderot y siendo firme partidaria de las ideas ilustradas, legisló sin tener para nada en cuenta a la gran mayoría de la población, sometida y analfabeta, en esa esclavitud encubierta denominada “servidumbre”. Gran contradicción de un reinado que al final hubo de vérselas con los ecos de la Marsellesa, ante cuyos clamores revolucionarios terminó imponiendo el cierre de fronteras, la censura de prensa y el inevitable cordón sanitario.
Y todo esto relatado con pulso eficaz, ameno y sumamente ordenado en 794 páginas que se enumeran pronto y se leen con mayor interés y gusto, en una obra confeccionada al objeto de deslumbrar y perdurar mucho tiempo en nuestra memoria. Créanme cuando les digo que de tantas páginas no sobra ni una sola. Que la traducción al castellano está a la altura de esta biografía que no sólo está al alcance comprensivo de cualquier estudiante o aficionado a la Historia, sino también al de esos buenos lectores que quieran informarse, formarse y abstraerse con ella.
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