Juan Laborda Barceló
Aunque el autor ha optado por la fórmula de novela histórica, estas páginas están muy pegadas a los hechos concretos del pasado. Nos estamos refiriendo al leit motiv de la novela: los avatares de los soldados republicanos tras la guerra civil española.
La participación militar española en las fuerzas aliadas durante la II Guerra Mundial es el eje del libro. El texto tiene mucho de ensayo y de ese complejo placer que produce la divulgación amena y rigurosa de nuestro pasado. No en vano datos, ubicaciones geográficas, mapas de recorridos militares (que ilustran magníficamente el inicio del libro), términos de armamento y tácticas son minuciosos hasta el extremo. Incluso los personajes, en su mayoría reales, son colocados como actores de sus propias vidas en esta obra (en cuyas últimas páginas encontramos un jugoso apartado biográfico de los mismos). Todo ello demuestra la excelente documentación que ha realizado el autor, no sólo como un paso necesario para conseguir una brillante ambientación, sino como labor y objeto de estudio histórico en sí mismo.
Era necesario que apareciera en nuestro horizonte literario una obra como ésta. No se trata de recrear unos acontecimientos sin más, es la absoluta necesidad de recuperar a unos personajes injustamente abandonados en los cajones de la historia. No pretendemos abrir el debate de la memoria histórica, ni discutir sobre líneas historiográficas (que se podría), simplemente abogamos por el buen juicio y el sentido común. Si estos hombres bregados en cientos de acciones heroicas (los Ardura, Fábregas, Campos… los protagonistas de la novela, los de la Nueve de Leclerc…) fueran norteamericanos, existiría una amplia bibliografía sobre ellos. Ensayos, novelas, obras de teatro e incluso cinematográficas jalonarían desde los estudios primarios a las placas conmemorativas de las cuadriculadas calles de las urbes yanquis. El caso no es baladí, desde Norman Mailer hasta Steven Spielberg se han acercado a aquellos héroes de la guerra contra el nazismo, dando lugar incluso a todo un género: la ficción bélica, que aunque ya existía, tiene en la II Guerra Mundial uno de sus mayores exponentes.
La línea argumental de Morir bajo dos banderas es realmente sencilla, lo cual también es un acierto. Es una novela coral. En ella participamos de las vicisitudes de una familia, los Ardura, desde su salida de España en el 39 a través de los principales acontecimientos bélicos del período: de los campos de refugiados en Francia, hasta el Nido del Águila en Berchtesgaden, pasando por la liberación de París, tras recorrer media África frente a Rommel. Junto a ese combatir imparable, viajan una imperiosa necesidad de mantener vivos unos ideales, las heridas de la derrota cosidas en el alma y un poderoso motor: la venganza. Una dolorosa herida individual, símbolo de la desgracia colectiva, que acompaña a unos españoles llamados “el ejército de las ratas”, unos verdaderos apátridas, pero terriblemente fieros en la batalla.
Alejandro M. Gallo crea en esta obra una estampa completa de la situación de los españoles inmersos en la conflagración mundial. Y no lo hace sólo de un bando, nos habla de todos. Lo cual ayuda a entender los matices con los que realmente está construida la Historia y que ante el afán generalista del tiempo presente quedan desdibujados.
En su precisión y análisis de las jugarretas de la política residen muchas de las claves. Por ejemplo, al ilustrar como muchos republicanos españoles enrolados en la Legión Extranjera, que se mantenía fiel al colaborador gobierno títere de Vichy, tuvieron que desertar en bloque o como los comunistas no se alistaron en ninguna fuerza militar al inicio de la guerra para así respetar el Tratado Germano-Soviético de no agresión (también llamado Ribbentrop-Molotov), pero luego generaron utilísimas fuerzas de resistencia interior…del mismo modo nos habla de los hombres de la División Azul. De los forzados a acudir que querían desertar, de los convencidos en la lucha contra el comunismo que sintieron que Franco les traicionaba al regresar al hogar. Incluso de los que volvieron, a título particular, a unirse posteriormente a la Wehrmacht en la defensa de Berlín, y que también perdieron por ello su nacionalidad.
Es una obra total porque no deja de ambientar ni un solo frente donde hubiera españoles: de Narvik en Noruega, hasta los campos del interior de Francia con las agrupaciones de guerrilleros, sin olvidar África, el avance hacia París o la posterior entrada en Alemania. La familia Ardura es una metáfora de esa diáspora combatiente: del frente ruso hasta el norte de África.
El autor tiene, como ya demostró en otros textos como Asesinato en el Kremlin, una gran capacidad para generar relatos hondamente emotivos. Este lo es, pero la narración vital se ve postergada por el suplicio de la guerra. La metralla y el sin sentido harán perder la cabeza a algunos de nuestros protagonistas, a pesar de contar con compañeros de viaje como Leclerc, Patton o Eisenhower (por no citar a Hemingway, Jean Moulin o Malraux).
El destino último del soldado, cuya razón ha quedado nublada por la traición y la ausencia de ideales que realmente esconde la guerra (manifestada, en este caso, en la negativa de los aliados de seguir la contienda para liberar a España de Franco), no puede ser otro que el furor de la lucha, aunque sea en teatros ajenos.
No dejen de acercarse a este pedazo vivo de la Historia reciente de España.
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