Recaredo Veredas
Todo está olvidado, salvo por nosotros, los recuerdos, / que hemos sido olvidados por el mundo. Estos dos versos condensan el conocimiento profundo, tanto de vida como de las consecuencias de la muerte, que poseía su autor, el escritor norteamericano Edgar Lee Masters (1868-1950). En apenas unas palabras centra —y matiza, porque la capacidad de crear complejidad con elementos mínimos es una de las mayores virtudes de la mejor lírica estadounidense— una de las inquietudes básicas que habitan en el hombre desde que decidió labrar una tablilla con un punzón: la búsqueda del lugar adonde acuden su memoria, sus experiencias, sus gustos y disgustos tras la muerte. Estos dos versos también muestran que la capacidad para mirar más allá de Edgar Lee Masters no habría producido nada reseñable —así ocurre con todos los grandes escritores, sean o no poetas— si no estuviese vinculada con una capacidad técnica más que notable que, en su caso, no solo se limitaba a la escritura poética. Es decir, Edgar Lee Masters sabía mirar y sabía transmitir.
Tan extraña combinación, unida a una excelente elección de tema y a una obcecación considerable, da lugar a una obra maestra, equiparable en poesía —y tal vez en pretensiones— al Winsburg, Illinois de Sherwood Anderson, con el que también coincide en ubicación geográfica, que no es otra que la América de las grandes llanuras, el corazón del país. Sin embargo tal talento no tuvo continuación ni grandes precedentes, Edgar Lee Masters es uno de esos autores de obra casi única, parece que este largo poemario exprimió todo su talento. Antología de Spoon River es nítido desde el título donde, gracias a la mención de una ciudad imaginaria, deja claro que nos encontramos ante un libro con pretensiones claras de unidad. Sin embargo, su autor decide no mirar hacia sus calles sino hacia quienes las habitaron y ya no las habitan, a los residentes eternos del cementerio a quienes resucita por un instante, concede la palabra y les permite expresar, mediante 260 epitafios, sus cuentas pendientes, la historia de su vida o reflexiones de mayor calado sobre la vida, la muerte, el universo o la cotidianeidad. Lo hace sin crear una realidad paralela, sin adentrarse en lo paranormal ni postular una teoría sobre la existencia o inexistencia de la vida eterna. Los muertos, simplemente, hablan sobre su peripecia en la tierra y lo hacen desde la sabiduría que conceden lo irremediable y el tiempo transcurrido. Sobra afirmar que Spoon River ha causado y sigue causando una fuerte influencia en la lírica y la narrativa norteamericana. Si la obra que nos ocupa no hubiera existido, la vocación estadounidense de vincular profundidad y concreción, una virtud que posee desde Bukowsky o Carver hasta Whitman, no habría adquirido tanto volumen. Incluso Hemingway, el Hemingway más humano y compasivo, el que busca, como en el título del famoso relato, un lugar cálido y bien iluminado, encuentra su hogar en Spoon River.
Un poemario tan largo y en el que los poemas parten de postulados tan similares precisa, sobre todo, variedad. Lee Masters combina un lirismo de tintes existenciales con la ironía, contrapone registros secos, muy americanos, con brotes de exuberancia, por ejemplo en el titulado Edmund Pollard, tan francés: «Has de morir, sin duda pero hazlo viviendo / en honduras de azul arrebato, en pareja, / besando a la abeja reina, la vida». Hallamos también joyas del correlato objetivo, como ocurre en La señora Kessler, en el que una costurera conoce los secretos de su pueblo por los agujeros y los zurcido que muestra su ropa. Incluso utiliza el diálogo, logrando que no rompa la tensión poética, además de elipsis o desplazamientos del lenguaje tan nítidos como transformadores. Aunque escoja —con acierto, la lírica norteamericana y la modernidad del tono encajan mal con formas rígidas— el verso libre, su dominio del ritmo es tan fuerte —y a eso le ayuda la flexibilidad del inglés— que los versos poseen una fluidez casi absoluta.
Spoon River también podría considerarse una narración. La causa no es solo la unidad geográfica y temática: su autor posee habilidad suficiente para mezclar distintas voces, distintas formas y distintas miradas partiendo de un esquema que permite una libertad muy limitada. La narratividad se incrementa cuando vincula a unos muertos con otros, creando así realidades contrapuestas, puramente narrativas, como esa madre y ese hijo robado que ignora lo que narra su madre desde la tumba. Es una reproducción nítida, por lo tanto, de los secretos y mentiras que a todos nos rodean. Además posee gran habilidad para unir las distintas causas de la muerte en un enorme mosaico. En el recorrido por el cementerio aparecen ricos, pobres, campesinos y emprendedores, adúlteros y castos. Demuestra, sin asomo de duda, la capacidad igualatoria de la parca. Traza, por lo tanto, el mapa de toda una sociedad, de todo un mundo, no tan diferente del que conocemos porque las pasiones humanas siguen siendo las mismas. Podría, aunque no lo sea, definirse como la novela de una ciudad, de un mundo, tanto como Manhattan Transfer. No lo es porque, sin embargo, no traspasa la frontera, no deja de ser poesía: busca en la muerte, en los secretos y rincones ocultos, en ese espacio privado que todos poseemos. Y en las claves últimas, básicas, de la vida: «en un mundo donde esta no le ofrece más que hacer, / después de todo (aunque gire su alma con fuerza / en un inútil despilfarro de energía / para engranarse con el molino de los dioses), que procurarse comida, refugio y reproducirse».
Traducir poesía es, como resulta sobradamente conocido, un propósito casi imposible y siempre implica una labor creativa considerable. La traducción de Siles resta ritmo y cierto lirismo —aunque haga esfuerzos ímprobos para mantenerla, la flexibilidad del inglés y su capacidad para sintetizar es intransferible al castellano— pero mantiene plenamente el sentido y, en líneas generales, merece elogios. Además el prólogo es una notable introducción al contexto del autor y a las motivaciones formales y de fondo de la obra.
Para finalizar, un verso que resume la capacidad universalizadora y la sabiduría, siempre vieja y siempre moderna, de la Antología de Spoon River: «Y yo os digo que la vida es un jugador, que nos saca mucha ventaja».
2 comentarios:
Winesburg, Ohio, de S. Anderson. El libro al que te refieres supongo que será otro...
Y el traductor es Jaime Priede, no Siles. Hay tener un poco más de cuidado en los detalles, hombre.
Publicar un comentario