Victoria R. Gil
La Stephen King rusa, la Dostoyevski del siglo XXI, la voz discordante de la literatura eslava… A Anna Starobinets la han llamado de todo y comparado con todo tipo de autores desde Gógol a Bulgákov, pasando por Kafka y Philip K. Dick, como si no bastara con escribir desde las tripas sobre el miedo que inspira este mundo nuestro. Como si no fueran suficientes las preguntas incómodas que plantea y hubiese que buscarle ascendentes de prestigio que la vuelvan más sólida y aceptable.
Ocho son los cuentos que ha reunido la editorial Nevsky Prospects para presentar en nuestro país a esta desconocida escritora rusa, y sólo con uno habría bastado para convertirla en invitada permanente de mi biblioteca. La historia que da título al volumen, “Una edad difícil”, es un extenso relato de 75 páginas en el que uno se adentra confiado y seguro, dispuesto a descubrir los monstruos que habitan en su interior. La Stephen King rusa, ¿no? Veamos: ¿Vampiros? ¿Zombis? ¿Coches asesinos? Nada de eso. Una mujer divorciada. Una ciudad de provincias. Dos hermanos gemelos. La adolescencia. Y el horror que nos es más propio porque surge de nosotros.
El monstruo soy yo. Ése podría ser el resumen, no sólo de este cuento, sino de todos los que integran este libro. Cierto que Starobinets se sirve de una variedad de elementos fantásticos muy reconocibles para el lector y cinéfilo occidental, pero lo sobrenatural no es más que el cebo con que nos tienta para después, cuando ya no hay escapatoria, provocar un escalofrío de repulsión. Porque nada espanta más que descubrir la propia naturaleza. Y que nadie, como uno mismo, es la mayor aberración.
Ismael Martínez Biurrín, en un estupendo prólogo que debe leerse como un epílogo para que el impacto de la narración sea mayor, lo define con acierto: «Los personajes de estos cuentos son gente tan normal y satisfecha con sus vidas mediocres como cualquiera de nosotros. Esto es, a punto de estallar. Al borde de la locura y del deseo aberrante. Enamorados del abismo. Que la acción transcurra en los alrededores de Moscú o en Rostov no añade un ápice de extrañeza ni nos protege del susto: ellos somos nosotros, desde la primera línea hasta la última. Reconocemos el patrón de su locura porque está hecha con jirones de nuestras pesadillas».
Nadie, en estas historias, se libra de la sensación de impotencia que acompaña siempre a los malos sueños ni será capaz de evitar el desastre que todas las señales anuncian. Sin embargo, el mundo en el que viven los personajes de Anna Starobinets, como ese mundo onírico, nos resulta trivial y cotidiano mientras nos vamos adentrando en él. Hasta que deja de serlo.
Salvo en “Vivos”, un relato postapocalíptico que le debe mucho al cine norteamericano de ciencia ficción, su paisaje podría ser el nuestro: el tedio del matrimonio, la adolescencia que transforma a los hijos en desconocidos, un empleo rutinario del que deseamos escapar… Pero en medio de la colada o del desayuno, surge la duda: ¿Es real lo que vemos? Aunque, ¿acaso sabemos qué es la realidad?
Pese a que no todos los cuentos reunidos en este volumen atrapan con igual intensidad, Starobinets consigue envolvernos en un ambiente turbador e insano que nos atrae con morbosa fascinación hasta empujarnos de cabeza al abismo. Por sorpresa. Como le ocurre a Dima en “La familia”, un adiestrador de perros que se equivoca de vida durante un trayecto en tren de Rostov a Moscú y que descubrirá, demasiado tarde, que también se puede añorar el infierno. O como la protagonista de “La espera”, que inicia un camino sin retorno a la locura desde la más vulgar de las excusas: una sopa olvidada en la nevera.
Los cuentos de Una edad difícil son, en realidad, un catálogo tenebroso de los delirios que es capaz de crear la mente humana. Una sucesión de imágenes distorsionadas que, con la excusa del misterio y el terror, esconden soledad, desamor y amargura.
El resultado, cómo no, es siniestro. Pero de eso se trata, de disfrutar con el escalofrío. Y Anna Starobinets ha resultado ser una inesperada fuente de placer.
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