Ariadna G. García
En el año 1998 un joven Joaquín Pérez Azaústre publicaba su primera obra en prosa (El cuaderno naranja) a la que han seguido cinco títulos más: el libro de relatos Carta a Isadora (Ediciones B, 2001) y las novelas América (Seix Barral, 2004), El gran Felton (Seix Barral, 2006), La suite de Manolete (Alianza, 2008) y Los nadadores (Anagrama, 2012). Sus libros anteriores a este último comparten una visión metaliteraria de la creación artística. En todos encontramos referencias a la Generación Perdida Americana, al tiempo que se reconstruye la vida y obra de algunos de los grandes escritores de comienzos del siglo pasado. Este juego alusivo dejó huella, incluso, en sus libros de poemas (Una interpretación, El precio de una cena en Chez Mourice) y en sus colecciones de ensayos (El corresponsal de Boston), donde Azaústre gusta de multiplicarse en otras voces literarias y de inventar heterónimos. Es decir, en esta primera parte de su obra, fue creando sus libros a partir de las obras de los grandes mitos de la literatura (Fiztgerald, Hemingway…), con quienes dialoga y a quienes investiga. Ellos le prestaron los escenarios y los personajes que pueblan sus páginas. Incluso la creación del poeta Robert Felton (cuya personalidad poco o nada tiene que ver con la suya propia) es deudora del uso de máscaras que tanto utilizaron Fernando Pessoa y Antonio Machado.
Con su última novela, Los nadadores, Pérez Azaústre abandona los caminos que abrieron las leyendas literarias guiadas por su instinto y por sus ansias de innovación, y se interna en una senda propia, realizando al fin una apuesta estética y temática por sus inquietudes, miedos y obsesiones. Y eso se nota. Los nadadores, sin duda alguna, es la mejor novela de su autor.
Escrita con una prosa detallista, de ritmo pausado, contenido, la obra relata una historia sencilla y original. Jonás, tras ser abandonado por su novia, y tras mudarse a vivir al sur de una gran metrópolis, se encuentra a sí mismo en la repetición de una costumbre que atenúa su soledad, que oculta su fracaso: la natación. Su contrapunto lo representa su mejor amigo, Sergio, de exitosa vida familiar y profesional, con quien comparte las horas de deporte. Este juego de contrastes, de luces y sombras, se ve enriquecido por una segunda trama que dota al libro de intriga, de misterio: la repentina y constante desaparición de cientos de personas. Este segundo hilo sirve de parábola de la incomunicación que vivimos en las grandes ciudades.
Los nadadores es una novela reflexiva, de construcción de personaje. Cada página muestra un matiz, un pliegue de Jonás. Apenas hay acción. Y cuando la encontramos, al final del libro, más bien parece un tributo forzado a la novela negra (no faltan el matón y el burdel) o una pequeña concesión al morbo en absoluto necesaria.
De lectura recomendable, Los nadadores (como Las ollerías, libro de poemas con que la novela comparte motivos temáticos), supone un punto y aparte en la trayectoria literaria de su autor. Pérez Azaústre, trabajador infatigable, ya está empezando a dar sus mejores frutos.
1 comentario:
Corrígeme si me equivoco, creo que la fotografía de la portada del libro es un fotograma de una película titulada "El nadador", protagonizada por Burt Lancaster. La película (no muy destacable por cierto), está basada en un relato de John Cheever con el mismo título. Y por lo que leo en el artículo, hay una semejanza temática en la obra de ambos autores, el estilo pausado, contenido...
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