Ángeles Prieto
Nada enaltece más un viaje que prepararlo previamente con la lectura de libros sobre el lugar que vayamos a visitar, y El Tao del viajero, manual de viajes aparentemente caótico, nos predispone a ello. Se trata de un libro donde Paul Theroux, uno de los dos grandes autores actuales de libros de viajes, recoge aquellas reflexiones filosóficas que tantas sendas y caminos, comunes o heterodoxos, nos aportan, y a la vez confecciona un volumen “llave”, que nos abre las puertas a grandes escritores que decidieron transmitir sus experiencias. Con predominio anglosajón claro entre ellos, por lo que no es en absoluto un manual completo, sino muy particular. Porque si bien es comprensible que no consten en este volumen fascinantes firmas, grandes caminantesdel mundo hispánico como los desconocidos Robert B. Cunninghame Graham o Ciro Bayo, no parece de recibo que no aparezca referencia alguna a dos auténticos popes del viaje romántico y exótico, respectivamente, como Goethe o Pierre Loti; clásicos como Virginia Woolf, Edith Wharton, Alejandro Dumas, Blasco Ibáñez, Rilke, Ganivet o Hans Christian Andersen. Ni encontremos tampoco recogidos aquí peripecias de los importantes viajes arqueológicos, como las del alemán Walter Andrae, Schliemann y todos los grandes nombres galosde la egiptología. Y sí, por ejemplo, se destaque la figura de Gerald Brennan, el cual no sé si merecería mejor las categorías de emigrante e hispanista, que la de viajero.
En cualquier caso, un libro simpático y desconcertante, que se iniciará con los fuegos pirotécnicos de las mejores citas sobre viajes y se cerrará con unos mandamientos con los que podremos estar, o no, de acuerdo. Como sin duda sería la obligación de viajar solo (mandamiento primero), quenos fuerza asimismo a no poder contrastar opiniones y tener que conversar continuamente con ese pesado que todos llevamos dentro. Y al que muchos, en vacaciones, querríamos tener también un poco lejos. Cuestión de opiniones. Lo mismo que librarse del teléfono móvil, pero no de esa cámara fotográfica de la que no hace mención, siendo el elemento que sin duda, a ojos exteriores, más distingue al turista del viajero.
La estructura del libro (citas, mandamientos, comidas exóticas, lugares fascinantes y lugares decepcionantes, libros verdaderamente despampanantes, viajeros en las antípodas o aquéllos que nunca salieron de su ciudad o de su cuarto), como dije, es caótica en apariencia, pero pronto la disfrutamos porque claramente está imitando ese deambular, ese perderse tanto por calles como por detalles, que todo buen viaje no turístico conlleva, subrayando así la filosofía final que nos transmite de la vida como senda o camino incierto.
Un libro muy hermoso, lleno de pequeñas joyas deslumbrantes, que nos encanta por su alegría y exaltación de la existencia y por su generosidad, como invitación a conocer los maravillosos volúmenes aquí recogidos de Sebald, Hemingway, Paul Bowles, Henry James, Richard Burton, Naipaul, Leigh-Fermor, Freya Stark, Rebecca West, Vickram Seth, Henry Fielding o el muy citado Bruce Chatwin, entre otros muchos. Muchísimos. Por lo que también aprovecho esta reseña para recomendar otros de parecido jaez a éste, como El esnobismo de las golondrinas del español Mauricio Wiesenthal o Viajes y viajeros de Virginia Woolf, antes mencionado.
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