Ignacio Sanz
El poeta y profesor Ramón García Mateos, salmantino recriado en Galicia, que recaló en la adolescencia en Cataluña y, desde allí, en Cambrils, viene agitando las aguas de la cultura a través de foros, aulas, encuentros, grupos musicales, jornadas de todo tipo, recibió el XXII Premio Tiflos de cuentos por el libro que suscita este comentario. El libro destila recuerdos, medias verdades, porque el lector sospecha que también, entre los recuerdos se cuelan algunas invenciones o medias mentiras. Todo convenientemente trufado.
Para empezar su prosa es limpia y transparente como los cielos de Salamanca. Una prosa salpicada de lecturas, de guiños, de homenajes íntimos a escritores y poetas que pasaron por su vida y le dejaron huella. El Blas de Otero más surealista de Historias fingidas y verdaderas parece que se cuela a veces en estos cuentos que tienen mucho que ver con la propia memoria del poeta. De ahí que Salamanca, Galicia y Cataluña salpiquen estas páginas que a ratos resultan desgarradoras porque el poeta se desnuda y nos muestra esquirlas de pesadumbre y su dolor, a ratos paródicas y a ratos encandilantes, como si nos tuviera sentado en la mesa de madera de una taberna y allí, con un carajillo en la mano, nos llevara a pasear, ahora con Cunqueiro en una noche de excesos y crímenes dignos de romances de ciego, tan caros al poeta; ahora con el Perucho erudito que encuentra en el recodo de un libro una noticia curiosa de la que nos hace partícipes; ahora con el poeta Geral Vergés, cuya obra tradujo en su día con pulso firme; ahora con su gran amigo, el poeta Juan López Carrillo, dado a los excesos y a los epigramas, en la estela deslumbrante de Catulo.
A veces los cuentos carecen de vocación narrativa, son simples apuntes, notas tomadas a vuelo, aguijones venenosos, como los epigramas de López Carrillo que dejan un regusto largo en el paladar.
Estamos ante un escritor que lo ha leído todo, desde Lezama a Borges, desde José Agustín Goytisolo a Estellés. Con los más próximos ha vivido episodios curiosos de los que deja constancia en estas páginas apasionadas; estamos ante un escritor que lo ha escuchado todo, de Ovidi Montllor a Joaquín Díaz o Paco Ibañez. Y nos hace partícipes de lo que ocurrió en un escenario, a veces una simple anécdota que valdría por un tratado.
Además de las múltiples lecturas, García Mateos ceba estos cuentos memoralísticos con las historias escuchadas a los más próximos, especialmente a sus compañeros de trabajo. De ahí que el libro recale a veces por Almería o por Ariza para trasladarnos la historia que Pepe Jiménez o José Antonio Corella le han contado, precisamente para que él, un sabio del buen contar, nos la traslade la historia, limpia de adherencias locales.
Baza de copas no se puede escribir con pocos años. Es necesario haber vivido mucho, haber leído mucho, haber escuchado mucho para que luego el poeta, trasmutado en prosista, en las altas horas del insomnio, recree lo esencial de ese bagaje vital en su cuaderno visionario.
Me han impresionado algunos relatos íntimos, como la muerte de su tía salmantina, de la que hace repaso pormenorizado de su vida abnegada y servicial. Y me ha impresionado la amenidad, la ligereza, el aire fresco que recorre estas páginas como una brisa cambiante que estimula la memoria.
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