Juan Pablo Heras
Ben Goldacre es un médico psiquiatra británico que escribe desde 2003 una columna semanal en el diario The Guardian. El libro que hoy presentamos no es, por suerte, una acumulación descontextualizada de dichos artículos, sino una serie de argumentaciones perfectamente hiladas a propósito de los temas favoritos de Goldacre: la difusión exacerbada y casi imparable de afirmaciones improbables, confusas o sencillamente falsas acerca de la salud, la medicina y los productos farmacéuticos, y de cómo una enorme parafernalia de mensajes pseudocientíficos se articulan para avasallar al ciudadano, ya sea por mala fe o por pura estupidez, con el fin de justificar impresentables intereses económicos.
Goldacre desmonta minuciosamente una sucesión de bulos de gran difusión comercial y mediática que se sustentan en la ignorancia generalizada de los principios básicos de la ciencia y en la manera chapucera en la que ésta se presenta en los medios. Por las páginas del libro desfilan absurdos productos cosméticos, disparatados consejos nutricionistas de gran éxito popular, la gran estafa a la que se reduce básicamente la homeopatía y asuntos más serios y complejos como la prohibición de los retrovirales contra el SIDA en Sudáfrica o el miedo infundado a la vacuna triple vírica. Goldacre no duda en dar nombres y apellidos y en desmontar, por ejemplo, la imagen virtuosa e impecable que se han construido alrededor de sí célebres nutricionistas británicos sin formación académica alguna.
El interés general de este libro como material de denuncia es, sin duda, mayúsculo. Ahora bien, resulta interesantísimo cómo Goldacre se anticipa a dibujar el lector implícito que presumiblemente se acercará a su libro y se aventura más allá de lo que este esperaría en primera instancia. Simplificando groseramente, Mala ciencia tendría dos tipos de lectores: por un lado, el lector escéptico que siempre ha desconfiado de “curanderos, charlatanes y otros farsantes”, y que presumiblemente busca confirmar sus opiniones previas y gozar de cierto orgullo de superioridad al sentirse por encima de la gran masa de incautos que cae en la trampa de la pseudociencia. En el otro lado, un usuario o simpatizante de la homeopatía y las terapias alternativas con la mente lo suficientemente abierta como para asomarse a la postura opuesta, y que posiblemente se encastille en sus prejuicios alegando conspiraciones financiadas por la industria farmacéutica. Pues bien, Goldacre tiene reservada una genial vuelta de tuerca para todos: para los primeros, un interesantísimo capítulo titulado “Por qué hay personas inteligentes que dan crédito a cosas estúpidas” en el que enumera una serie de errores cognitivos a los que nadie es ajeno, y que cometeremos todos invariablemente a la hora de juzgar la realidad si no nos tomamos la molestia de distanciarnos de nuestra propia intuición y fundamentar todo lo que creemos en evidencias comprobadas. Para los segundos, Goldacre tiene la delicadeza de no tratar de convencer a nadie (puesto que “no se puede disuadir a nadie mediante razones de una postura que, en su momento, tampoco adoptó siguiendo razonamiento alguno”), sino de poner en la misma mesa las pruebas que trabajosamente han aportado los científicos serios frente a las borrosas afirmaciones de los “charlatanes” que ahogan con su vocerío el escaso espacio que dedican a la ciencia los medios de comunicación. En el caso de la homeopatía, por ejemplo, resulta conmovedor ver cómo los pseudomédicos que la practican se esfuerzan en justificar sus onerosos tratamientos con argumentos aparentemente científicos que no aguantan el más mínimo análisis, en lugar de reconocer su innegable talento para conseguir de sus pacientes un grado de confianza tal que permita al efecto placebo —y esto sí está comprobado— mitigar buena parte de los síntomas de su enfermedad. Por cierto, que al asombroso “efecto placebo” le dedica Goldacre un curiosísimo capítulo, en el que acaba lamentando que la medicina alternativa invente misterios y milagros donde sólo hay un poco de ciencia difícil e inevitablemente limitada, y sin embargo no se preocupe de explorar el campo abierto de la influencia de la mente sobre el cuerpo. En cuanto a las maldades de la industria farmacéutica (en realidad la misma que vende complementos vitamínicos inútiles y esos caramelos de menta en los que consisten las píldoras homeopáticas), también son reconocidas y desveladas con detalle por Goldacre desde su experiencia como médico. Como se ve, no deja títere con cabeza.
Lo único que cabe reprochar a este libro —y en realidad de eso no es culpable ni su autor ni la editorial— es el excesivo localismo de buena parte de los fenómenos de “mala ciencia” que describe. Por un momento, el lector avisado tiene la tentación de pensar que aquí, en España, no hay espacio para la inmensa cantidad de farsantes que pueblan los medios de comunicación británicos. Pero, en realidad, lo que nos falta es otros Goldacre que nos ayuden a desenmascararlos. Sé que existen blogs que trabajan en esta línea (como, por ejemplo, malaprensa, magonia o el blog del búho) pero ninguno con la influencia que ya ha adquirido Goldacre en Reino Unido. Una influencia que, desgraciadamente, sigue siendo el puñetazo que da una hormiga sobre la mesa en la que comen los elefantes.
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