Miguel Baquero
Tal vez sea así como hay que actuar: directamente al corazón del asunto. Quizás no haya mejor lugar donde hace sangre y extraer todos los defectos de nuestra sociedad que un crucero de placer, lo que se supone es la máxima expresión del confort, el lujo y la buena vida para un occidental. Probablemente sea a bordo de uno de esos barcos que hace el periplo por el Mediterráneo —todo aquello de las islas griegas, Santorini, por ejemplo, o las preciosas ciudades del Adriático, o San Marcos al atardecer…— el escenario idóneo para situar una novela de tan explícito título como Asco.
Cuarta novela de José Ángel Barrueco (Zamora, 1972), también poeta, cuentista, microrrelatista y escritor de periódicos, Asco narra un crucero que llevó a cabo el autor por el Mediterráneo, curiosamente en el mismo barco y casi en el mismo camarote en el que años antes había viajado el escritor David Foster Wallace, viaje que, asimismo, el estadounidense relató con cierto tono tirando a oscuro en Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer. En el caso de Barrueco, nos encontramos ante un viajero asombrado, atosigado, asqueado al fin por el comportamiento de los que le rodean, gente egoísta, descortés, que se infla a comer solamente porque es gratis, que visita y admira monumentos sólo porque está incluido en el precio, que piensa en su comodidad y conveniencia antes que en cualquier otra cosa... Gente, en fin, como la que tantas veces nos encontramos en cualquier lugar —si es que no somos nosotros mismos—, pero que al colocarlos el autor en un espacio cerrado y clausurado parecen, en realidad, una metáfora de la sociedad que nos rodea.
Le honra a Barrueco —y asimismo salva la novela— el que la intención del autor no haya sido embarcarse para indignarse, y que en muchos momentos pretenda, pese a la ruindad que le rodea, disfrutar del momento y pasarlo bien. El logro del libro —y lo que hace que un escalofrío recorra al lector— es que Barrueco no sube a bordo con una idea preconcebida, pensado en volver a escribir lo que ya escribiera Foster Wallace hace años, sino que es poco a poco, milla náutica a milla náutica, como Barrueco se va dando cuenta de la naturaleza y la categoría de aquellos que le rodean, de sus egoísmos y sus ridiculeces, del modo en que avasallan cuanto encuentran a su paso por el simple hecho de que han pagado por ello. El afán de participar en todas las fiestas, por ejemplo, simplemente por amortizar lo invertido, el ansia de ver cuanto monumento sea posible, para luego poder presumir de ello a su vuelta, el ansia por comer, por consumir, por devorar lo que le pongan delante…
Amena y bien escrita, a ratos divertida, otros tantos furiosa, Asco es una novela que, precisamente por su sencillez y su naturalidad, transmite aquello que pretendía: la inquietante sensación de que estamos inmersos en una forma de vida no demasiado digna ni lustrosa, una forma de vida quizás digna de vergüenza.
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