Ignacio Sanz
Una profesora española se fue hace 15 años a Japón. Allí vive casada con un indio dando clases de inglés en la Universidad de Cove. Tiene hijos y aunque sus preocupaciones profesionales se circunscriben a la enseñanza de idiomas, muestra ciertas inquietudes sociales y mucha curiosidad por todo lo que la rodea. Fruto de ello comienza a colaborar en El Adelantado de Segovia, el periódico de su provincia de nacimiento, donde desde hace años envía sus crónicas. De pronto, esas crónicas, a consecuencia del terremoto del 11 de marzo, adquieren una dimensión nueva. Porque Japón también deja de ser un país del Lejano Oriente que ahora ocupa las primeras páginas de los periódicos y los primeros minutos de los telediarios. Y esas crónicas que nos han ido retratando la vida cotidiana, las costumbres y rarezas de esa gente con los ojos achinados, despiertan nuestra curiosidad. Y así, al leer ahora una selección de esas crónicas que se han ido publicando a lo largo de los últimos años, nos damos cuenta del amor profundo que a la profesora Sanz Yagüe le despierta su país de acogida. Como esos antropólogos que se enamoran del pueblo objeto de su estudio. Así se leen estos artículos, como una sucesión de cartas de amor. O al menos de respeto. Y así nos enteramos de la tenacidad de unas gentes solidarias educadas para los días adversos. Unas gentes que no conocen el robo ni el pillaje y que, en consecuencia, tienen la costumbre de no cerrar puertas, no de poner candado en la bicicletas. Pero hay muchas más costumbres que nos van a sorprender.
Por ejemplo: los maestros son los encargados de hacer la limpieza de sus aulas con la ayuda de sus propios alumnos. Así resulta muy difícil que salgan ciudadanos guarros que tiren sin pudor los papeles a la calle. Han sido educados en solidaridad con los barrenderos.
Por ejemplo: cuando se ponen a cola para recibir una bolsa de alimentos tras haber perdido su casa y sus posesiones, hacen gala de una educación exquisita. Primero se ponen a la cola de manera ordenada y luego, cuando reciben el bocadillo y la botella de agua, hacen una inclinación en señal de agradecimiento a los bomberos. No hay imposturas ni teatro. Se sienten agradecidos.
Por ejemplo: uno de los empresarios afectados por el terremoto es dado por desaparecido por su familia. ¿Ha desaparecido realmente? No, no ha desaparecido, en realidad aparece tres o cuatro días más tarde y durante este tiempo, en medio del caos, ha ido casa por casa tratando de saber el destino de todos sus empleados. Así descubrimos la relación intensa de fidelidad que se teje entre empleados y patronos. Y entre patronos y empleados.
Ya conocíamos las famosas huelgas a la japonesa que tanta extrañeza nos causaban, pero ahora, tras leer este puñado de crónicas, irremediablemente nos vamos a sentir subyugados por las costumbres del pueblo japonés. Chocan tanto con las nuestras que nos rompen los esquemas. Cómo no. Pero ahora que sufrimos una crisis tan aguda, inevitablemente, uno piensa que muchos ciudadanos occidentales han llegado a un estado de relajación, de bienestar y de egoísmo, que podrían ahogarse en un vaso de agua. Y que algunos de los valores de la sociedad nipona nos vendrían muy bien para encarar con gallardía estos tiempos adversos.
El libro lleva unos ideogramas obra de Tomoko Miyamoto que nos ayudan a ambientarnos. Por lo demás, dada su brevedad, el único impulso que puede sentir un lector al que esta selección de artículos le haya sabido a poco, es volver a comenzar su lectura. Su estilo sencillo no empalaga y su contenido no dejará de asombrarnos.
1 comentario:
Tuve la oportunida de conocer a Montserrat en la universidad de Kobe y tuvo a bien regalarme un ejemplar firmado. Una mujer encantadora de la que solo podía salir una obra encantadora.
Santiago
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