César Mallorquí
Quizá la ciencia ficción sea el género peor definido. Y no por falta de intentos, ni mucho menos; hay decenas de definiciones, pero o son demasiado amplias, o son demasiado restrictivas. La dificultad de acotar el género queda de manifiesto con una irónica frase del escritor Norman Spinrad: "ciencia ficción es todo aquello que los editores publican bajo el sello de ciencia ficción".
El problema para trazarle fronteras radica en que la ciencia ficción no es una temática, sino muchas y muy diferentes. Más que un género, parece un cajón de sastre. Pero es un género, aunque de naturaleza un tanto difusa, así que ahí va mi propia definición: la ciencia ficción es una rama de la literatura fantástica que se aleja de lo sobrenatural y se rige por principios racionales o pseudorracionales. ¿Demasiado amplia? Sí, pero es que en cuanto intentas precisar más, ya no defines: mutilas. En cualquier caso, hay temáticas que son claramente ciencia ficción. Si, por ejemplo, el relato transcurre en el futuro y hay naves espaciales, no cabe duda de a qué género pertenece. Y si la historia se desarrolla en presente (o el pasado) y hay platillos volantes y extraterrestres, está claro que es ciencia ficción. ¿O no...?
En Diario de un investigador de ovnis hay ovnis y alienígenas, parece ciencia ficción, pero también puede ser realismo puro y duro. O las dos cosas a la vez, lo que hace que el texto sea más interesante. La novela, ambientada en la Filadelfia de los 60, cuenta la historia de Danny Shapiro, un adolescente judío con una madre gravemente enferma y un padre amargado y distante. Danny se siente inseguro e inadaptado; le aterrorizan las chicas, no comprende a los adultos, no sabe cuál es su lugar en el mundo y, al tiempo, comprueba, desolado, cómo su niñez se desvanece. Huyendo de una realidad que no le gusta, Danny se refugia en su pasión secreta: los ovnis. De hecho, escribe un diario donde imagina una existencia paralela en la que es miembro de una sociedad secreta de investigadores sobre ovnis, se enfrenta a los hombres de negro, es abducido por un platillo volante, visita un mundo parecido al infierno, consigue a la chica de sus sueños y, de algún modo, tiene con ella una hija medio extraterrestre que salvará al mundo.
Parte de la novela es la auténtica historia de Danny, y la otra parte es la transcripción de ese diario inventado. Pero ambas líneas narrativas se entremezclan, se solapan, se funden, así que nunca sabemos de forma explicita qué es real y qué no lo es. Dicen que la realidad es lo que inventa la gente que tiene poca imaginación, y Danny se niega a aceptar esa realidad gris que le asfixia, refugiándose en sus ensoñaciones alienígenas; pero ni siquiera allí puede huir de sí mismo, pues ese mundo inventado refleja en clave mitológica —mitología UFO, pero mitología al fin y al cabo— todas sus inseguridades, su sexualidad frustrada, su deseo de huída, su dificultad para relacionarse con los demás, su infinita tristeza...
Diario de un investigador de ovnis habla sobre la pérdida de la inocencia, sobre el dolor de crecer, sobre las mentiras que nos contamos para intentar no sufrir, sobre el sexo, la muerte y la culpa. Muchas novelas han tratado antes sobre lo mismo, es cierto, pero sin duda ésta es una de las más originales. Y emotivas, pues resulta difícil leer el final del texto sin sentir una profunda melancolía y cierto grado de humedad en los ojos.
Cabe reseñar, por último, que ésta es una de las escasísimas buenas novelas que ha editado Minotauro desde que fue comprada por Planeta, lo que nos retrotrae, sin el menor margen de esperanza, a los buenos tiempos en que esa emblemática editorial estaba dirigida por su creador, Francisco Porrúa.
En definitiva, Diario de un investigador de ovnis, ¿es o no es ciencia ficción? Pues si hacemos caso a Spinrad, y teniendo en cuenta que el editor la ha publicado en una colección dedicada al género, sí, es ciencia ficción. Pero en el fondo, ¿qué importa?
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