Marta Sanz
El asesino ultraderechista Breivick mata a más de setenta personas en Noruega y a todos nos sorprende la barbarie en un país donde los periódicos pueden hacer del gato extraviado de la señora Kristoferssen una noticia. A los lectores del primer mundo nos repugna el acto criminal, pero también “nos sorprende” y ese estupor ante lo imprevisto es el que tal vez pueda corregir la lectura de La habitación muda de Herbjorg Wassmo. Porque a veces no tenemos derecho a contemplar la barbarie con la boca abierta. A no entender. A sorprendernos. La habitación muda es la segunda parte de la trilogía Tora, cuyo primer volumen, La casa del mirador ciego, fue publicado por la editorial Nórdica el año pasado. En La habitación muda el oxígeno —fibra de algodón— vuelve irrespirables los espacios abiertos y el interior de las casas. Cada inspiración clava una esquirla en los bronquios y convierte a los lectores en asmáticos: en personas que leen ahogándose. El paisaje de una isla de pescadores al norte de Noruega revela algo que sabemos pero que a menudo necesitamos olvidar: la naturaleza es inclemente en sus actos de devastación y en las limitaciones que nos impone para alimentarnos y resguardarnos de la intemperie. Además, se pare con dolor, existe el cáncer y todos morimos. Si el paisaje y la carne que caduca se alían con la brutalidad de una Historia que siempre se ceba en el débil, entendemos la dimensión de la vulnerabilidad de Tora, una niña, que sufre los abusos de su padrastro así como otra violencia que excede el miedo a la violación: el estigma de ser la hija de una madre soltera y un soldado alemán después de la II Guerra Mundial, el estigma de ser mujer, pobre, y de vivir en un entorno donde la incomunicación rige los vínculos familiares y los lazos que se establecen con una comunidad que, sólo en los casos de grandes catástrofes, sabe sacar el saquito con lo mejor de sí mismo que cada quien guarda dentro del pecho.
El trauma y la lucidez de Tora tienen la fría coherencia de la locura y de los copos de nieve. Son perfectos, irresolubles y claustrofóbicos. El miedo anida en habitaciones vacías que pueden llenarse de peligros en cuanto gire el pomo de la puerta y un hombre, borracho y brutal, cargado de sus propias razones para ser infeliz, se abalance sobre una criatura que no sabe ponerle nombre a lo que sucede y vive su tortura como una culpa. Vergüenza. Imposibilidad de crecer. Odio. Los sentimientos negativos que marcaban la prosa lacerante de La casa del mirador ciegotambién conmocionan al lector —se convierten en vivencia— en La habitación muda porque Herbjorg Wassmo imprime a sus palabras la esperanza de la luz que hay dentro de la sombra —la felicidad se oculta tras una cáscara de nuez— y la amenaza de sombra que se esconde dentro de los días esplendorosos —bajo el almohadón de plumas anida el parásito, el vampiro—. Hace del lirismo una experiencia narrativa verosímil donde sobrevivir es una acción inmanente a la condición de los seres humanos, al boqueo de los bacalaos fuera del mar y a las raíces que se estiran para alcanzar el agua con la punta de un filamento minúsculo. Fuerza y delicadeza, derrumbamiento y ascensión, instinto y voluntad, racionalidad e impulso, protección y desamparo, generosidad y cicatería, limpieza y suciedad, son algunos de los binomios que construyen el imaginario, el lenguaje y la atmosfera de las novelas protagonizadas por una Tora que va creciendo a medida que se encorva un poco.
Leemos entre el deslumbramiento y la inquietud, la punzada en la tripa, el malestar, una prosa que desvela lo mejor y lo peor de nosotros mismos. En esta entrega parece que existe un camino para que Tora comience a asumir su trauma desde la posibilidad de escaparse y la fuerza positiva que a veces nace del odio. Algunos capítulos son radiantes. Por eso, la sombra que se esconde dentro de esa luz es más terrible y desarma a un lector, que mordiéndose el pelo,nervioso, lee. Las páginas de Wassmo son aquí más corales; vemos a la madre, a la tía Rakel, la hermosa boca del tío Simon, a los amigos y amigas del instituto y, sobre todo, vemos a Sol, la amiga del Hormiguero, la primogénita de Elisif, madre orante, que permite que su hija cargue con el peso de la casa y de los niños pequeños, Sol que convierte su sexualidad en algo práctico y gozoso, liberador… El entorno de Tora adquiere un protagonismo que nos permite entender su psicología, su desarrollo, el poder de su cabellera roja, la mueca que a veces se le dibuja en los labios. La sexualidad de estas mujeres es a la vez liberación y culpa, el placer y el pico de una repulsión que se hace extensiva al sentimiento de una maternidad estrictamente física, carne dentro de la carne, enfermedad, agresión, imposibilidad de crecer, silencio, tripa apretada, dolor del parto. Un ala en el vientre y un pajarito azul.
La voz narrativa este libro es posiblemente femenina, se empasta con la sensibilidad de la autora y a menudo se apoya en la ingenuidad y la extraña inteligencia de los personajes. Como en el siguiente párrafo: «La belleza prohibida la tienes allá donde te atrevas a cogerla entre manos cálidas y delicadas. La gente da vueltas buscando símbolos; mientras tanto se le seca la sangre y se le hiela piel.» La escritura de Wassmo no es pretenciosa y habla de ese impulso vital que nos salta a los ojos envueltoen una tela blancuzca y casi líquida, como un ternero de entre la pulpa de la vaca. Brutalidad y calidez. Los libros de Wassmo no juegan a un tremendismo espectacular. Aunque sean tremendos también son sutiles, sensibles. No apuntalan el escepticismo porque, entre el horror, el urgente luchar por la alegría. Los libros de Wassmo nos permiten comprender que ni siquiera Noruega es un reducto utópico, que la Historia deja señales en todas las historias, que no debemos olvidar lo que fuimos para prevenir lo que podemos llegar a ser. Que los libros pueden servir para darnos dulces lecciones, vislumbrar lo obsceno, refrescarnos la memoria, enseñarnos quiénes somos, quién es Tora y cuáles sus estigmas,cómo la violencia embrutece, dónde ha puesto sus huevos la víbora. Que los monstruos no llegan sólo del espacio exterior ni de las tierras de las mil y una noches, que a veces los domésticos monstruos son los que siembran el peligro más inminente.
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