Trad. Marta Segarra Montaner. Ellago Ediciones, Castellón, 2009. 444 pp. 29.90 €
Martí Sales
«Quien no acepta este mundo no levanta una casa en él», se puede leer en La noche se agita; o bien «todo es droga para quien elige vivir en el otro lado», en Plume o, también «quien mata a su loco muere sin voz», en Frente a los cerrojos (seguido de Puntos de referencia, en Pre-Textos, 2000) . Un ácrata, un creador desbordante, un explorador radical, todo eso y más era Henri Michaux, ese exbelga nacido el 1899 en Namur. Digo exbelga porque renegó de su nacionalidad en el 1955 –decía que odiaba Bélgica y sus habitantes y eso sólo es raro viniendo de un belga. También abandonó a la mitad su carrera de médico en 1919 para embarcarse durante tres años como grumete en un barco que iba a Sudamérica. Al acabar el periplo se fue a vivir a París, donde entró en contacto con los surrealistas para, acto seguido, hacer la suya completamente. Allí se quedó prendado de Max Ernst y Paul Klee: no tardaría en empezar a pintar, y lo hizo tan bien como escribir: sus pinturas están colgadas de las paredes de los museos más famosos.
Muy joven, en pleno apogeo surrealista, escribió sus primeros libros de poesía, ya llenos de una fuerza y personalidad que le acompañarían toda su vida y le granjearían la admiración de escritores como Octavio Paz o Jorge Luís Borges. Un poco más tarde publicó libros de viajes. Su experiencia ultramar le salía por los poros y la encauzó. En los años cuarenta siguió escribiendo libros de viajes, pero esta vez, inventados: países imaginarios poblados de seres también imaginarios, rienda suelta a su poderosísima imaginación pero no ejercicio de estilo. Todos sus textos, toda su obra, está sostenida por un afán de conocimiento y cuestionamiento de la realidad sin tregua. Sus textos aforísticos –y también los otros, en menor medida, o menos evidentemente– son pura enseñanza y reflexión, puro koan, atajos hacia el deslumbre cognitivo. A los cincuenta y cinco años decide tomarse mescalina y escribir sobre los estados alterados de la conciencia. Da a luz una de la series de libros más inspirados y lúcidos que se hayan escrito jamás sobre el tema.
Ellago Ediciones y Marta Segarra (la traductora y prologuista del volumen) se han encargado de publicar un libro con esmero, gusto y especial atención al texto, trabajo sólo equiparable al también magnífico volumen que sacaron Pre-Textos en 2000, arriba citado. La noche se agita. Plume precedido por Lejano interior es una excelente manera de entrar en el mundo increíble y apasionante de Michaux (quizás debería dar un par de nombres cercanos a su mundo para contextualizarlo: serían Boris Vian, Lautréamont, Oliverio Girondo y Lao-Tsé). Se trata de dos libros escritos en los años treinta y reescritos en los sesenta. Encontramos textos en prosa, poesías, piezas de teatro y un solo personaje, Plume, una de sus grandes y más conocidas creaciones. Plume es la expresión mínima de un personaje, casi una excusa, ¡pero con qué entidad, por pequeña que sea!. Plume es, como su nombre indica, ligero y fútil como una pluma, como la aria famosa de Rigoletto. La vida le pasa por encima y hace con él lo que quiere. Su existencia es extremadamente desgraciada y las circunstancias que le depara la escritura de Michaux la hacen absolutamente tragicómica e hilarante. Un solo ejemplo: Plume decide irse de viaje a Berlín. Al salir de una estación de tren una mujer madura le aborda y le propone acostarse con ella, aduciendo que es madre de nueve hijos. Él se dice, bueno, aunque sea muy fea y no es de mi estilo, se tiene que ser caritativo y tendremos que hacerlo. En un instante aparecen cuatro señoras más, se lo llevan a un motel, le roban y lo violan repetidamente («Mientras no haya sangre, no hay verdadero placer», dicen las harpías). Después le dan una patada y lo tiran por las escaleras. Él concluye: «Vaya, esto se va a convertir en un estupendo recuerdo de viaje, más adelante». Ésta es una escena típica de Plume.
Si no conocéis a Michaux, yo os diría: de cabeza. Asimismo, si le seguís y ya es uno de vuestros autores de cabecera, también os lo recomiendo encarecidamente: la edición lo vale y su contenido os dará largas horas de placer y estimulación cerebral de primera calidad.
Martí Sales
«Quien no acepta este mundo no levanta una casa en él», se puede leer en La noche se agita; o bien «todo es droga para quien elige vivir en el otro lado», en Plume o, también «quien mata a su loco muere sin voz», en Frente a los cerrojos (seguido de Puntos de referencia, en Pre-Textos, 2000) . Un ácrata, un creador desbordante, un explorador radical, todo eso y más era Henri Michaux, ese exbelga nacido el 1899 en Namur. Digo exbelga porque renegó de su nacionalidad en el 1955 –decía que odiaba Bélgica y sus habitantes y eso sólo es raro viniendo de un belga. También abandonó a la mitad su carrera de médico en 1919 para embarcarse durante tres años como grumete en un barco que iba a Sudamérica. Al acabar el periplo se fue a vivir a París, donde entró en contacto con los surrealistas para, acto seguido, hacer la suya completamente. Allí se quedó prendado de Max Ernst y Paul Klee: no tardaría en empezar a pintar, y lo hizo tan bien como escribir: sus pinturas están colgadas de las paredes de los museos más famosos.
Muy joven, en pleno apogeo surrealista, escribió sus primeros libros de poesía, ya llenos de una fuerza y personalidad que le acompañarían toda su vida y le granjearían la admiración de escritores como Octavio Paz o Jorge Luís Borges. Un poco más tarde publicó libros de viajes. Su experiencia ultramar le salía por los poros y la encauzó. En los años cuarenta siguió escribiendo libros de viajes, pero esta vez, inventados: países imaginarios poblados de seres también imaginarios, rienda suelta a su poderosísima imaginación pero no ejercicio de estilo. Todos sus textos, toda su obra, está sostenida por un afán de conocimiento y cuestionamiento de la realidad sin tregua. Sus textos aforísticos –y también los otros, en menor medida, o menos evidentemente– son pura enseñanza y reflexión, puro koan, atajos hacia el deslumbre cognitivo. A los cincuenta y cinco años decide tomarse mescalina y escribir sobre los estados alterados de la conciencia. Da a luz una de la series de libros más inspirados y lúcidos que se hayan escrito jamás sobre el tema.
Ellago Ediciones y Marta Segarra (la traductora y prologuista del volumen) se han encargado de publicar un libro con esmero, gusto y especial atención al texto, trabajo sólo equiparable al también magnífico volumen que sacaron Pre-Textos en 2000, arriba citado. La noche se agita. Plume precedido por Lejano interior es una excelente manera de entrar en el mundo increíble y apasionante de Michaux (quizás debería dar un par de nombres cercanos a su mundo para contextualizarlo: serían Boris Vian, Lautréamont, Oliverio Girondo y Lao-Tsé). Se trata de dos libros escritos en los años treinta y reescritos en los sesenta. Encontramos textos en prosa, poesías, piezas de teatro y un solo personaje, Plume, una de sus grandes y más conocidas creaciones. Plume es la expresión mínima de un personaje, casi una excusa, ¡pero con qué entidad, por pequeña que sea!. Plume es, como su nombre indica, ligero y fútil como una pluma, como la aria famosa de Rigoletto. La vida le pasa por encima y hace con él lo que quiere. Su existencia es extremadamente desgraciada y las circunstancias que le depara la escritura de Michaux la hacen absolutamente tragicómica e hilarante. Un solo ejemplo: Plume decide irse de viaje a Berlín. Al salir de una estación de tren una mujer madura le aborda y le propone acostarse con ella, aduciendo que es madre de nueve hijos. Él se dice, bueno, aunque sea muy fea y no es de mi estilo, se tiene que ser caritativo y tendremos que hacerlo. En un instante aparecen cuatro señoras más, se lo llevan a un motel, le roban y lo violan repetidamente («Mientras no haya sangre, no hay verdadero placer», dicen las harpías). Después le dan una patada y lo tiran por las escaleras. Él concluye: «Vaya, esto se va a convertir en un estupendo recuerdo de viaje, más adelante». Ésta es una escena típica de Plume.
Si no conocéis a Michaux, yo os diría: de cabeza. Asimismo, si le seguís y ya es uno de vuestros autores de cabecera, también os lo recomiendo encarecidamente: la edición lo vale y su contenido os dará largas horas de placer y estimulación cerebral de primera calidad.
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