Eclipsados, Zaragoza, 2009. 76 pp. 13,52 €
Sofía Castañón
Que esto de la literatura no se toma muy en serio puede comprobarse en las mesas de novedades de las grandes librerías. Sólo hay que mirar el tanto y el qué que se publica. Y si aún no se ve claro, echarle un ojo a los popes mediáticos de la cosa literaria, revistas que parecen la Cuore pero con la pretensión de desnudar las mentes (y ya quisieran esas mentes en porretas ser la mitad de interesantes que los cuerpos de las revistas para post-adolescentes). Que la cosa no es seria, sí. Y que para mayor despropósito se intenta compensar poniéndose —autores, editores y mundillo— aún más serios. Javier García Rodríguez lo hace a la inversa: de manera gozosamente poco seria habla de cosas serias. En su prosa irreverente encontramos más enjundia y verdades que en los tonos afectados que se utilizan para hablar finalmente sobre el botox o el telefonillo de la ducha. Más claro queda con el propio bajotítulo: Hacia una hermenéutica transficcional de las narrativas mutantes: de Propp al afterpop (o “nocilla, qué merendilla”).
Mutatis Mutandis es un libro híbrido como un monstruo cultivado, la excusa hipertexturizada —pero con hilvanes finos, no se piensen— para retratar desde algo como post-cubismo (porque en estos tiempos todo es post) a la denominada “generación mutante” de escritores. El protagonista, al que con tanta palmadita en la espalda de la voz del autor no se puede ver como su alter ego –más bien hijo ingenuo-, es un profesor de Historia de la Literatura con todas las mayúsculas precisas para que aquello suene a libros llenos de poso con letras llenas de polvo. Las moderneces (post-moderneces, me perdonen) no le interesan lo más mínimo hasta que por honor, dinero y amor —del propio— se ve sumergido en la epopéyica empresa de entender y así explicar qué se traen entre manos los mutantes. Conspiración judeomasónica, un pacto desde el principio de los versos, intrigas palaciegas o de pasillos de facultad, gigantismo o niños gigantes que escriben novelas plagadas de su imaginería infantil.
En esta novela, que no se reconoce como novela, hay una novela dentro. Y hay crítica literaria, que se reconoce como cítrica literal. Y pasajes introspectivos como pasadizos que dejan al lector expectante. García Rodríguez nos hace reír para que entendamos que la literatura quizás sí que se la toma un poco en serio. Sólo alguien al que le importe la difusa, imprecisa y secuestradora cosa literaria se molesta en escribir un libro (editado con gusto, como lo están siempre los libros de la editorial Eclipsados) que atrape al lector, que lo estimule y hasta lo respete. Se queda adherido a las manos desde el primer momento y hasta acabarlo, con una suerte de emulsión indeleble en las paredes de estas cabezas nuestras que a base de tanto bluff como se publica andaban revestidas con el papel pintado de la abuela o los pósters del grupo indie de moda. Mutatis Mutandis, menos mal.
Sofía Castañón
Que esto de la literatura no se toma muy en serio puede comprobarse en las mesas de novedades de las grandes librerías. Sólo hay que mirar el tanto y el qué que se publica. Y si aún no se ve claro, echarle un ojo a los popes mediáticos de la cosa literaria, revistas que parecen la Cuore pero con la pretensión de desnudar las mentes (y ya quisieran esas mentes en porretas ser la mitad de interesantes que los cuerpos de las revistas para post-adolescentes). Que la cosa no es seria, sí. Y que para mayor despropósito se intenta compensar poniéndose —autores, editores y mundillo— aún más serios. Javier García Rodríguez lo hace a la inversa: de manera gozosamente poco seria habla de cosas serias. En su prosa irreverente encontramos más enjundia y verdades que en los tonos afectados que se utilizan para hablar finalmente sobre el botox o el telefonillo de la ducha. Más claro queda con el propio bajotítulo: Hacia una hermenéutica transficcional de las narrativas mutantes: de Propp al afterpop (o “nocilla, qué merendilla”).
Mutatis Mutandis es un libro híbrido como un monstruo cultivado, la excusa hipertexturizada —pero con hilvanes finos, no se piensen— para retratar desde algo como post-cubismo (porque en estos tiempos todo es post) a la denominada “generación mutante” de escritores. El protagonista, al que con tanta palmadita en la espalda de la voz del autor no se puede ver como su alter ego –más bien hijo ingenuo-, es un profesor de Historia de la Literatura con todas las mayúsculas precisas para que aquello suene a libros llenos de poso con letras llenas de polvo. Las moderneces (post-moderneces, me perdonen) no le interesan lo más mínimo hasta que por honor, dinero y amor —del propio— se ve sumergido en la epopéyica empresa de entender y así explicar qué se traen entre manos los mutantes. Conspiración judeomasónica, un pacto desde el principio de los versos, intrigas palaciegas o de pasillos de facultad, gigantismo o niños gigantes que escriben novelas plagadas de su imaginería infantil.
En esta novela, que no se reconoce como novela, hay una novela dentro. Y hay crítica literaria, que se reconoce como cítrica literal. Y pasajes introspectivos como pasadizos que dejan al lector expectante. García Rodríguez nos hace reír para que entendamos que la literatura quizás sí que se la toma un poco en serio. Sólo alguien al que le importe la difusa, imprecisa y secuestradora cosa literaria se molesta en escribir un libro (editado con gusto, como lo están siempre los libros de la editorial Eclipsados) que atrape al lector, que lo estimule y hasta lo respete. Se queda adherido a las manos desde el primer momento y hasta acabarlo, con una suerte de emulsión indeleble en las paredes de estas cabezas nuestras que a base de tanto bluff como se publica andaban revestidas con el papel pintado de la abuela o los pósters del grupo indie de moda. Mutatis Mutandis, menos mal.
1 comentario:
Hola, qué tal? El único problema que tengo con tus textos es que me dan ganas de leer mucho de los libros de los que comentás, pero no creo que lleguen todos a Venezuela. De todas formas me encanta este blog. Felicitaciones.
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