lunes, enero 18, 2010

Como la flor del almendro o allende, Mahmud Darwix

Trad. Luz Gómez García. Pre-Textos, Valencia, 2009. 220 pp. 25 €

José Luis Gómez Toré

Como la flor del almendro o allende es el enigmático título del último libro que Mahmud Darwix (Birwa, Palestina, 1941-Houston, EEUU, 2008) publicó antes de su muerte (la traducción de este volumen corre a cargo de Luz Gómez García, que ya nos ofreció una nutrida selección de la obra de Darwix en la muy recomendable antología poética que preparó para esta misma editorial). Una vez más podemos comprobar cómo la fuerza expresiva de esta voz proviene paradójicamente de la conciencia de su precariedad, de la convicción de que siempre se habla, y sobre todo en el poema, al borde del balbuceo. Sin embargo, «¡No peligra la poesía/ si balbucea, o porque yerre/ magníficamente en los símiles!». O si peligra, se trata de un riesgo necesario, de ese salto mortal sin el que no puede tener lugar el milagro siempre escaso de la iluminación poética.
Los poemas de Darwix brotan de una experiencia del lenguaje siempre en peligro de callar antes de tiempo o de decir demasiado. Esta experiencia de la palabra no es probablemente ajena a la vivencia personal del exilio ni al hecho de pertenecer a una tradición como la árabe. La cuestión de la lengua no es aquí (en poesía, nunca lo es) un asunto secundario: estos versos se escriben en un idioma que no es sólo la lengua de esa Palestina a la que no se permite existir como país sino también la de una amplia comunidad lingüística y cultural, que para el poeta exiliado se constituye en una nueva pregunta sobre la compleja relación entre Oriente y Occidente. Significativamente, el poema que cierra el libro lo dedica a otro exiliado palestino, su amigo Edward Said, quien tanto reflexionó sobre los movimientos de atracción y repulsión entre el Occidente hegemónico y el mundo árabe. Con todo, conviene recordar al respecto lo que Darwix afirma en ese último poema: «Ningún Oriente es completamente Oriente,/ ningún Occidente es completamente Occidental». Toda identidad es plural y, aunque en todo el libro resuena una pregunta por la identidad propia y colectiva, dicha pregunta nunca puede contestarse definitivamente. Cuando la identidad deja de ser pregunta, corre el riesgo de convertirse en una máscara que sustituye el gesto vivo del rostro por una mueca petrificada.
Como el puente que simboliza el exilio en "Niebla densa en el puente", en la poesía de Darwix se establecen continuamente vasos comunicantes entre lo privado y lo público, entre el individuo y la colectividad, entre la alcoba íntima y la historia, entre las palabras y las cosas... pero al igual que en el símbolo del puente, esa unión es también el signo de una distancia, del peligro de permanecer en tierra de nadie o incluso de caer en la esquizofrenia de identidades irreconciliables. El escritor palestino no parece concebir otra identidad que la que se construye en el diálogo con el otro (el otro amigo, el otro que es la amada, el otro que es también el enemigo). Y a falta de un tú con el que conversar, el yo poético se ve impelido a hablar consigo mismo, con ese desconocido que forma parte del propio yo y al que tal vez sólo la poesía puede arrancar de su mutismo. Uno de los aspectos más interesantes de la obra del palestino es ese continuo oscilar entre el diálogo y el monólogo, el juego con los pronombres personales, la polifonía de voces que amenazan con disolver la precaria conquista de una identidad y que, sin embargo, son al mismo tiempo la unica posibilidad de mantener esa identidad abierta y por lo tanto viva.
Claudio Guillén, en el hermoso libro El sol de los desterrados, estudió los vínculos que se establecen en la literatura universal entre el exilio real del desterrado, con causas políticas muy concretas, y el exilio metafórico que remite a la experiencia de desarraigo que es quizá consustancial a nuestra condición humana. Darwix logra, y no es poco mérito, que el exilio real acabe simbolizando el exilio de todo ser humano que persigue un espacio propio, pero sin que esa metaforización borre el referente concreto de quien vive fuera de su Palestina natal por razones nada metafóricas.
Como la flor del almendro que da título al libro, la belleza de estos versos surge de la experiencia de la fragilidad. Precisamente por ello la voz de Darwix suena convincente tanto cuando refleja las perplejidades del yo como cuando se acerca a los conflictos de la historia (conflictos que por otra parte revelan la dificultad de separar lo público y lo privado, ya que la voz del exiliado sabe que su intimidad no es ajena a la historia de la colectividad a la que pertenece). La poesía de Darwix es a un tiempo exilio y morada, negación de toda patria y patria provisoria que nace tal vez de la posibilidad de un diálogo verdadero, no manchado por la mentira ni por las relaciones de poder. Por ello, las alusiones metapoéticas (y metalingüísticas), que encontramos aquí y allá, no nos hablan sólo del oficio del escritor, sino de la posibilidad, siempre frustrada y siempre renovada, de habitar en el mundo: «¿Y quien - si/ me expreso en lo que no es poesía- conocerá/ la tierra del forastero?».

2 comentarios:

s dijo...

Espléndida reseña.

LGG dijo...

Hola, muy buena reseña. La reproduzco en http://mahmuddarwix.blogspot.com/

Saludos