Bartleby Editores, Madrid, 2009. 306 pp. 17 €
Marta Sanz
Entrevías mon amour de Justo Sotelo es uno de esos libros que no le tienen miedo a la tristeza; que no temen que un lector, acostumbrado a que le regalen los oídos con historias cuyos personajes encarnan los valores de un manual de autoayuda, lo cierre y no siga firmando con su autor ese pacto de confianza que implica ir pasando una página detrás de otra. Entrevías mon amour es, pues, una de esas novelas extrañamente respetuosas con sus lectores.
Esta novela escarba en lo que somos cada uno de nosotros indagando en las razones de nuestras enfermedades, nuestros traumas, la manera que tenemos que coger un vaso, nuestro oficio o nuestra forma de hacer el amor... Y explica todo eso sin dar explicaciones: tan sólo trazando una historia en la que cada uno de sus protagonistas es la cristalización de un pasado común, traumático, plagado de secretos, difuntos y fantasmas, que se quedan pululando por esa Historia con mayúscula que vamos construyendo cada día con nuestras pequeñas y minúsculas historias.
Desde el espacio más íntimo y sin recurrir a la épica, Sotelo habla de la guerra y de las guerras, el tema heroico por antonomasia. Habla de la responsabilidad de los verdugos y de esa otra responsabilidad, quizá más lábil y más difícil de comprender: la responsabilidad de unas víctimas que tienen la obligación moral de superar el dolor para desenterrar a los muertos que son simiente de amapola en las cunetas y recuperar, así, una memoria sin nostalgia que permita a todos los huérfanos, a todos los exiliados —de sus países y de sí mismos—, a todos los desposeídos y los desarraigados, seguir hacia adelante escribiendo la historia de los vencidos... Como Walter Benjamin, que constituye una de las muchas referencias vitales y literarias de esta novela, o Gabilondo, uno de sus personajes, como los forenses y los patólogos, como Judith y Edipa que no por casualidad son arqueólogas y saben que, sin conciencia del pasado, no se puede confiar en el digno advenimiento del futuro.
Detrás de cada muerto o de cada corazón herido en esta novela hay una experiencia triste —plomo, envenenamiento, talidomida, violencia, asesinato—; sin embargo, pese a toda esa tristeza por la que no hay que pedir perdón, Sotelo no cae en la telaraña pegajosa de las propuestas literarias que se regodean en que no hay nada que hacer y en que el ser humano es un animal maniatado por su dolor y por su escepticismo; una de esas propuestas que, comercializando un sentido espurio de la angustia, son como una llaga en el carrillo que vamos agrandando con la lengua: cuanto más nos mortifica, más nos satisface. Nos recreamos estéticamente en el propio sufrimiento, nos damos tanta lástima y es tan bonito llorar y regodearse en las más bajas pasiones, que estamos a un paso de la cursilería y de que la literatura se convierta tan sólo en un mecanismo para hermosear la tragedia. Y hermosear la tragedia es lo mismo que no ver. Sin embargo, Sotelo no escribe una novela para que sus lectores, en la gratificación del reconocimiento, se den pena a sí mismos mientras descubren lo bien que escribe un autor, sino para que, como su protagonista, Teo Abad —un hombre que es heroico en la misma medida que imperfecto—, al final y pese a todas las pérdidas, sigan adelante, haciendo eso que exactamente tienen que hacer.
Entrevías mon amour es una novela sobre la conciencia del individuo en y sobre la Historia, y sobre la lucidez que implican las respuestas positivas que no son huidas hacia adelante. Hay que agradecerle al autor su valentía, su sensibilidad política y literaria que le impide caer en la demagogia equidistante y revisionista de algunos relatos históricos y mediáticos sobre la segunda república, la guerra civil, la posguerra y el franquismo; hay que agradecerle su lenguaje exigente; su mirada respecto a esos actos de heroísmo cotidiano que tienen un punto ridículo que no deja de ser a la vez intrépido; hay que alabar también la sabiduría de este libro para mezclar la violencia y la ternura, así como la creación de un grupo mujeres poderosas que reivindica su sexualidad y su alegría de vivir desde la esperanza y la lucha. Y hay que agradecerle, sobre todo, que tras cerrar la última página de Entrevías mon amour, nos vibre en el cerebro, en el fondo del tímpano y en la punta de la lengua, ese grito que nunca deberíamos olvidar: No a la guerra.
Marta Sanz
Entrevías mon amour de Justo Sotelo es uno de esos libros que no le tienen miedo a la tristeza; que no temen que un lector, acostumbrado a que le regalen los oídos con historias cuyos personajes encarnan los valores de un manual de autoayuda, lo cierre y no siga firmando con su autor ese pacto de confianza que implica ir pasando una página detrás de otra. Entrevías mon amour es, pues, una de esas novelas extrañamente respetuosas con sus lectores.
Esta novela escarba en lo que somos cada uno de nosotros indagando en las razones de nuestras enfermedades, nuestros traumas, la manera que tenemos que coger un vaso, nuestro oficio o nuestra forma de hacer el amor... Y explica todo eso sin dar explicaciones: tan sólo trazando una historia en la que cada uno de sus protagonistas es la cristalización de un pasado común, traumático, plagado de secretos, difuntos y fantasmas, que se quedan pululando por esa Historia con mayúscula que vamos construyendo cada día con nuestras pequeñas y minúsculas historias.
Desde el espacio más íntimo y sin recurrir a la épica, Sotelo habla de la guerra y de las guerras, el tema heroico por antonomasia. Habla de la responsabilidad de los verdugos y de esa otra responsabilidad, quizá más lábil y más difícil de comprender: la responsabilidad de unas víctimas que tienen la obligación moral de superar el dolor para desenterrar a los muertos que son simiente de amapola en las cunetas y recuperar, así, una memoria sin nostalgia que permita a todos los huérfanos, a todos los exiliados —de sus países y de sí mismos—, a todos los desposeídos y los desarraigados, seguir hacia adelante escribiendo la historia de los vencidos... Como Walter Benjamin, que constituye una de las muchas referencias vitales y literarias de esta novela, o Gabilondo, uno de sus personajes, como los forenses y los patólogos, como Judith y Edipa que no por casualidad son arqueólogas y saben que, sin conciencia del pasado, no se puede confiar en el digno advenimiento del futuro.
Detrás de cada muerto o de cada corazón herido en esta novela hay una experiencia triste —plomo, envenenamiento, talidomida, violencia, asesinato—; sin embargo, pese a toda esa tristeza por la que no hay que pedir perdón, Sotelo no cae en la telaraña pegajosa de las propuestas literarias que se regodean en que no hay nada que hacer y en que el ser humano es un animal maniatado por su dolor y por su escepticismo; una de esas propuestas que, comercializando un sentido espurio de la angustia, son como una llaga en el carrillo que vamos agrandando con la lengua: cuanto más nos mortifica, más nos satisface. Nos recreamos estéticamente en el propio sufrimiento, nos damos tanta lástima y es tan bonito llorar y regodearse en las más bajas pasiones, que estamos a un paso de la cursilería y de que la literatura se convierta tan sólo en un mecanismo para hermosear la tragedia. Y hermosear la tragedia es lo mismo que no ver. Sin embargo, Sotelo no escribe una novela para que sus lectores, en la gratificación del reconocimiento, se den pena a sí mismos mientras descubren lo bien que escribe un autor, sino para que, como su protagonista, Teo Abad —un hombre que es heroico en la misma medida que imperfecto—, al final y pese a todas las pérdidas, sigan adelante, haciendo eso que exactamente tienen que hacer.
Entrevías mon amour es una novela sobre la conciencia del individuo en y sobre la Historia, y sobre la lucidez que implican las respuestas positivas que no son huidas hacia adelante. Hay que agradecerle al autor su valentía, su sensibilidad política y literaria que le impide caer en la demagogia equidistante y revisionista de algunos relatos históricos y mediáticos sobre la segunda república, la guerra civil, la posguerra y el franquismo; hay que agradecerle su lenguaje exigente; su mirada respecto a esos actos de heroísmo cotidiano que tienen un punto ridículo que no deja de ser a la vez intrépido; hay que alabar también la sabiduría de este libro para mezclar la violencia y la ternura, así como la creación de un grupo mujeres poderosas que reivindica su sexualidad y su alegría de vivir desde la esperanza y la lucha. Y hay que agradecerle, sobre todo, que tras cerrar la última página de Entrevías mon amour, nos vibre en el cerebro, en el fondo del tímpano y en la punta de la lengua, ese grito que nunca deberíamos olvidar: No a la guerra.
3 comentarios:
Desde Barcelona, comparto del todo esta crítica
Es una de las mejores novelas que he leído recientemente. Se nota un gran dominio de la técnica narrativa y del lenguaje.
Sin lugar a dudas, es la mejor novela del autor, porque el estilo es muy dinámico y sencillo. Las diversas situaciones por las que atraviesa el protagonista (Teo Abad) son muy interesantes. Estoy seguro de que la próxima será aún mejor.
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