Trad. Damián Alou. Anagrama, Barcelona, 2009, 464 pp. 21 €
Sofía Rhei
Quizá haya alguien que aún no conozca la obra del neurólogo norteamericano más famoso del mundo. Si así fuera, esa persona tiene la suerte de poder descubrir al hombre que confundió a su mujer con un sombrero, al tío Tungsteno, un antropólogo en Marte o una isla entera de ciegos al color.
¿Por qué nos resulta tan endemoniadamente fascinante cualquier cosa que salga del procesador de textos de Oliver Sacks? Pues porque nos habla de nosotros mismos. Hace una especie de realismo mágico de la pura realidad. Nos habla de los trastornos mentales desde una serie de puntos de vista que nos hacen cambiar nuestras concepciones acerca de numerosos aspectos de la mente, y por tanto, de la percepción, y por tanto, de la realidad.
«En los primeros días que pasé en casa hubo algo que me incomodó enormemente. Ya no me interesaba escuchar música. Oía la música. Sabía que era música, y también sabía lo mucho que me gustaba escuchar música. […] Sólo que ahora no significaba nada. Me resultaba indiferente. Algo malo me ocurría.»
A menudo reconocemos experiencias personales, o ecos de ellas, en los casos clínicos descritos por el doctor Sacks. Por una parte, existe una sensación de fragilidad al darse cuenta de lo sencillo, gratuito o inesperado que puede ser adquirir un grave trastorno mental, pero, como contraposición, también nos quedamos con la certeza de que hay muy pocas cosas que no tengan algún tipo de solución.
«Toda la gente que padece el síndrome de Williams adora la música.»
El autor menciona diversos casos relacionadas con la música que ya aparecieron en libros anteriores, especialmente los primeros. Menciona la percepción musical de los sordos como ya hiciera en Veo una voz. Habla, como siempre, de sinestesia. Y sin embargo, no importa en absoluto que se repitan los datos cuando lo que importa es el discurso, un arrojar luz sobre lo impensable del pensamiento. Aunque presta atención a todas las fronteras de la mente humana, a Sacks le interesan las mentes brillantes, las peculiaridades meritorias, las excepciones por arriba. Buscando las causas del genio o del talento encuentra que a veces la enfermedad está en el origen de estos, o viceversa.
Puede que este sea el menos lírico y esperanzador de sus libros, y a cambio, uno de los más científicos. Profundiza más que divulgar. Sin embargo, no deja de contener una serie maravillosa de ideas y descubrimientos, como esta fascinante canción sobre la tabla periódica de cuyo autor, Tom Lehrer, me he hecho automáticamente fan:
Sofía Rhei
Quizá haya alguien que aún no conozca la obra del neurólogo norteamericano más famoso del mundo. Si así fuera, esa persona tiene la suerte de poder descubrir al hombre que confundió a su mujer con un sombrero, al tío Tungsteno, un antropólogo en Marte o una isla entera de ciegos al color.
¿Por qué nos resulta tan endemoniadamente fascinante cualquier cosa que salga del procesador de textos de Oliver Sacks? Pues porque nos habla de nosotros mismos. Hace una especie de realismo mágico de la pura realidad. Nos habla de los trastornos mentales desde una serie de puntos de vista que nos hacen cambiar nuestras concepciones acerca de numerosos aspectos de la mente, y por tanto, de la percepción, y por tanto, de la realidad.
«En los primeros días que pasé en casa hubo algo que me incomodó enormemente. Ya no me interesaba escuchar música. Oía la música. Sabía que era música, y también sabía lo mucho que me gustaba escuchar música. […] Sólo que ahora no significaba nada. Me resultaba indiferente. Algo malo me ocurría.»
A menudo reconocemos experiencias personales, o ecos de ellas, en los casos clínicos descritos por el doctor Sacks. Por una parte, existe una sensación de fragilidad al darse cuenta de lo sencillo, gratuito o inesperado que puede ser adquirir un grave trastorno mental, pero, como contraposición, también nos quedamos con la certeza de que hay muy pocas cosas que no tengan algún tipo de solución.
«Toda la gente que padece el síndrome de Williams adora la música.»
El autor menciona diversos casos relacionadas con la música que ya aparecieron en libros anteriores, especialmente los primeros. Menciona la percepción musical de los sordos como ya hiciera en Veo una voz. Habla, como siempre, de sinestesia. Y sin embargo, no importa en absoluto que se repitan los datos cuando lo que importa es el discurso, un arrojar luz sobre lo impensable del pensamiento. Aunque presta atención a todas las fronteras de la mente humana, a Sacks le interesan las mentes brillantes, las peculiaridades meritorias, las excepciones por arriba. Buscando las causas del genio o del talento encuentra que a veces la enfermedad está en el origen de estos, o viceversa.
Puede que este sea el menos lírico y esperanzador de sus libros, y a cambio, uno de los más científicos. Profundiza más que divulgar. Sin embargo, no deja de contener una serie maravillosa de ideas y descubrimientos, como esta fascinante canción sobre la tabla periódica de cuyo autor, Tom Lehrer, me he hecho automáticamente fan:
3 comentarios:
No conocía este nuevo libro de Sacks, gracias por descubrírmelo y desde luego esa manera de "destripar" la tabla periódica me ha dejado con las patas colgando...
Un abrazo.
Creo que Sacks escribe los mejores libros que se pueda leer. En muchas ocasiones la más fantástica de las novelas palidece ante lo que nos cuenta. Y quizá esa atracción sea, como muy bien señalas, porque en el fondo todos podemos encontrar ciertos ecos de nosostros mismos.
Saludos.
Tampoco conocía este libro de Sacks; leí el de Marte y el tío me pareció un "guay" que se aprovecha de su profesión para hacer literatura. Como médico, no me ponía en sus manos y más sabiendo que las taritas que encuentra son tan irreversibles
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