Páginas de Espuma, Madrid, 2009. 160 pp. 15 €
Rubén Castillo Gallego
Muchos lectores (y críticos literarios, y profesores) de España almacenan, enquistado en sus mentes, un difuso prejuicio contra el humor, al que son capaces de tolerar, aplaudir o incluso buscar en libros y revistas, pero al que niegan con vehemencia todo atisbo de profundidad. Así, maravillosos escritores como Hipólito G. Navarro o Juan José Millás son tildados de ingeniosos, lúdicos, chispeantes o rateros (“autores para pasar el rato”); pero cuesta muchísimo que se les reconozca la genialidad o la brillantez que se regala casi al instante a todos aquellos que, llenando folios con cara de vinagre o mostrándose renuentes a los peines, se instalan en la zona noble de los suplementos literarios. El sello Páginas de Espuma, lejos de transigir con esta tendencia general, se rebela de forma ostensible contra ella en una de sus últimas publicaciones: el tomo España, aparta de mí estos premios, una colección de relatos que firma Fernando Iwasaki (Lima, 1961) y que tienen en común el hecho de haber sido “premiados” en una serie de certámenes a cuál más extravagante, donde los escritores deben idear cuentos que glorifiquen al Sevilla F.C., ensalcen la gastronomía vasca, transcurran en la cueva de la Pileta, glosen el papel de la nueva mujer catalana o aludan a los héroes del Alcázar de Toledo (en un singular concurso patrocinado al alimón por Izquierda Unida Los Verdes y Falange Auténtica, ahí es nada). Situándose en estos disparatados cauces, el escritor que quiera conquistar premios literarios (indica Iwasaki) tendrá que amañar sus relatos con sutiles retoques para que el mismo texto, «refrito varias bases según las veces y viceversa» (p.13), tenga opciones de alzarse con el triunfo. Así, nos encontraremos con Makino Yoneyama, un brigadista nipón que sale de una cueva e interrumpe un programa televisivo, sin saber que la guerra civil acabó hace 70 años; o con Makoto Komatsubara, quien emerge de las catacumbas del Alcázar de Toledo, ignorando la misma circunstancia; o con Michiko Arakaki, una antigua lanzadora de cuchillos y amante de Picasso, quien lleva décadas viviendo de incógnito como trabajadora en el ayuntamiento de Barcelona; o con... No creo que haga falta añadir más nombres para que los lectores se hagan una idea del contenido de este volumen. Un relato que actúa como “célula madre” es clonado con sutiles diferencias, para adaptarse a las exigencias más peregrinas de los ayuntamientos, cajas de ahorros y demás organismos convocantes de concursos de cuentos. Zumbón como él solo, didáctico, explosivo, iconoclasta, irreverente y disparatado, Fernando Iwasaki construye siete cuentos que son siete mecanos, siete estrategias, siete carcajadas, siete provocaciones, siete desplantes con los que todos los lectores disfrutarán. Y, como colofón para el libro, incluye un Decálogo del concursante consuetudinario, en el que, entre otras cosas, aconseja a los novatos que firmen con seudónimos femeninos, que no aborden jamás el tema de los templarios (que funciona en las novelas, pero no en relatos cortos) y que, en la medida de lo posible, ambienten sus creaciones en Nueva York, porque “nunca falla”. En suma, una obra irónica, muy bien escrita y que garantiza sonrientes horas de lectura a sus usuarios.
Rubén Castillo Gallego
Muchos lectores (y críticos literarios, y profesores) de España almacenan, enquistado en sus mentes, un difuso prejuicio contra el humor, al que son capaces de tolerar, aplaudir o incluso buscar en libros y revistas, pero al que niegan con vehemencia todo atisbo de profundidad. Así, maravillosos escritores como Hipólito G. Navarro o Juan José Millás son tildados de ingeniosos, lúdicos, chispeantes o rateros (“autores para pasar el rato”); pero cuesta muchísimo que se les reconozca la genialidad o la brillantez que se regala casi al instante a todos aquellos que, llenando folios con cara de vinagre o mostrándose renuentes a los peines, se instalan en la zona noble de los suplementos literarios. El sello Páginas de Espuma, lejos de transigir con esta tendencia general, se rebela de forma ostensible contra ella en una de sus últimas publicaciones: el tomo España, aparta de mí estos premios, una colección de relatos que firma Fernando Iwasaki (Lima, 1961) y que tienen en común el hecho de haber sido “premiados” en una serie de certámenes a cuál más extravagante, donde los escritores deben idear cuentos que glorifiquen al Sevilla F.C., ensalcen la gastronomía vasca, transcurran en la cueva de la Pileta, glosen el papel de la nueva mujer catalana o aludan a los héroes del Alcázar de Toledo (en un singular concurso patrocinado al alimón por Izquierda Unida Los Verdes y Falange Auténtica, ahí es nada). Situándose en estos disparatados cauces, el escritor que quiera conquistar premios literarios (indica Iwasaki) tendrá que amañar sus relatos con sutiles retoques para que el mismo texto, «refrito varias bases según las veces y viceversa» (p.13), tenga opciones de alzarse con el triunfo. Así, nos encontraremos con Makino Yoneyama, un brigadista nipón que sale de una cueva e interrumpe un programa televisivo, sin saber que la guerra civil acabó hace 70 años; o con Makoto Komatsubara, quien emerge de las catacumbas del Alcázar de Toledo, ignorando la misma circunstancia; o con Michiko Arakaki, una antigua lanzadora de cuchillos y amante de Picasso, quien lleva décadas viviendo de incógnito como trabajadora en el ayuntamiento de Barcelona; o con... No creo que haga falta añadir más nombres para que los lectores se hagan una idea del contenido de este volumen. Un relato que actúa como “célula madre” es clonado con sutiles diferencias, para adaptarse a las exigencias más peregrinas de los ayuntamientos, cajas de ahorros y demás organismos convocantes de concursos de cuentos. Zumbón como él solo, didáctico, explosivo, iconoclasta, irreverente y disparatado, Fernando Iwasaki construye siete cuentos que son siete mecanos, siete estrategias, siete carcajadas, siete provocaciones, siete desplantes con los que todos los lectores disfrutarán. Y, como colofón para el libro, incluye un Decálogo del concursante consuetudinario, en el que, entre otras cosas, aconseja a los novatos que firmen con seudónimos femeninos, que no aborden jamás el tema de los templarios (que funciona en las novelas, pero no en relatos cortos) y que, en la medida de lo posible, ambienten sus creaciones en Nueva York, porque “nunca falla”. En suma, una obra irónica, muy bien escrita y que garantiza sonrientes horas de lectura a sus usuarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario