María Ruisánchez
Vivir del cuento se llama la colección de la editorial Páginas de Espuma donde Hipólito G. Navarro ha publicado su última antología, El pez volador. No sabemos si el autor podrá vivir o no del cuento, pero de lo que no hay lugar a duda es de que los escribe con una absoluta maestría. No en balde, acaba de recibir el premio de la prensa andaluza por este libro que combina el humor más absurdo con la crudeza de infancias, recuerdos o vidas solitarias. En total veinte cuentos escogidos concienzudamente de entre los que destacan, al menos para mí, Los frutos más dulces, Las especies protegidas, 27/45 y Sucedáneo: pez volador. La edición se cierra con una entrevista, autor por editor partido de lector, donde uno puede descubrir o al menos entrever el por qué de esos cuentos: una infancia durísima, un lector compulsivo, un biolugus interruptus y sin nunca perder la sonrisa. Todo a la coctelera, y el resultado una constante revolución narrativa, una experimentación hilarante, loca, cómplice. Unos cuentos multimedia, que interactúan con el lector y ponen a prueba reiteradamente su inteligencia y su tesón para atrapar una narración que se escapa ante sus ojos, enlazándose esquiva dos páginas más allá. Un juego, una maravilla.
Quizás por ser El pez volador una antología encontramos en ella, varios Hipólitos. Si bien, todos usan el lenguaje con la fluidez del que escribe en trance, y el desahogo del que se divierte haciéndolo. Hay en estos cuentos algunos que destacan por su crudeza. Son de esa clase de cuentos que te obligan a cerrar el libro en cuanto lo terminas, porque no quieres todavía cambiar de tercio, pretendes mantenerlo aún un rato en el cielo del paladar, disfrutando del desasosiego y la honda tristeza que te dejan. Son para mí, claros ejemplos de esto, Los frutos más dulces y Las especies protegidas. El primero podría tildarse de escrito más a lo “clásico”, siempre entre comillas, que el otro, que es una auténtica obra de arte, digna de ser enmarcada, con una narración hipnótica, evocativa, sonámbula y de filibustero. Se me permita el último calificativo, ya que sin darnos cuanta, según avanzamos en la lectura de Las especies protegidas, las palabras te abordan y te despojan de algo tuyo, que invariablemente pones al leer, no sólo este relato, sino también Los frutos más dulces, ya que en ambos te implicas. De ahí que al concluirlos, cierres el libro mientras te pliegas al unísono, sorprendida con sus finales, conmovida y con visos de melancolía.
Para contrastar hay otros cuentos de carcajada, de dulce desenfreno, en el que las amarguras se cubren de almíbar, sin dejar de estar ni un momento presentes. Muestra Hipólito G. Navarro el humor no sólo en el lenguaje, sino también en la trama como en 27/45 en el que ese auto-crédulo personaje (si se me permite el adjetivo) sopla 45 velas de su tarta, mientras se convence de que cumple 27. No hay ni uno sólo de estos cuentos que no te descoloque. Otro desternillante es a Buen entendedor (Dieciocho cuentos muy pequeños redactados ipsofácticamente), desde mi punto de vista brillante en su planteamiento, aunque me sobre la última parte en la que se explica lo anterior. Cada cual que entienda.
No obstante, si por algo destacan los cuentos de Hipólito G. Navarro es por ser una constante experimentación, una búsqueda, una vuelta de tuerca. Una narración que sorprende, con la que trastabillas, volviendo a la vertical gracias a un trasfondo de peso. Una narración agridulce. Recuperando la metáfora de la coctelera, leernos un cuento de Hipólito G. Navarro viene a ser como tomarnos un margarita. Y leernos esta antología, margarita a margarita… Imagínense.
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