Trad. Francisco Pérez Navarro. Ediciones B, Barcelona, 2009. 384 pp. 18 €
Miguel Baquero
Un aval incuestionable acompañaba a esta novela cuando salió al mercado. Su autora (Londres, 1935) fue, ni más ni menos, que la primera mujer directora del M15, la famosa unidad de espionaje del Reino Unido. Es más: según parece, la señora Rimington sirvió de inspiración para el personaje de M, la jefa de James Bond. Con tales premisas, la novela parecía garantizar una intriga trepidante, o al menos lógica, sin peligro de caer en el disparate. Aun cuando sospecho que, igual que se dice que la realidad supera a la ficción, las operaciones policiales o de espionaje, tal cual sucedieron, vertidas sobre el papel seguramente nos parezcan inverosímiles.
La novela de Rimington, primera obra de ficción que escribe (con anterioridad publicó unas memorias, de las que —esto lo digo de pasada y a título gratuito— yo, personalmente, no me fiaría demasiado dada la condición de espía de la mujer), tiene un argumento en apariencia sencillo, pero que a poco que transcurren las páginas va mostrando sus diversas ramificaciones. Por una afortunada circunstancia, los servicios secretos británicos reciben la noticia de que “un invisible” relacionado con el fundamentalismo islámico se ha infiltrado en el país y está preparando un atentado. “Un invisible”, según nos cuenta Rimington, es algo así como una especie de terrorista “legal”, no fichado ni seguido por la policía, pero con el agravante de que el “invisible” es natural del país y es capaz de pasar completamente desapercibido entre la población y puede moverse por todo el territorio sin levantar ninguna sospecha. “Un invisible era la peor noticia posible”.
Ante ello, a los servicios secretos sólo les queda una solución: esperar a que el terrorista cometa un error, basta con una nimiedad que les permita localizarle. Y mientras tanto, elucubrar sobre cuál puede ser su objetivo y por qué.
La invisible, como puede verse, participa de los mejores supuestos de la novela de espionaje, como es, principalmente, esa lucha sorda entre dos enemigos que se husmean, se presienten y aguardan, expectantes, el error del otro. De este material están hechas las novelas de John Le Carré (recuerdo, de pasada, El espía que surgió del frío, probablemente una de las mejores novelas del siglo XX, o La gente de Smiley), si bien a Rimington, pese al conocimiento —indudable— del terreno y del funcionamiento de los servicios de espionaje, y pese a la agilidad y cuidado de su prosa, le separa aún un mundo del maestro. También el mejor Forsyth, el de Chacal o Los perros de la guerra, sabe crear como nadie esa tensa espera de acontecimientos en que yo creo radica el mérito de una buena novela de espionaje.
La invisible es una novela amable, amena, absorbente en algunos momentos, y no cae en la abundancia de datos o de descripciones de procedimientos que, lo confieso, temía al principio, cuando supe que la autora manejaba material de primera mano. Concebida como un thriller para el gran público, cumple muy dignamente con su cometido y nos recuerda que, pese a la caída del Muro, el juego sigue todavía en marcha y no es recomendable fiarse de las apariencias.
Miguel Baquero
Un aval incuestionable acompañaba a esta novela cuando salió al mercado. Su autora (Londres, 1935) fue, ni más ni menos, que la primera mujer directora del M15, la famosa unidad de espionaje del Reino Unido. Es más: según parece, la señora Rimington sirvió de inspiración para el personaje de M, la jefa de James Bond. Con tales premisas, la novela parecía garantizar una intriga trepidante, o al menos lógica, sin peligro de caer en el disparate. Aun cuando sospecho que, igual que se dice que la realidad supera a la ficción, las operaciones policiales o de espionaje, tal cual sucedieron, vertidas sobre el papel seguramente nos parezcan inverosímiles.
La novela de Rimington, primera obra de ficción que escribe (con anterioridad publicó unas memorias, de las que —esto lo digo de pasada y a título gratuito— yo, personalmente, no me fiaría demasiado dada la condición de espía de la mujer), tiene un argumento en apariencia sencillo, pero que a poco que transcurren las páginas va mostrando sus diversas ramificaciones. Por una afortunada circunstancia, los servicios secretos británicos reciben la noticia de que “un invisible” relacionado con el fundamentalismo islámico se ha infiltrado en el país y está preparando un atentado. “Un invisible”, según nos cuenta Rimington, es algo así como una especie de terrorista “legal”, no fichado ni seguido por la policía, pero con el agravante de que el “invisible” es natural del país y es capaz de pasar completamente desapercibido entre la población y puede moverse por todo el territorio sin levantar ninguna sospecha. “Un invisible era la peor noticia posible”.
Ante ello, a los servicios secretos sólo les queda una solución: esperar a que el terrorista cometa un error, basta con una nimiedad que les permita localizarle. Y mientras tanto, elucubrar sobre cuál puede ser su objetivo y por qué.
La invisible, como puede verse, participa de los mejores supuestos de la novela de espionaje, como es, principalmente, esa lucha sorda entre dos enemigos que se husmean, se presienten y aguardan, expectantes, el error del otro. De este material están hechas las novelas de John Le Carré (recuerdo, de pasada, El espía que surgió del frío, probablemente una de las mejores novelas del siglo XX, o La gente de Smiley), si bien a Rimington, pese al conocimiento —indudable— del terreno y del funcionamiento de los servicios de espionaje, y pese a la agilidad y cuidado de su prosa, le separa aún un mundo del maestro. También el mejor Forsyth, el de Chacal o Los perros de la guerra, sabe crear como nadie esa tensa espera de acontecimientos en que yo creo radica el mérito de una buena novela de espionaje.
La invisible es una novela amable, amena, absorbente en algunos momentos, y no cae en la abundancia de datos o de descripciones de procedimientos que, lo confieso, temía al principio, cuando supe que la autora manejaba material de primera mano. Concebida como un thriller para el gran público, cumple muy dignamente con su cometido y nos recuerda que, pese a la caída del Muro, el juego sigue todavía en marcha y no es recomendable fiarse de las apariencias.
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