Anagrama, Barcelona, 2009. 179 pp. 16 €
Ignacio Sanz
¿Una novela con forma de diario o un diario con apariencia de novela? Nunca sabremos cuanto hay de verdad entre las ficciones que el autor nos cuela, como tampoco sabremos en qué proporción conviven las verdades y las mentiras. Pero qué más da. Toda ficción funda una verdad. Ahí está El Quijote para atestiguarlo. ¿A cuento de qué vienen estas reflexiones sobre la verdad y la mentira antes de entrar propiamente en materia? Es muy posible que el lector no se hiciera estas preguntas si El material humano tratara sobre tormentas de verano o sobre carreras de coches. Es más, el autor mismo es consciente del terreno resbaladizo y sensible que está pisando, no en cuanto al género, novela o diario, sino en cuanto al tema, la desaparición de personas a lo largo de más de treinta años de guerra larvada en Guatemala. Acaso por ello nos advierte en una cita que encabeza la novela «Aunque no lo parezca, aunque no quiera parecerlo, ésta es una obra de ficción». Pero el lector sospecha que tampoco aquí dice la verdad, teniendo en cuenta que el libro contiene una irónica y escueta nota final que dice: «Algunos personajes pidieron ser rebautizados». Es decir no quisieron que figuraran su nombre.
De modo que tanto el género como el contenido resultan equívocos y están sometidos a un permanente juego de espejos cervantinos en el que se cuelan fragmentos de la biografía del autor suficientemente conocidos como sus relaciones con Paul Bowles, sus estancias en Tánger, Francia o Nueva York. Pero todo ello no deja de resultar anecdótico frente al asunto central de este libro, es decir sobre las desapariciones de personas y la impunidad subsiguiente. Y, como consecuencia de ese estado de cosas, el miedo, las corrupciones, los secuestros o el ultraje al que se ha visto sometida la sociedad en su conjunto y especialmente las comunidades aborígenes. Asquea comprobar el paralelismo que existe entre el Ejército y la guerrilla y la sombra sospechosa de Estados Unidos manipulando el tinglado.
Pero esta historia ya la sabíamos o al menos nos sonaba su música. ¿Cuál es el mérito añadido de este libro? Posiblemente su tratamiento indagatorio, una cierta ligereza, lejos de dramatismos que sin embargo nos muestra parte del tumor. El autor acude a los archivos de la policía y trata de investigar que ha quedado de tanto horror como se ha sufrido. No siempre le franquean el camino, pero tampoco se lo cierran, porque los tiempos han cambiado. Vuelva usted mañana; la semana que viene nos vemos. En definitiva frases dilatorias. Pero el autor acude a la cita. Y le dan plantón. Una vez y otra vez, pero no importa porque el libro avanza al tiempo que nos va mostrando los intestinos, el submundo de una sociedad llena de cráteres aparentemente adormecidos pero que siguen echando humo. Y esos plantones terminan por ser parte esencial de la trama que Rodrigo Rey Rosa va salpicando con historias terribles, algunas conocidas pero olvidadas por el lector desmemoriado pese a que fueron en su día portada de periódicos.
En fin, estamos ante un ejercicio de virtuosismo literario que pone de manifiesto la fragilidad de la vida en ciertas partes del mundo, en este caso en Guatemala, el país de Rigoberta Menchú o el de Augusto Monterroso, el país del que Monterroso tuvo que salir huyendo y al que prácticamente ya no regresó. También el narrador de este libro se pregunta al final si no ha sido una equivocación volver y si no sería conveniente marcharse. Porque el miedo le empuja.
Tanto si se queda en Guatemala como si se marcha, Rey Rosa ha contribuido con El material humano a coger un delicado toro por los cuernos, no pasando por alto sobre una herida tan profunda y desgarradora. Y esta es una manera de apuntalar la democracia. En este sentido el libro contribuye tomar conciencia de tanto disparate y, a partir de ahí, a mormalizar la vida.
Ignacio Sanz
¿Una novela con forma de diario o un diario con apariencia de novela? Nunca sabremos cuanto hay de verdad entre las ficciones que el autor nos cuela, como tampoco sabremos en qué proporción conviven las verdades y las mentiras. Pero qué más da. Toda ficción funda una verdad. Ahí está El Quijote para atestiguarlo. ¿A cuento de qué vienen estas reflexiones sobre la verdad y la mentira antes de entrar propiamente en materia? Es muy posible que el lector no se hiciera estas preguntas si El material humano tratara sobre tormentas de verano o sobre carreras de coches. Es más, el autor mismo es consciente del terreno resbaladizo y sensible que está pisando, no en cuanto al género, novela o diario, sino en cuanto al tema, la desaparición de personas a lo largo de más de treinta años de guerra larvada en Guatemala. Acaso por ello nos advierte en una cita que encabeza la novela «Aunque no lo parezca, aunque no quiera parecerlo, ésta es una obra de ficción». Pero el lector sospecha que tampoco aquí dice la verdad, teniendo en cuenta que el libro contiene una irónica y escueta nota final que dice: «Algunos personajes pidieron ser rebautizados». Es decir no quisieron que figuraran su nombre.
De modo que tanto el género como el contenido resultan equívocos y están sometidos a un permanente juego de espejos cervantinos en el que se cuelan fragmentos de la biografía del autor suficientemente conocidos como sus relaciones con Paul Bowles, sus estancias en Tánger, Francia o Nueva York. Pero todo ello no deja de resultar anecdótico frente al asunto central de este libro, es decir sobre las desapariciones de personas y la impunidad subsiguiente. Y, como consecuencia de ese estado de cosas, el miedo, las corrupciones, los secuestros o el ultraje al que se ha visto sometida la sociedad en su conjunto y especialmente las comunidades aborígenes. Asquea comprobar el paralelismo que existe entre el Ejército y la guerrilla y la sombra sospechosa de Estados Unidos manipulando el tinglado.
Pero esta historia ya la sabíamos o al menos nos sonaba su música. ¿Cuál es el mérito añadido de este libro? Posiblemente su tratamiento indagatorio, una cierta ligereza, lejos de dramatismos que sin embargo nos muestra parte del tumor. El autor acude a los archivos de la policía y trata de investigar que ha quedado de tanto horror como se ha sufrido. No siempre le franquean el camino, pero tampoco se lo cierran, porque los tiempos han cambiado. Vuelva usted mañana; la semana que viene nos vemos. En definitiva frases dilatorias. Pero el autor acude a la cita. Y le dan plantón. Una vez y otra vez, pero no importa porque el libro avanza al tiempo que nos va mostrando los intestinos, el submundo de una sociedad llena de cráteres aparentemente adormecidos pero que siguen echando humo. Y esos plantones terminan por ser parte esencial de la trama que Rodrigo Rey Rosa va salpicando con historias terribles, algunas conocidas pero olvidadas por el lector desmemoriado pese a que fueron en su día portada de periódicos.
En fin, estamos ante un ejercicio de virtuosismo literario que pone de manifiesto la fragilidad de la vida en ciertas partes del mundo, en este caso en Guatemala, el país de Rigoberta Menchú o el de Augusto Monterroso, el país del que Monterroso tuvo que salir huyendo y al que prácticamente ya no regresó. También el narrador de este libro se pregunta al final si no ha sido una equivocación volver y si no sería conveniente marcharse. Porque el miedo le empuja.
Tanto si se queda en Guatemala como si se marcha, Rey Rosa ha contribuido con El material humano a coger un delicado toro por los cuernos, no pasando por alto sobre una herida tan profunda y desgarradora. Y esta es una manera de apuntalar la democracia. En este sentido el libro contribuye tomar conciencia de tanto disparate y, a partir de ahí, a mormalizar la vida.
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