III Certamen de Poesía “Vicente Presa”. Algaida , Sevilla, 2008. 6 pp. 12 €.
Diego Vaya
No es la primera vez que el poeta, narrador y traductor Manuel Moya (Fuenteheridos, 1960) intenta abrir un nuevo camino a través de la heteronimia: ya lo había hecho antes –que se conozca de momento– con Violeta C. Rangel, que encarnaba un sujeto poético marginal y con un lenguaje descarnado y directo, dentro un personalísimo uso del llamado realismo sucio, en libros como La posesión del humo (Hiperión, 1998) y Cosecha roja (Baile del sol, 2007).
Ya desde el subtítulo del poemario el autor nos plantea una de sus claves. El libro está formado por los textos del poeta Umar Abass, nacido en 1942 en el Sahara Occidental y cuya vida está marcada por el exilio. La idea del exilio parece convertirse de esta forma en uno de los temas más importantes dentro de la obra poética de Manuel Moya: Umar Abass es un exiliado político, al igual que es una exiliada Violeta C. Rangel, aunque en este caso se trate de un exilio social. Pero además de encontrar esta idea en sus heterónimos, también en los poemarios publicados con su nombre Manuel Moya muestra el exilio de manera recurrente y desde distintas perspectivas.
Sin embargo, hay que señalar que en El sueño de Dakhla se produce una evolución de este tema. Si bien por la biografía ficticia de Umar Abass se entiende que el personaje emprende un destierro forzoso, a lo largo de los poemas del libro asistimos a un cambio sustancial, donde lo que era la huida y la exclusión, se convierte en un peregrinaje revelador, que lleva al conocimiento de sí mismo y a arrojar luz sobre algunas parcelas de la existencia. En este peregrinaje resultan fundamentales la tradición literaria propia del sujeto poético y la reflexión a partir de la realidad, esencialmente a través de los elementos de la naturaleza. En los poemas hay referencias a la tradición literaria en lengua árabe, a autores como Firdusi –al que se alude directamente en dos textos–, a los poetas sufíes, etc. La pervivencia de los autores árabes no sólo se presenta en citas o en títulos a modo de homenaje, sino que su influencia se percibe en la misma estructura de los poemas, en el léxico, en los símbolos, en la imágenes, en las comparaciones, en los temas, lo cual dota al poemario de una gran coherencia. Pero no nos engañemos: la tradición está reelaborada, actualizada por la visión y por la travesía vital de Umar Abass.
Las circunstancias históricas relacionadas con el Sahara no se exponen de forma directa en los poemas. De hecho, sin leer la seudobiografía que acompaña al texto, difícilmente podríamos pensar que Umar Abass se ha visto inmerso en esa situación. Y, sin embargo, la guerra, el destierro y la soledad claro que están en todo el libro. He aquí uno de los grandes logros de El sueño de Dakhla: las referencias a la realidad son trascendidas continuamente. Tanto los elementos de la naturaleza en los que se apoya el discurso como la presencia de lo cotidiano se vuelven universales, ensanchando la mirada del lector. Ejemplo de esto lo tenemos en el poema “A veces un hombre despierta...“, en el que algo tan común como encender una luz en medio de la noche consigue el autor dotarlo de una significación por encima de lo anecdótico: “Y eso basta, bastaría para creer más allá de lo cierto, / para esperar más allá de la esperanza, / para saber que sólo lo vivo hace temblar lo vivo, / como el leve pájaro la rama donde se posa”. Así sucede también en ciertos espacios: Dakhla no será sólo un territorio real, sino un ámbito simbólico que se contemple con nostalgia (“Variaciones de Dakhla”) o un paraíso perdido al que volver en claro contraste con el presente; otro tanto pasará con la casa, lugar en el que se debería encontrar seguridad, y que en “Si así lo quieres” está condenada a la destrucción por más esfuerzo que se haga, mientras que en “Al viejo Firdusi” parece ofrecer una tregua al caminante.
La naturaleza, concretada en el paisaje desértico, con su quietud, con su dureza y sus relámpagos de vida, se revela como punto de apoyo para la reflexión. No son pocos los elementos significativos que aparecen con regularidad, como la duna, el viento, la luna o el pájaro, pero por su importancia podemos destacar uno: el camino. Antes hemos mencionado que el peregrinaje conduce al conocimiento, a explicar, en la medida de lo posible, una parte de la verdad y de la existencia. El camino, realidad y metáfora, es un tópico de la literatura, aunque aquí admite variadas lecturas: si en el poema “Migraciones” con el camino comienza el destierro, que sigue en “Compañas sagradas” –texto con una particular revisión del carpe diem–, hasta que en “Grullas”, que cierra el poemario, es el cansancio de aquel que “mire donde mire, todo (...) es nada”. El camino se convierte, en esencia, en una representación de la condición del ser humano, permanente exiliado, para quien “hasta el camino más hermoso se hace duro”.
Diego Vaya
No es la primera vez que el poeta, narrador y traductor Manuel Moya (Fuenteheridos, 1960) intenta abrir un nuevo camino a través de la heteronimia: ya lo había hecho antes –que se conozca de momento– con Violeta C. Rangel, que encarnaba un sujeto poético marginal y con un lenguaje descarnado y directo, dentro un personalísimo uso del llamado realismo sucio, en libros como La posesión del humo (Hiperión, 1998) y Cosecha roja (Baile del sol, 2007).
Ya desde el subtítulo del poemario el autor nos plantea una de sus claves. El libro está formado por los textos del poeta Umar Abass, nacido en 1942 en el Sahara Occidental y cuya vida está marcada por el exilio. La idea del exilio parece convertirse de esta forma en uno de los temas más importantes dentro de la obra poética de Manuel Moya: Umar Abass es un exiliado político, al igual que es una exiliada Violeta C. Rangel, aunque en este caso se trate de un exilio social. Pero además de encontrar esta idea en sus heterónimos, también en los poemarios publicados con su nombre Manuel Moya muestra el exilio de manera recurrente y desde distintas perspectivas.
Sin embargo, hay que señalar que en El sueño de Dakhla se produce una evolución de este tema. Si bien por la biografía ficticia de Umar Abass se entiende que el personaje emprende un destierro forzoso, a lo largo de los poemas del libro asistimos a un cambio sustancial, donde lo que era la huida y la exclusión, se convierte en un peregrinaje revelador, que lleva al conocimiento de sí mismo y a arrojar luz sobre algunas parcelas de la existencia. En este peregrinaje resultan fundamentales la tradición literaria propia del sujeto poético y la reflexión a partir de la realidad, esencialmente a través de los elementos de la naturaleza. En los poemas hay referencias a la tradición literaria en lengua árabe, a autores como Firdusi –al que se alude directamente en dos textos–, a los poetas sufíes, etc. La pervivencia de los autores árabes no sólo se presenta en citas o en títulos a modo de homenaje, sino que su influencia se percibe en la misma estructura de los poemas, en el léxico, en los símbolos, en la imágenes, en las comparaciones, en los temas, lo cual dota al poemario de una gran coherencia. Pero no nos engañemos: la tradición está reelaborada, actualizada por la visión y por la travesía vital de Umar Abass.
Las circunstancias históricas relacionadas con el Sahara no se exponen de forma directa en los poemas. De hecho, sin leer la seudobiografía que acompaña al texto, difícilmente podríamos pensar que Umar Abass se ha visto inmerso en esa situación. Y, sin embargo, la guerra, el destierro y la soledad claro que están en todo el libro. He aquí uno de los grandes logros de El sueño de Dakhla: las referencias a la realidad son trascendidas continuamente. Tanto los elementos de la naturaleza en los que se apoya el discurso como la presencia de lo cotidiano se vuelven universales, ensanchando la mirada del lector. Ejemplo de esto lo tenemos en el poema “A veces un hombre despierta...“, en el que algo tan común como encender una luz en medio de la noche consigue el autor dotarlo de una significación por encima de lo anecdótico: “Y eso basta, bastaría para creer más allá de lo cierto, / para esperar más allá de la esperanza, / para saber que sólo lo vivo hace temblar lo vivo, / como el leve pájaro la rama donde se posa”. Así sucede también en ciertos espacios: Dakhla no será sólo un territorio real, sino un ámbito simbólico que se contemple con nostalgia (“Variaciones de Dakhla”) o un paraíso perdido al que volver en claro contraste con el presente; otro tanto pasará con la casa, lugar en el que se debería encontrar seguridad, y que en “Si así lo quieres” está condenada a la destrucción por más esfuerzo que se haga, mientras que en “Al viejo Firdusi” parece ofrecer una tregua al caminante.
La naturaleza, concretada en el paisaje desértico, con su quietud, con su dureza y sus relámpagos de vida, se revela como punto de apoyo para la reflexión. No son pocos los elementos significativos que aparecen con regularidad, como la duna, el viento, la luna o el pájaro, pero por su importancia podemos destacar uno: el camino. Antes hemos mencionado que el peregrinaje conduce al conocimiento, a explicar, en la medida de lo posible, una parte de la verdad y de la existencia. El camino, realidad y metáfora, es un tópico de la literatura, aunque aquí admite variadas lecturas: si en el poema “Migraciones” con el camino comienza el destierro, que sigue en “Compañas sagradas” –texto con una particular revisión del carpe diem–, hasta que en “Grullas”, que cierra el poemario, es el cansancio de aquel que “mire donde mire, todo (...) es nada”. El camino se convierte, en esencia, en una representación de la condición del ser humano, permanente exiliado, para quien “hasta el camino más hermoso se hace duro”.
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