Juan Pablo Heras
En los anaqueles de las librerías —y de las bibliotecas— esperan pacientemente cientos de libros escritos por ilustres desconocidos de nuestro tiempo. En cambio, ¿por qué a la hora de elegir nuestras lecturas optamos tantas veces por los clásicos, o, —si la palabra queda grande—, por aquellos a quienes ya conocemos? Es evidente que la experiencia, tanto la nuestra como la de los otros, minimiza el riesgo de tropezar con un mal libro. Pero también es cierto que leer autores conocidos añade al placer solitario de la lectura el colectivo de la tertulia. Ya se sabe que al leer a los clásicos dialogamos con todos nuestros antepasados lectores. Y está muy bien. Hablemos de Shakespeare, hablemos de Flaubert, hablemos de Unamuno, de Borges o incluso de Houellebecq. Pero, ¿a qué viene esta larga digresión? Se trata de una invitación a leer a los desconocidos. A leerlos y a hablar de ellos. Por ejemplo, del primer libro de relatos de Fernando Cañero.
Al leer El deseo de ser alguien en la vida sentí algo parecido a lo que viví con El malestar al alcance de todos de Mercedes Cebrián o Muertes de andar por casa de Fernando Sánchez Calvo: la sensación de que todavía quedan cuentistas con voz propia, voces con personalidad en las que una mirada afilada e implacable se une a una capacidad admirable para destripar los mecanismos ocultos del lenguaje, aquellos en los que se esconden los trapos sucios de la buena gente. Existen buenos cuentistas, sí, y están entre nosotros.
Fernando Cañero dispone los elementos del relato como un ajedrecista que reinventara el juego en cada partida. Por medio de una retórica de la precisión y de la exactitud nos va aportando la información justa en cada momento, generando un desconcierto inicial que sólo se deshace momentáneamente para abrirse a otro mayor. Cañero parece heredar de Kafka el gusto por situar a sus personajes en situaciones tan fácilmente imaginables como imposibles de explicar. El deseo de ser alguien en la vida alterna pequeños dramas cotidianos como los que suceden cada minuto en los autobuses municipales con la insólita rutina de unos cowboys de celuloide; el temblor oscuro de lo fantástico en situaciones reconocibles con la presencia asumida de lo sobrenatural. En dos cuentos tan breves como excelentes, La alegría más alta y La armonía, el lenguaje se revela inesperadamente como un formidable cepo para osos. Otras veces asistimos a conflictos llevados al límite que con frecuencia desembocan en una extraña actitud contemplativa, y es ahí donde únicamente puede encontrarse un pero a los relatos de este libro: los finales parecen a veces fortuitos o postizos, y decepcionan las altas expectativas creadas por la tensión inicial del cuento. Aunque, quién sabe, quizá ese final gris e indefinido es lo que le espera a todo aquel que desea “ser alguien en la vida”.
Este libro tan altamente recomendable ha ganado el último Premio Ramón J. Sender de Narrativa de la Universidad Complutense, que se ha encargado de editarlo; y lo ha hecho muy bien, por cierto. Ya se ha dicho en este blog, respecto a Inane de Isabel Navarro, lo difícil que es conseguir las publicaciones complutenses fuera de su propia librería. Pero, a la espera de que los próximos libros de Cañero alcancen más difusión con otros editores, les aseguro que encontrar y disfrutar de El deseo de ser alguien en la vida merece la pena.
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