Seix Barral, Barcelona, 2008. 320 pp. 19,50 €
Mercedes Cebrián
Si existiera un medidor de contemporaneidad para textos literarios, El país del miedo obtendría el resultado más alto, al estar presentes en él, y en dosis fortísimas, gran parte de las preocupaciones que asaltan a más de una clase social en las ciudades y pueblos de Occidente donde nos ha tocado vivir.
En la primera reseña que leo (publicada en el Cultura/s de La Vanguardia el 10 de septiembre) sobre esta novela de Isaac Rosa, el crítico emplea con frecuencia la palabra “tratado” para referirse al texto. Yo pensaba emplear catálogo, que es algo similar, ya que ambos —tratado y catálogo— clasifican, detallan y ordenan una realidad en apariencia caótica pero siempre muy variada. Tan variados son los miedos contemporáneos, por más que muchos tengan raíces largas, que abordarlos de modo cuasi ensayístico aún en una novela, dedicando páginas enteras a su clasificación y descripción, resulta una fórmula no sólo acertada sino, me atrevería a decir, necesaria.
Pero no olvidemos que estamos hablando de una obra de ficción, no de un ensayo, así es que en ella, según las convenciones del género, encontramos unos personajes, unas acciones y una ubicación espacio-temporal. Su principal protagonista, Carlos —padre de clase media-alta de Pablo, el niño que sufre bullying en el instituto, y marido de Sara— puede ser un espejo en el que nos reflejemos en mayor o menor medida, pero nunca nos parecerá un paranóico atormentado por sus miedos. Si empatizamos tanto con él es por la lucha interna que sostiene entre sus miedos descabellados y sus intentos vanos de racionalizarlos: el conflicto de Carlos es, en la mayoría de las situaciones, nuestro conflicto en relación a la sensación de protección y/o desprotección que experimentamos con frecuencia en nuestra cotidianidad, aunque sólo sea por lo que oimos que a otros les sucede.
El insistir en la contemporaneidad de este texto puede hacer pensar a algunos que se trata de una obra oportunista, pues toca un tema que nos atañe ahora, y quizá sólo ahora, por influencia de la prensa y demás medios —como ocurre también con la pederastia—, pero que pronto pasará de moda mediática y quedará relegado a columnillas cortas y sin apenas interés. Nada más lejos de lo que sucede con El país del miedo, que, estoy segura, envejecerá con dignidad y no dejará de ser leído con la atención que merece.
Mercedes Cebrián
Si existiera un medidor de contemporaneidad para textos literarios, El país del miedo obtendría el resultado más alto, al estar presentes en él, y en dosis fortísimas, gran parte de las preocupaciones que asaltan a más de una clase social en las ciudades y pueblos de Occidente donde nos ha tocado vivir.
En la primera reseña que leo (publicada en el Cultura/s de La Vanguardia el 10 de septiembre) sobre esta novela de Isaac Rosa, el crítico emplea con frecuencia la palabra “tratado” para referirse al texto. Yo pensaba emplear catálogo, que es algo similar, ya que ambos —tratado y catálogo— clasifican, detallan y ordenan una realidad en apariencia caótica pero siempre muy variada. Tan variados son los miedos contemporáneos, por más que muchos tengan raíces largas, que abordarlos de modo cuasi ensayístico aún en una novela, dedicando páginas enteras a su clasificación y descripción, resulta una fórmula no sólo acertada sino, me atrevería a decir, necesaria.
Pero no olvidemos que estamos hablando de una obra de ficción, no de un ensayo, así es que en ella, según las convenciones del género, encontramos unos personajes, unas acciones y una ubicación espacio-temporal. Su principal protagonista, Carlos —padre de clase media-alta de Pablo, el niño que sufre bullying en el instituto, y marido de Sara— puede ser un espejo en el que nos reflejemos en mayor o menor medida, pero nunca nos parecerá un paranóico atormentado por sus miedos. Si empatizamos tanto con él es por la lucha interna que sostiene entre sus miedos descabellados y sus intentos vanos de racionalizarlos: el conflicto de Carlos es, en la mayoría de las situaciones, nuestro conflicto en relación a la sensación de protección y/o desprotección que experimentamos con frecuencia en nuestra cotidianidad, aunque sólo sea por lo que oimos que a otros les sucede.
El insistir en la contemporaneidad de este texto puede hacer pensar a algunos que se trata de una obra oportunista, pues toca un tema que nos atañe ahora, y quizá sólo ahora, por influencia de la prensa y demás medios —como ocurre también con la pederastia—, pero que pronto pasará de moda mediática y quedará relegado a columnillas cortas y sin apenas interés. Nada más lejos de lo que sucede con El país del miedo, que, estoy segura, envejecerá con dignidad y no dejará de ser leído con la atención que merece.
Isaac Rosa: «Mi pensamiento tiene base narrativa. Pienso en términos de relato»
-Cuéntanos algo sobre el proceso de escritura de El país del miedo: ¿el detonante fue tu interés por explorar los miedos contemporáneos y la historia y los personajes surgieron a posteriori, o fue otra la situación que desencadenó la escritura de esta novela?
-El punto de partida es la reflexión sobre el miedo ambiental: dónde nacen esos miedos, cómo actúan, como se difunden, qué consecuencias tienen. Pero ese pensamiento inicial es, digamos, narrativo. Al preguntarme sobre cómo el miedo condiciona nuestras decisiones, lo hago a partir de un planteamiento narrativo: imaginar cómo reaccionaría alguien a una situación como la planteada. La historia que cuento en la novela es un vehículo para desarrollar una idea, pero no parto de una idea en el vacío y a partir de ella buscar personajes y situaciones, sino que el pensamiento inicial, la pregunta de partida, va madurando con bases narrativas. De cualquier modo, el proceso de reflexión sobre el que crece la novela trabaja a la manera de ondas concéntricas que van ampliando el campo: parto de mi propio miedo, desde él observo el de quienes me rodean, y acabo por ampliar el campo de visión a mi entorno, mi ciudad, mi tiempo.
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